En 1972, las paredes de mi estudio estaban cubiertas de telas azules. ¡A todos les gustaban, pero nadie las compraba! 

La sangre azul es color rubí. 

Mentiras azules. 

El cola-azul baila el blues en zapatos de gamuza azul. 

El caballito del diablo, iridiscente, revolotea de un lado a otro en la laguna azul. 

El Buda azul sonríe en el reino de la felicidad. 

Azul oscuro bordado de oro. 

El lapislázuli ostenta salpicaduras de oro. 

El azul y el oro están eternamente unidos. 

Son afines en su eternidad. 

Buda se sienta en el loto azul apoyado en dos elefantes azules. 

Los azules de Japón. Las ropas de trabajo, el azul de los techos de sus casas. 

Las ropas azules de trabajo de Francia. Los overoles azules aquí en Inglaterra, y el azul con que Levi’s conquistó el mundo. 

El regio azul de las túnicas de la orden de la jarretera. Profundo azul cobalto. 

El gran maestro del azul: el pintor francés Yves Klein. Ningún otro pintor se dejó guiar por el azul, si bien Cézanne pintó más azules que la mayoría.

El azul es azul.

El azul es más caliente que el amarillo. 

El azul es frío. 

Glacial azul. 

Curaçao con hielo. 

La Tierra es azul. 

El manto de la virgen es del brillante azul del cielo. 

Este es el azul vivo. 

El azul de la Divinidad. 

Películas azules. 

Lenguaje azul. 

Barbazul. 

“El azul da a los demás colores su vibración”, Cézanne. Verdadero azul.

(…)

Para los japoneses, la campanilla azul es lo que para los ingleses la rosa o para los holandeses el tulipán: esta flor de color azul profundo florece al amanecer y se cierra al atardecer. 

Los japoneses duermen bajo mosquiteros azules con el fin de obtener la ilusión de paz y frescura. 

Algo viejo, 

algo nuevo, 

algo prestado, 

algo azul… 

Le dices al niño abre los ojos 

cuando abre los ojos y ve la luz 

lo haces llorar. Diciéndole 

oh azul, ven 

oh azul, levántate 

oh azul, elévate 

oh azul, entra. 

Estoy aquí sentado junto a algunos amigos en esta cafetería, bebiendo un café servido por jóvenes refugiados de Bosnia. La guerra se propaga furiosa por los diarios y las destruidas calles de Sarajevo. 

Tania me dijo “te pusiste la ropa al revés”. Dado que estábamos solos, me la quité y me la volví a poner del derecho. Siempre estoy aquí antes de que abran las puertas. 

¿Por qué me agobia esta necesidad imperiosa de recibir noticias del mundo exterior cuando todo aquello que concierne a la vida y la muerte se juega y funciona dentro de mí? 

Bajé del cordón de la vereda y un ciclista casi me atropella. Salió de la nada oscura y por poco me parte la cabeza. 

Entré en una depresión azul. 

El doctor del Hospital de San Bartolomé quiso ver si lograba detectarme lesiones en la retina, me dilataron las pupilas con belladona, dentro de ellas se encendió la antorcha de una terrible luz cegadora. 

Mire hacia la izquierda 

mire hacia abajo 

mire hacia arriba 

mire hacia la derecha. 

En mis ojos, destellos azules. 

(…)

Lo peor de la enfermedad es la incertidumbre. 

He imaginado esta situación una y otra vez, a cada hora del día, durante los últimos seis años de mi vida. 

El azul trasciende la solemne geografía de los límites humanos. 

Estoy en casa con las persianas bajas. 

HB ya regresó de Newcastle pero ha salido 

la lavadora automática ruge 

y la heladera se descongela 

estos son mis sonidos favoritos. 

Me han dado la alternativa de internarme en el hospital o venir dos veces por día a que me enganchen a un suero. Nunca recuperaré la vista. 

La retina está destruida, pero cuando se detenga el sangrado tal vez lo que me queda de vista mejore un poco. Debo acostumbrarme a este tipo de imprecisión.

¿Si pierdo la mitad de la vista quiere decir que veré la mitad? 

