El nuevo largometraje de Marcos Carnevale, Goyo, aborda la historia de un hombre con Asperger, dentro del espectro autista (Nicolás Furtado), que tiene una hermana (Soledad Villamil) que lo sobreprotege, y un hermano que le da rienda suelta (Pablo Rago) para que sea como él quiera. La madre (Cecilia Roth) se alejó y nunca lo entendió. Goyo trabaja como guía en el Museo de Bellas Artes y allí conoce a Eva (Nancy Duplaá), la nueva guardia de seguridad de la cual se enamora. El film es respetuoso con el tema y logra transmitir con honestidad la forma de ser y de manejarse de una persona con Asperger y también demuestra que quienes tienen esa condición poseen muchas más capacidades que algunos que no se sienten “diferentes”. 

"Goyo se enmarca en una serie de películas que vengo haciendo hace muchos años, basadas en personajes que para la gente son diferentes y eso es lo que dispara el conflicto de todas las tramas que vengo contando. Pero siempre estoy contando, en realidad, no al 'diferente', sino al que está mirándolo y señalándolo como diferente. Y el cuento recae sobre ese que es modificado por la realidad que se le presenta, que es el diferente; en este caso, Goyo”, cuenta Marcos Carnevale sobre la película que se estrenó el jueves en algunos cines comerciales y que, a partir del 5 de julio, se podrá ver por Netflix.

-Hiciste una investigación sobre el Asperger. ¿Cómo fue ese trabajo?

-Primero, quería ver ese "diferente" dónde se enmarcaba y me llamó mucho la atención porque conocí a gente con Asperger, dentro del espectro autista, con altas capacidades. Y vi gente que tenía una mirada que es la del no juicio. No tienen juicio. Ellos observan la realidad de una manera casi objetiva, diría, aunque no existe una realidad objetiva, sino que la construimos entre todos. Pero ellos tienen una mirada muy objetiva sin juicio. Eso me pareció interesante porque creo que el mal que tenemos los neurotípicos es que estamos juzgando todo el tiempo. Decimos: "Es gordo, "Es flaco", "Es lindo" , "Es feo", "Es gay", "No es gay". Y ellos no. Por ejemplo, me han dicho: "Ella vive en Parque Patricios y él vive en Recoleta. Ella es mayor y él es menor. Ella es guardia de seguridad y él es un guía muy culto del Museo de Bellas Artes". Y él no ve esas diferencias. El ve una mujer. Pero cualquiera de nosotros sí ve todas esas diferencias.

-¿Cómo trabajaron la composición de Goyo, el personaje de Nicolás Furtado? ¿Tuviste algún tipo de asesoramiento?

-Sí, sí. Primero, trabajamos con tres asociaciones especializadas en el autismo y el Asperger. Tuvimos a Alejandra Orlandi, una terapeuta que estuvo muy mano a mano con Nico y conmigo trabajando en la construcción de Goyo. Previamente, había trabajado con la fundación Discar, cuando hice la película Anita y me habían asesorado mucho en cuanto a cómo es la característica del Asperger. Yo elegí un Asperger, dentro de un espectro, donde hay miles de colores. No hay una sola manera de ser. Yo elegí éste. Primero lo fui construyendo creativamente a conveniencia de la película y les decía: "¿Es factible? ¿Haría esto? ¿Pensaría esto?". Y eso fue antes y durante el guión. Yo les iba mandando el guión y ellos me iban comentando. Y lo mismo hicimos cuando Nico lo leyó, lo interpretó y lo entendió. Y cuando empezamos a ensayarlo a Goyo, a ver cómo caminaba, cómo hablaba, cómo gestualizaba, ahí ellas intervenían también y Nico tuvo su feedback inmediato.

-El personaje de Pablo Rago lo trata de igual; en cambio, el de Soledad Villamil lo sobreprotege y hasta lo asfixia. ¿Cómo trabajaste las problemáticas del entorno familiar?

-Todo eso existe en el entorno de una persona que tiene esas condiciones. Existe el que te sobreprotege porque teme que no puedas hacerlo, te trata como a un niño, como a un tonto, a veces, y tiene miedo de que estés en riesgo, de que pase algo. Es muy de madre eso también. Y no tenés que tener necesariamente Asperger para eso. Es interesante también el personaje de Cecilia Roth, que es una madre que lo ama, pero que no puede con su condición porque no entiende qué le pasa al hijo, ni el hijo entiende por qué esa madre quiere ser madre. Entonces, el rol lo ocupa el personaje de Soledad, que no fue madre, y un poco lo adopta a su propio hermano y lo materna. Y alguien como el personaje de Pablo también existe en este mundo. Es el que no ve la diferencia y trata de igual a igual, no subestima y da rienda suelta para que te hagas en el mundo. Le dice a la hermana: "Soltalo, deja que viva, y si se pega un palo, bueno, todos nos pegamos un palo".

-¿La pensaste como una película que derribe el muro de la discriminación?

-Es la intención que pongo en todas mis películas. Trato de que la pantalla se convierta en un espejo, donde yo te muestro que estamos siempre señalando y que no está bien porque todos somos imperfectos, a todos nos falta algo. Cuando hice Corazón de León, con el enano, era lo mismo: todos somos un poco enanos. Todos somos un poquito Asperger. A todos nos falta algo y siempre por algo nos van a señalar. Entonces, no tenemos autoridad moral para señalar a nadie.

-¿La idea de presentarlo como un ser muy humano tiene que ver con su problemática o más bien con su personalidad, independientemente de su padecimiento?

-Es que no padece. El es. El no tiene la mirada que nosotros tenemos de él. El no se da cuenta de que tiene carencias. Dice de Van Gogh: "No estaba loco, tenía una manera diferente de ver el mundo". Y él ve el mundo de una manera diferente.

-¿Cómo observás la actitud de la sociedad respecto de los seres con autismo? Uno viaja en el colectivo o en el subte y ve mucho mal humor y, a veces, esa intolerancia se puede traducir en un rechazo a personas que tienen una determinada problemática de salud que, por ahí, se cruzan en la calle.

-Sí, pero siempre ocurrió. Siempre el "diferente" fue tratado como diferente, fue apartado, bullyngeado, discriminado, pero no por Asperger: por gay, por judío, por vivir en la villa, por ser extranjero, por montones de razones. Siempre pertenecer a la generalidad es un lugar seguro. Por eso, todos se cortan el pelo del mismo modo, se visten del mismo modo y si hay chupín vamos todos por el chupín. La manada te protege.

-¿Y crees que la sociedad argentina es discriminadora en relación a estos temas o se generó conciencia?

-Hemos crecido mucho, ahora hay información y hay generaciones que vienen con la cabeza mucho más abierta, son más tolerantes, pero los argentinos somos muy opinadores, juzgadores, señaladores, miramos mucho al otro. la mirada del otro nos importa mucho, pero somos de lengua suelta. Decimos cualquier cosa y después cuando nos pegan, no nos gusta que nos peguen. Yo creo que la gente que está dentro del mundo de las diferencias la pasa mejor que antes, pero todavía, aunque haya un discurso políticamente correcto, no sé cuán cierto es internamente eso. A veces, no es muy honesto.