“En una reunión que tuvimos hace unos días con nuestros sacerdotes, uno de ellos nos contaba que un acopiador de cartón les paga a los muchachos que venden el cartón con pasta base, ya no con plata”, dice el obispo Jorge Lugones a Buenos Aires/12, mientras camina junto cientos de fieles por las calles de Villa Fiorito. Pide mayor presencia de la policía, advierte sobre zonas liberadas y observa con preocupación una situación que se complejiza y que “todo el mundo lo ve pero nadie hace nada”.
Para su pesar, en los últimos meses todo empeoró. Uno de los principales agravantes es la falta de alimentos en los comedores, una situación que lo motivó a celebrar una misa contra el hambre hace unos meses atrás.
“Estas cosas potencian el consumo, porque ante la carencia y la angustia de un papá o una mamá que no puede darle de comer a los chicos, ¿cómo se libera de esa situación?”, relata y se pregunta Lugones. Se contesta y explica que hay más tristeza, hay desarraigo, las personas se sienten abandonadas, y eso lleva al consumo o la recaída.
También habla de las peores consecuencias: “En algunos casos hay suicidios”.
“Hay que seguir andando, con el cura Oscar Romero y el padre Carlos Mugica”, canta una banda de rock en el predio de los Santos de América Latina. El santuario del obispado de Lomas de Zamora recibió a cientos de vecinos de Villa Fiorito que se movilizaron en un mensaje de abrazo a los chicos y chicas envueltos en el consumo de drogas. Una voz unánime en pedido de ayuda acompañado de una postura clara sobre el rol del Estado: su ausencia agrava el problema.
La fría noche del miércoles encontró tibieza en las velas que recorrieron las calles del barrio donde nació Diego Maradona. Fue la Marcha de la Esperanza, en el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas.
Desde la estación de trenes hasta el predio, la caminata de poco más de diez cuadras pasó, precisamente, junto al Parque Diego Armando Maradona. El hombre al frente de la Diócesis de Lomas de Zamora fue una de las presencias más importantes de la jornada. Con la Biblia en la mano y de fondo las banderas de la Fundación Nueva Vida que se encargó de la organización de la marcha, Lugones lamenta las expresiones del presidente Javier Milei ante la posibilidad de que alguien muera de hambre. “Va a decidir de alguna manera no morirse”, lanzó el Presidente durante uno de sus tantos viajes al exterior.
Para Lugones se abren un par interrogantes. “Si él piensa de ese modo, ¿qué pensará de quien consume?, ¿pensará que de, algún modo, consumirá por otro lado?”, analiza. Y agrega: “Lo que no se pregunta es si deja de consumir, y nosotros decimos que es posible y por eso ayudamos”.
Aunque describe que es una tarea difícil, asegura que nunca se bajan los brazos. “Pero necesitamos medios, y el Estado es fundamental en la lucha contra el narcotráfico porque eso sólo lo puede hacer el Estado”, remarca. Pide más Estado.
Cuenta que hay “soldaditos” que trabajan para los narcos y manejan armas largas. Repite lo ya dicho respecto a las "zonas liberadas" y le suma a este escenario una nueva adicción que deambula entre los niños y niñas y que este medio viene contando: las apuestas online.
“Una maestra de primaria me contaba que un nene le decía ‘espere que voy a ganar 6 mil pesos’, esto está destrozando a los pibes”, apunta Lugones.
Todos
Fiorito es un barrio popular. Un barrio humilde, grande, con más de cincuenta mil habitantes. Está anclado a la vera de la autopista Presidente Perón o, como siempre se lo llamó, el Camino Negro. Pegado al Riachuelo tiene su vieja estación tren. Desde allí partieron los vecinos a las seis y media de la tarde hacia el santuario del obispado.
Una caminata pausada, liderada por una camioneta con un parlante que ponía música. Quizás no hacía falta, porque los bombos y redoblantes se encargaba de acompañar la armonía de los pasos de los vecinos. Se veía poco. La noche estaba fría y oscura, y las calles mojadas y con barro. Más bien, no era barro, sino esa película de tierra, agua, piedras y aceites que deja algún día de lluvia y el caudal de autos que pasan por la avenida Recondo. Sin embargo, no hubo que lamentar salpicaduras, porque el tránsito era desviado por la policía mientras la multitud avanzaba.
Donde caminaba la muchedumbre había luz. Era una grada de cancha en movimiento a base de saltos, gritos, cantos y trapos. A pesar de la noche, había con luz. Eran puntos de claridad a base de botellas cortadas en mano o encintadas en palos que tejían la marcha de antorchas detrás de una bandera que rezaba: Abrazando a los pibes y pibas que se caen en el consumo.