El virus reacciona con ferocidad. Ya no me quedan amigos que no hayan muerto o no estén muriendo. El virus los atrapó como la escarcha. En el trabajo, en el cine, en las marchas y en las playas. En las iglesias de rodillas, corriendo, en vuelo silencioso o en flagrante protesta. 

Todo comenzó con sudores nocturnos y ganglios inflamados. Luego los negros cánceres se extendieron por sus rostros. Mientras luchaban por respirar, la TBC y la neumonía golpeaban sus pulmones y la toxo, sus cerebros. Se desbandaron los reflejos. El sudor cayó por sus cabellos apelmazado, como lianas de una selva tropical. Las voces se escurrieron. Y luego se perdieron para siempre. Mi lapicera ha trazado esta historia sobre una página agitada aquí y allá por la tormenta. 

La sangre de la sensibilidad es azul. 

Me consagro 

a encontrar su más perfecta expresión. 

La vista me falla un poco más de noche. 

HB me ofrece su sangre. 

Lo matará todo, me dice. 

El goteo de DHPG trina como un canario. 

Me acompaña una sombra dentro de la cual HB aparece y desaparece. 

He perdido la visión periférica de mi ojo derecho. 

Junto mis manos delante de mí y las aparto lentamente. En determinado punto, desaparecen por los costados de mis ojos. Así solía ver. Ahora, si repito el movimiento, esto es todo lo que consigo ver. 

No voy a ganar la batalla contra el virus, a pesar de todas esas consignas como “vivir con sida”. Los bienpensantes se han adueñado del virus, así que a nosotros nos toca vivir con sida mientras ellos sacuden de su edredón las polillas de Ítaca sobre un mar oscuro como el vino. 

Esto intensifica la conciencia, pero se pierde otra cosa. Cierto sentido de la realidad se ahoga en el teatro. 

Pensar a ciegas, volverse ciego. 

El hospital está tan tranquilo como una tumba. La enfermera lucha por encontrar una vena en mi brazo derecho. Nos damos por vencidos después del quinto intento. ¿Te desmayas cuando te clavan una aguja en el brazo? Yo ya me acostumbré, pero todavía cierro los ojos. 

Buda Gautama me conmina a alejarme de la enfermedad. Pero él no estaba unido a un goteo. 

Destino es el más fuerte 

Destino Predestinado 

Fatal me resigno a Destino 

Destino ciego 

el goteo pica 

un bulto se inflama en mi brazo 

me quitan el goteo 

un sacudón eléctrico me recorre el brazo. 

¿Cómo podría alejarme unido a un goteo? 

¿Cómo voy a alejarme de esto? 

Lleno este cuarto con el eco de las muchas voces 

que han pasado por aquí voces 

que se desprenden del azul de la pintura seca hace mucho tiempo 

Sale el sol e inunda este cuarto vacío 

que llamo mi cuarto 

Mi cuarto ha dado la bienvenida a muchos veranos 

ha acogido risas y lágrimas 

podría llenarse de tu risa 

Cada palabra es un rayo de sol 

un destello de luz 

Esta es la canción de Mi Cuarto. 

El azul se estira, bosteza y se despierta. 

En el diario de esta mañana hay una foto de los refugiados de Bosnia. Parecen fuera de época. Campesinas con pañuelos y vestidos negros, salidas de las páginas de una vieja Europa. Una de ellas ha perdido a sus tres hijos. 

Los relámpagos destellan a través de la ventana del hospital; en la puerta, una señora mayor espera que escampe el aguacero. Le pregunto si puedo acercarla a algún lugar, yo ya he pedido un taxi. “¿Puede llevarme hasta la estación de metro de Holborn?”. En el camino, se larga a llorar. Viene de Edimburgo. Su hijo está en la guardia, tiene meningitis y ha perdido la movilidad en las piernas. Me siento inútil mientras llora. No la puedo ver. Solo oigo el sonido de su sollozo. 

Se puede conocer el mundo entero 

sin moverse al extranjero 

sin mirar por la ventana 

se puede ver el camino del cielo 

cuanto más uno se aleja 

menos sabe

En el caos de la imagen 

te presento el Azul universal 

azul, una puerta abierta al alma 

una posibilidad infinita 

que se vuelve tangible.