En 1844 Juana Manso, con 29 años, escribe Los misterios del Plata. No es un libro de esoterismo ni de investigación. Los misterios se refieren a la perplejidad que le provoca a la autora que alguien como Juan Manuel de Rosas dirija los destinos del país y que el presidente uruguayo don Manuel Oribe, en permanente puja con don Frutos Rivera, le sirva de lugarteniente al Restaurador de las Leyes.

En esta historia novelada abundan los contemporáneos. Se trata de una obra de denuncia por los crímenes del rosismo, con ingentes descripciones frenológicas —seudociencia a la moda— en que la forma de la cabeza determina el carácter del portador. Sobran los epítetos descalificativos al comparar a los protagonistas caucásicos con negros, mulatos e indios, sinónimos a la sazón de barbarie e inferioridad. La fecha del texto es sintomática. Mientras Sarmiento pergeñaba su Facundo en Chile, Manso terminaba sus misterios en la Banda Oriental. Ambos, Sarmiento y Manso, se hicieron grandes amigos, y colaboraron en la educación pública de la Provincia de Buenos Aires a partir de 1857.

Manso hoy, con calles recordatorias a su figura en Boulogne, CABA, Merlo y Troncos del Talar, no nos podía defraudar con el tema de la cabeza trofeo, el leitmotiv de la literatura liberal.

Un juez de Paz del Litoral pregunta a su subordinado:

“— ¿Qué novedades corren por el pago de los puebleros?

— Barcos que suben el Paraná, — dicen por allá que hay, — replicó Miguel. — Parece — continuó el joven — que viene de pasajero un enemigo de la Patria.

— ¡Un salvaje unitario! — exclamó el Juez parando las orejas como el tigre á la proximidad de su presa.

Era claro que alguno de los emigrados argentinos que habían tenido la dicha de escapar de las uñas del lobo [Rosas], se dirigía por el Paraná á Corrientes ó al Paraguay.”

Y nuestra escritora continúa:

“Era tan natural que aquel Juez de Paz y los vecinos del distrito en prueba de gratitud le ofrecieron la cabeza de aquel salvaje unitario que encontraban al paso!

—¿No le parece amigo —pregunta entonces el Juez— que haríamos un bien de agarrar ese pícaro unitario que quien sabe lo que viene á hacer por aquí, y remitírselo al viejo, vivo ó muerto? [el viejo, Rosas, contaba de momento con 50 años] — Y en la reflexión con que fueron pronunciadas estas últimas palabras estaba encerrada la cuestión que decidiría del destino del prisionero.”

Y Miguel, protagonista de este relato, reflexiona con la practicidad del hombre de campo:

— Los que mueren, — contestó Miguel con voz triste, — nada pueden decir, de nada sirven, al instante se vuelven polvo y gusanos, cuando me hubieran de regalar un caballo yó prefería que fuera vivo porque muerto ¿de qué me podría servir? “

No hay que esperar mucho para que aparezca Rosas y su descripción:

“Su edad será de unos cincuenta y siete ó cincuenta y ocho años (nótese que la autora con sutil venganza le planta ocho años de más). Sus cabellos rubios y sedosos empiezan á encanecer, porque así como la desgracia, el crimen ejerce sobre los individuos su temible influencia! […] Es alto y grueso; su tez blanca, fina y rosada; la cabeza inteligente, las cejas finas, los ojos azules claros, de mirada escudriñadora y feroz; la nariz larga y aguda; la boca sumida, con labios apenas perceptibles. Parece que aquel hombre no nació ni para sonreír…”

Aquí podríamos abrir un paréntesis para discurrir sobre Rosas y la ortodoncia:

Los inicios de la lenta repatriación de los restos del brigadier general don Juan Manuel de Rosas tuvieron su origen en un decreto de la presidenta Isabel Martínez de Perón en 1974. El mismo fue consumado —con patillas de caudillo de pueblo y política neoliberal mediante— por don Carlos Saúl Menem ni bien asumió en 1989.