Era un río que fluía por un abanico arquitectónico constituido por planes habitacionales conjugados con la creatividad de sus residentes afines a la construcción. Entre el olor a cera quemada, caminaba “El Kubo” de Fiorito. No da su nombre. O sí, porque dice que se llama así. Cuenta que sus hijos se recuperaron del consumo de drogas y está orgulloso de acompañar la caminata.
Dice que todo empeoró en los últimos meses. Hay más hambre porque no llegan alimentos a los comedores. Con este marco, afirma que tiene un motivo para celebrar. Cuenta que, durante mucho tiempo, se eligieron gobiernos populares que no tuvieron “una Iglesia a la altura”. “Hoy eso cambió, está Lugones caminando con nosotros, está el Papa Francisco, es una Iglesia que quiere tener olor a oveja”, señala.
También está Clara juntos a sus hijos. Dice que su hermano pudo recuperarse, pero que hoy su sobrino tiene los mismos problemas. Coincide con que la falta de comida potenció los conflictos con el consumo. Afirma que los pibes arriban a la droga cada vez más chicos. Habla de casos de consumo en nenes de once años. Colabora con la parroquia de Fiorito y, remarca, se dejaron de recibir las bolsas de mercadería que llegaban para los vecinos.
En esa parroquia está el cura Víctor Favero. “El dato es claro: todos los practicantes que vienen a la parroquia tienen un familiar o un conocido que consume”, sostiene.
Abrazar
La peregrinación estuvo organizada por la Fundación Nueva Vida que integra la red Hogar de Cristo. Al frente está Luis Suárez, que, a sus 63 años, le cuenta a este medio que no puede creer estar “caminando una realidad que no sabíamos que iba a ser así, que pensamos que solo pasaba en México con los grandes carteles”. Asegura que muchos vecinos que están de acuerdo con la marcha no asistieron por temor.
—¿A qué?
—A los narcos. Hoy hay a lugares en el barrio por los que no se puede pasar. A nosotros nos mandaron a cortar todos los pasacalles que convocaban a la movilización. Estamos parados en un momento difícil de la droga.
Suárez relata que nació en Fiorito y en 1960. Mismo lugar y mismo año que Maradona. “Vimos lo mismo siendo chicos”, señala. Hoy la Fundación está próxima a cumplir cuarenta años. Atiende a 120 pibes y pibas con alrededor de 25 personas que trabajan o son referentes. “Los referentes son los pibes que se van recuperando y dan una mano”, explica.
El problema del consumo, asegura, se está profundizando producto de “la posición del Gobierno nacional de querer romper el Estado, porque ahí empiezan a romperse los tejidos sociales”.
El relato tiene sintonía con los testimonios de los vecinos, familiares de adictos y la lectura de Lugones. El retiro del Estado trae aparejada la violencia y el crecimiento del narcomenudeo. Pero, asegura, no baja los brazos. “Hay que salir al encuentro del otro”, resalta Suárez.
“Nunca se había hecho una marcha así donde la Iglesia convoque junto a movimientos sociales”, dice.
Fue una movilización que contó con la presencia del intendente de Lomas de Zamora, Federico Otermín, la ministra de Ambiente y también dirigenta lomense, Daniela Vilar, y la ex intendenta del distrito, Marina Lesci. Todos con una vela en sus manos.
Lo que más le duele, remarca Suárez, es que más allá de toda la labor de su organización y el acompañamiento de los vecinos, la realidad que hoy se vive en Fiorito va a tardar en recomponerse.
“Milei dice si querés drogar drogate que no voy a pagar la cuenta”, apunta con enojo. Asegura que el camino de hoy en adelante será muy difícil con un Estado nacional en retirada.
Para tomar dimensión de lo que transita un adicto, Suárez explica que una internación, en promedio, lleva cuatro o cinco meses. Allí, relata, los chicos recuperan hábitos que perdieron como levantarse a un horario determinado o bañarse todos los días. Pero la otra parte del problema está cuando salen a la calle, cuando no hay nadie para recibirlos, cuando no hay trabajo.
“Si la propuesta es cárcel o bala, los pibes se van plantar porque no tienen miedo de ir detenidos y no les importa la vida”, señala en relación a la frase que usualmente utiliza el diputado nacional por la provincia, el libertario José Luis Espert.
“Por eso hablamos de abrazar a los pibes, porque abrazar es algo que lo podemos hacer todos”, dice en alusión a la frase de la bandera.