“La evolución humana se ha caracterizado, entre otras cosas, por lanzar al hombre fuera de sí, sin proveerle previamente de una conciencia de sí mismo. A ese estar fuera de sí, puede atender mediante leyes la comunidad organizada”.
Nunca ha sido materia cómoda La comunidad organizada. El libro que Perón dijo para clausurar el Primer Congreso Nacional de Filosofía, el 9 de abril de 1949 en el Teatro Independencia de Mendoza, es bravo. Difícil de digerir a izquierda y derecha, incluso en sus diversos devenires, matices y resignificaciones. Pero no para seguir contando –y buscando- la historia Argentina, en clave argentina. Puede sí que su transcurrir haya atravesado interpretaciones acordes a los diversos contextos. Han pasado 75 años de su enunciación, 50 de la muerte de su enunciador, y lo que pasó en el orbe nacional y mundano no fue poco. Pero sucede también que en la historia las rupturas coexisten con las continuidades. Y en las continuidades, la base del pensamiento conceptual y doctrinario del peronismo -pese a los contumaces agoreros de su muerte- goza de una vigencia absoluta. Contundente.
Lo de difícil de asir se restringe pues a las dos tradiciones político-filosóficas que han creído tener el monopolio de la verdad de la Revolución Francesa para acá: el materialismo histórico y el individualismo metodológico. Ahí pega, en esa bifronte y maniquea línea de flotación, la Tercera Posición delineada por el coronel de los trabajadores, porque le opone una identidad distinta, persistente. Porque persiste en lo que dijo, escribió y cumplió, cuando le tocó pasar a la acción.
La incompatibilidad de la doctrina nacional-popular con la tradición del materialismo histórico -y sus diversos deslindes progresistas- fue, es y seguirá siendo irresoluble, y aquí no existe hermenéutica que resuelva. Donde una ve la realidad parida por materia y espíritu, la otra la supone toda determinada por la economía. Y entonces, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Y entonces, obliga a una lucha eterna, sin tiempo ni derecho a gozar de la plenitud de la existencia y la armonía del buen vivir, -“alegría de ser”, que le llama Perón-. Y entonces, hay que desorganizar para organizar un algo desconocido, que incluso nunca llega. Y si llega –tal los ejemplos al momento- deriva en una forma de Estado que “insectifica” al individuo. Lo corre de su creatividad innata. “El tránsito del yo al nosotros, no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva”, reflexiona Perón en el capítulo 8. “Una jerarquización estructurada sobre la abdicación personal, es productiva solo para aquellas formas de vida en que se producen asociados el materialismo más intolerante, la deificación del Estado, el Estado Mito, y una secreta e inconfesada vocación de despotismo”, continúa en el 17.
Más difícil de digerir aún resulta el libro fundacional de la Doctrina Justicialista –patriótica y humanista, por cierto- para con la otra tradición. La liberal y sus derivas conservadoras. La del individualismo egoísta y el capitalismo especulador, instigador cruel de la puja de clases. Lo que no pasa por el esófago mental y atragantado de odio de esta línea hoy en boga –tan o más internacionalista que la anterior- es la apelación constante que el líder hace justamente de lo social, de la idea de realización “plena y serena”, en comunidad, con el Estado presente al servicio del trabajo y del capital productivo. La libertad que los liberales pregonan es para el líder “enemiga natural del bien común”, dado que “no vigoriza el yo, sino en la medida que niega el nosotros” (capítulo 14). Es lo que Perón justamente llama el individualismo amoral, predispuesto al egoísmo “potenciado” de las minorías. “Es justo que tratemos de resolver si ha de acentuarse la vida de la comunidad sobre la materia solamente o si será prudente que impere la libertad del individuo solo, ciega para los intereses y las necesidades comunes, provista de irrefrenable ambición material” (capítulo 22).
La Tercera Posición que el líder funda, en tanto doctrina “propia y nueva”, no solo se asienta en la distancia que aquella Argentina nueva asumía respecto del estatismo –entonces soviético- y el imperialismo estadounidense, sino también en un componente espiritual que aquellos polos dominantes no contemplaban como constitutivo de -y esencial para- la humanidad. La vida espiritual de los pueblos que debe sopesar con su fuerza, pues, “el apogeo de una edad de ambiciones materiales” (capítulo 6).
Es lo que se lee al transparente trasluz de una exposición en la que Perón se dio el gusto de legitimar su pensamiento a través del de filósofos que cita brevemente –de los presocráticos a Heidegger, pasando por Platón, Tomás de Aquino, Kant, Rousseau, Hegel y Marx- quizá con la intención de endulzar los oídos de las figuras internacionales que asistieron al congreso. Los hila con la tradición cristiana -porque de su doctrina social deviene el peronismo, también- para recordar que la desigualdad innata no existe, y que la esclavitud –agréguese cualquiera de sus formas actuales- es una institución oprobiosa. Aparecen por ahí ideas insertas en el Rig-Veda, el texto más antiguo de la tradición védica, o apelaciones al yoga, en tanto filosofía que une espíritu y materia. No más que una manera teleológica, pues, de abordar la armonía entre progreso material y valores espirituales, que Perón busca y pregona, con el hombre como medida de todas las cosas, sentenciado allende los siglos, por el griego Protágoras. “El hombre que ha de ser dignificado y puesto en camino de obtener su bienestar, debe ser ante todo calificado y reconocido en sus esencias” (capítulo 6). El componente telúrico del pensamiento de quien sería tres veces presidente de la Nación se da también en la fe que le tiene al vigoroso espíritu americano frente a la decadencia europea.
Ensamblar tradiciones y lograr como resultado un original corpus de pensamiento para la acción de las periferias, es en suma lo que vuelve una y otra vez, cada vez que se relee La comunidad organizada con ojos contemporáneos. De ahí su vigencia contundente. Tal vez, de haber seguido las coordenadas trazadas por el “Pocho” en aquella magistral conferencia, publicada como libro en 1952, se hubiese ahorrado el Movimiento Nacional –y la patria, por ende- sus dos grandes pifies históricos: el enfrentamiento violento, fútil e inútil entre facciones de la década del setenta. Y el liberalismo vendepatria, que lo envolvió y cercó durante los 90. Algo que Néstor Kirchner y Cristina Fernández lograron subsanar coyunturalmente pero que, si no se vuelve en traje nuevo sobre aquellas bases doctrinarias, se venderán las tres banderas constitutivas del Movimiento Nacional, por una libra. En eso están, de hecho, los de Milei, los de Macri, los radicales inentendibles, y quienes se autoperciben peronistas, pero les importa un bledo su corpus doctrinal, el del “nosotros” en su ordenación suprema.
La comunidad organizada, pues… Una doctrina nuestra, y hermosa.
* Autor de San martín, Rosas, Perón (editorial Octubre) y Junios. Peronismo y antiperonismo en la encrucijada (editorial Mil Campanas).