La remoción de los restos se realizaron solemnemente por medio de una pala mecánica en el Old Cemetery de Southampton, Inglaterra. En una de las paradas del traslado, el cual tuvo varias escalas, se procedió a abrir la caja de plomo que contenía los restos. La tarea fue realizada por dos empleados de una funeraria en una pequeña localidad de París en presencia de algunos de sus descendientes. Los despojos, según testimonios, se encontraban en precarias condiciones. La cadera y una parte de la columna estaban semidestruidas. En el momento en que fue cuidadosamente removido el cráneo, como quien levanta un florero caro, se desprendió la mandíbula del restaurador y con ella se soltó en la caída una dentadura postiza. El suceso llevó al odontólogo León Tenembaum a escribir un ensayo sobre “Los dientes de Rosas”. En este el autor especula cuánto pudo haber influido la toma de decisiones políticas del dictador en relación con sus afecciones dentales:

“Inexplicables cambios de humor —nos dice Tenembaum— brusca irascibilidad, arbitrariedades incomprensibles, más veces de lo que sospechamos, pudieron deberse a un simple e inoportuno dolor de muelas”.

De manera que el fusilamiento de la embarazada Camila O’Gorman, el ajusticiamiento sin formas legales de don Domingo Cullen, los excesos de La Mazorca, incluso la obstinada defensa de nuestra soberanía quizá tengan un relación directa con su hipersensibilidad, tinciones, caries, periodontitis, fisuras y el bruxismo.

Por otra parte es interesante ver como el tema de la edad de Rosas juega un papel preponderante en la política, tanto para enaltecerlo como para denostarlo. Mientras Manso lo describe con ”57 o 58 años” el Archivo Americano, publicación del Estado dirigida por el napolitano de Angelis, nos ofrece este retrato de grácil y hasta femenina figura restándole casi por coquetería un lustro:

“Rosas tiene 45 años, es aún el más diestro y hermoso jinete del Plata. Su estatura es alta, su constitución huesosa es formidable. Es rubio como un dinamarqués; y su figura, que respira la bondad y la dulzura, estaría lejos de anunciar el alto justiciero de la América, si en esta tenuidad casi femenil no corriesen algunas líneas enérgicas y vigorosas. En sus relaciones privadas, su carácter es lleno de bondad y de expansión: toma sus diversiones después de muchos días de trabajo, y goza con ellas con el abandono y el ardor de un alumno. Siempre que la necesidad política no ponga ya el cuchillo en manos de Rosas, nadie mejor que él sabe perdonar y olvidar".

Y es así: a veces la Historia se presenta primero como comedia y luego como sainete. Hoy es relevante la estatura de nuestro primer mandatario Milei. El portal de Wikipedia le otorga, vaya uno a saber siguiendo qué fuentes ideológicas, la altura de 1,78 mts. Una diputada y examante le adjudica 1,80. Los canales opositores le escatiman 10 cms y es posible que la verdad, sin banquitos para la oratoria ni zapatos con plataforma, ande por el 1,73. Son cinco, siete centímetros que hacen a la cuestión de Estado.

Fin del paréntesis. Manso dedica especial atención a la corte del Brigadier General:

“Los dos personajes que lo seguían, eran dos grandes mulatos, asquerosos y súcios, casi desnudos respondiendo á los nombres de Bigúa y el otro al de Mulato Gobernador! Estos dos infelices, medio idiotas, medio locos, son las víctimas de todos los caprichos y barbaridades de Rosas, son sus graciosos particulares; porque Rosas como los antiguos monarcas de la edad media tiene sus locos ó bufones con que divertirse. La única diferencia es, que él se ríe no de las agudezas de estos porque son dos locos insulsos, sino de los tormentos que les hace sufrir, cuando está de mal humor.”

El segundo mulato, después de Biguá, se llamaba Eusebio. Adriana Amante en su libro Poéticas y políticas del destierro le dedica unas páginas:

“En […] la afirmación de un poder no hereditario —de forma republicana pero de funcionamiento omnímodo, como el argentino— parece exacerbar los rituales de las monarquías, hasta el punto de llegar Rosas a tener bufones”.

