En los años 60' y 70', cuando un orador le hablaba a un auditorio popular sabía que, cuando pronunciara la palabra “Perón”, tenía asegurada una ovación. Era una forma de afianzar la atención y el respaldo. Era automático: el orador decía “Perón” y se frenaba, porque sabía que la ovación y los aplausos no lo dejarían hablar.

A partir de los años 80' o 90', las nuevas generaciones estaban lejos de la experiencia de los primeros gobiernos peronistas. El orador desprevenido podía intentar el mismo recurso, pero cuando se frenaba, la ovación no llegaba y, si levantaba la cabeza para saber qué pasaba, veía al público en un silencio respetuoso, como si hubiera nombrado a San Martin o a Belgrano.

Fue el pase de Perón a la historia. Si alguien nombra en un discurso a San Martín o a Belgrano, la gente escucha con respeto la cita, pero no hay aplausos ni ovaciones. Se da por descontado. Nadie que esté vivo convivió con esas grandes figuras de la historia, pero se las respeta. A esta altura pasa lo mismo con Perón. Lo he comprobado en persona.

Y sin embargo Perón sigue en el centro de polémicas y debates encendidos. Se lo ha querido deslavar, travestir, desencarnarlo de sus acciones y de su vida real para convertirlo en una figura hueca, sin contenido. El menemismo calificaba de “nostálgicos del 45” a los que se oponían al desguasamiento de todo lo que se había construido en los primeros gobiernos peronistas.

El menemismo decía que el peronismo contemporáneo consistía en deshacer lo que había hecho Perón. Como si Perón se hubiera trasvestido en neoliberal conservador y antipopular, pese a que representó todo lo contrario. La historia es una construcción cultural, un territorio en disputa con enormes riesgos de deformación o endiosamiento. Pero cuando cayó el menemismo, muchos de los dirigentes que hacían esos planteos de deconstrucción de la figura de Perón, concluyeron finalmente que no eran peronistas y se pasaron al macrismo o, más tarde, a las huestes de Milei.

Y, por supuesto, la historia se devora al ser humano, al punto que es indistinguible la épica social de la vida íntima, personal. En el caso de Perón ya era muy difícil distinguirlas en vida. Nadie ha podido descifrar al Perón ser humano. Quizás el que más se le acercó fue Juan Manuel Abal Medina en su libro Conocer a Perón, en el que hace todo lo posible para evitar que la evidente admiración que le despierta se convierta en sacralización.

Al tratar de atacarlo por este flanco, el antiperonismo exageró tanto con latrocinios y degeneraciones propias de un Minotauro, un Barba Azul y un Barbanegra juntos que, en vez de reducir al personaje, agrandaron más el mito. Incluso a los que alcanzamos a vivir en la época de las proscripciones y del último gobierno nos resultó difícil descubrir al ser humano.

En el caso de la generación de los '70, la mayoría sólo había vivido la época de la proscripción. Era un liderazgo mítico a miles de kilómetros de distancia, que era como decir el Olimpo o el Valhalla. Y todas las historias que repetían los adultos lo agrandaban y aportaban para construir esa imagen.

Todavía resulta difícil capturar al ser humano en esos embrollos de la historia. Un militar con mentalidad popular, con una inteligencia aguda y con un gran sentido, podría decirse intuitivo, de la política a lo que se sumaba una fuerte decisión para la acción, aunque tuviera que confrontar con poderes fácticos de mucho peso.

No es fácil de encajar en algún estereotipo clásico. En vida, partidarios o adversarios lo pasaban de héroe mítico a supervillano, sin intermedios. En ambos casos, un personaje fuera de caja. Ese Perón quedaba siempre flotando por encima de los demás mortales, sobre el resto de los políticos, tanto los que lo respaldaban como los que lo combatían. Perón quedaba en otro rango.

Con relación al último gobierno en el '73, el mismo Perón lo resumió en una respuesta que dio a Pino Solanas y Octavio Getino cuando lo filmaban mientras preparaba en Madrid su retorno a la Argentina. Después de preguntarle varias veces sin respuesta “¿No está feliz por su regreso a la Patria? ¿O está preocupado?” Perón, cansado de la insistencia, frenó sus idas y vueltas por la habitación y les dijo: “¿Y cómo no voy a estar preocupado, m'hijo, si para mí ya es un poco tarde y para ustedes es demasiado temprano?”

En cuanto a los parapoliciales, mi impresión, quizás ingenua, es que Perón tenía tanto control sobre las organizaciones armadas del peronismo revolucionario, como sobre los parapoliciales. Pese a que los ataques de los grupos de la derecha parapolicial contra militantes de la Tendencia comenzaron casi al mismo tiempo que el gobierno democrático, incluso durante lo que se llamó la primavera camporista, la primera vez que la Triple A firmó sus crímenes públicamente fue después de la muerte de Perón. El gobierno de Isabel que lo sucedió fue manejado por José López Rega.

El fuerte liderazgo, la figura poderosa del caudillo popular, ha sido presentada como un rasgo antidemocrático. Por supuesto, es una figura que plantea limitaciones en ese aspecto, porque además hace casi imposible su reemplazo. La demostración fue el enorme vacío de poder que dejó su muerte. Pero en la historia ha sido una herramienta popular de unidad, la que a su vez es la mayor fuerza que tienen los sectores populares para enfrentar el poder económico con su baterías militares y comunicacionales.

El Perón de la historia será sin duda el que, mal que les pese a sus críticos, instaló a la Argentina en lo que se llamaba la modernidad civilizatoria. Impulsó progresos enormes en casi todos los aspectos de las relaciones humanas, las legislaciones laborales, el voto femenino y el divorcio, la protección de los ancianos y la infancia. Y en lo estructural fue desde el control del comercio exterior hasta el desarrollo de la industria pesada estatal. El sistema de salud, con hospitales públicos y sindicales, fue tan amplio y de alta calidad que funcionó mejor, incluso, del que se aplicaba en algunos países socialistas.

Perón ya está en la historia, cada vez más desligado de las pasiones y los conflictos del mundo actual, aunque no faltarán los que traten de aprovecharlo, travestirlo y volverlo acéptico.