Un cronista extranjero presente en la corte de Palermo lo describe en estos términos:

“[Eusebio] recibió en la cabeza un hachazo, dirigido al Gobernador, y le ha que dado una horrible cicatriz de que se alaba siempre. La demencia se originó de su herida; y el Gobernador ha premiado su fidelidad y valor manteniéndolo convenientemente consigo. Eusebio se imagina Gobernador del Estado, y dice que sólo temporalmente ha confiado el cargo al Gobernador Rosas. Está cubierto de medallas y decoraciones, y no podía tener más dignidad si fuera soberano absoluto.”

Y la investigadora Amante agrega: “El republicano Juan Manuel de Rosas se divertía distribuyéndole títulos de nobleza a "Don Eusebio de la Santa Federación", que era entre tantos otros cargos honoríficos "Majestad en la tierra" y "Conde de la Quinta de Palermo de San Benito".

Luego de Rosas —en el libro de Manso— le toca el turno a Oribe. Y no nos olvidemos la teoría científica de “portador de cabeza” para definir desde la forma los bajos instintos del descripto:

“Los dos hombres se aproximaron uno al otro; el encapado abrió enteramente el embozo, y la luna dando de lleno en su rostro, mostraba un hombre de unos cuarenta años de edad, sus cejas negras espesas juntas, y un rostro largo, macilento, y de color acobrado; ojos grandes y verdosos que brillaban en la oscuridad como los ojos de los gatos; no carecía de cierta dulzura en el mirar, mas según en las circunstancias en que se hallaba el individuo, ó los sentimientos que lo animaban, su mirada se volvía vidriosa, y un algo de sangre, de odio y de atroz, se reflectaba en ella. Grandes bigotes cubrían unos labios amoratados y finos, que cuando se abrían daban paso á unos dientecitos blancos y puntiagudos, semejantes á los de los negros minas. Debajo de su sombrero se ocultaba una frente achatada y estrecha, donde era imposible divisar el menor destello de inteligencia ó de nobleza; y si hubiera descubierto su cabeza, un frenologista diría al verlo que era la cabeza de un famoso asesino! Este hombre era el Presidente Oribe!”

Cuando Manso se refiere a los negros minas quizá esté describiendo a una etnia proveniente de Ghana que llegó como mano de obra esclava a Sudamérica y el Caribe.

Y bien, cómo se nos acaba el espacio, vamos a cerrar con el pobre de Manuel de la Trinidad Corvalán, que creemos que en la inquina de Manso se lleva la peor parte. No obstante, hasta los propios liberales duros le perdonaron su filiación rosista como lo hicieron con el Almirante Brown, con el general Tomás Guido, con el Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, Pacheco y tantos otros que pasaron de ser porteños rosistas a alsinistas y mitristas. Hoy la generosa toponimia lo señala en Tapalqué, Merlo, Martínez, Wilde, Monte Chingolo y CABA. Quizá por que en su momento intervino en las Invasiones Inglesas, fue héroe de la independencia, comandante de Fronteras y gobernador de San Juan, jefe del Parque a las órdenes de San Martín, edecán del gobernador Dorrego y luego de Rosas.

Manso, con su predilección por las cabezas lo define así:

“Es un hombre alto, no diremos que flaco, [ya que] ésta especificación conviene á los que tienen poca carne sobre sus huesos, Corbalan no tiene ninguno, sobre sus nervios secos y duros está pegada su piel amarillenta y enjuta como el pergamino. Es un viviente disecado. Por sobre la casaca militar que jamás despide, se pueden contar á treinta pasos de distancia, sus costillas, y las dos puntas salientes de las dos paletillas semejan los troncos de dos alas quebradas. Sentado Corbalan hace un número 5 perfecto, de pié es una “f” minúscula. Su cabeza sin un solo cabello, viste una peluca colorada que en las marchas formales del dueño suele quedar con el jopo de horizonte en la nuca del edecán, mientras la parte correspondiente á la nuca le sirve de visera. La forma de la cabeza es exactamente la de un queso de Holanda sin parte superior ó inferior".