Mientras aguardaba la hora, el domingo pasado, de guiar el recorrido por su celebrada exposición individual Conexión directa, Verónica Orta no pudo eludir la reflexión sobre cómo dialoga su obra con la muestra de la sala de enfrente: Parabla, de Mele Bruniard. Lo primero que salta a su sensibilidad es la madera: los tacos de grabado de Mele, su eco en las cortezas de Orta. Se trata de dos artistas del grabado que desde diferentes generaciones y lenguajes, pero partiendo de la misma técnica, abordan obsesiones más o menos comparables. Otro paralelismo está dado por la diversidad experimental de medios y formatos: estampados textiles y cuadernos con dibujos y textos manuscritos en Parabla, además de la estampa en papel más convencional; en Conexión directa se viaja a media luz entre instalaciones, experiencias en los bordes de la fotografía, dibujos, papeles colgantes tan inmensos como frágiles, y muchos objetos naturales encontrados. El que las dos exposiciones tengan una curaduría y un montaje de excelencia, sensible, amigable con la sensibilidad del público, garantiza una experiencia estética regocijante. Cecilia Lenardón, artista y psicoanalista, es la curadora de Conexión directa, que suma el diseño de luces y mobiliario en la primera sala por Matías Pepe; Parabla fue curada por Romina Garrido y María de la Paz López Carvajal, con elocuente texto por Laura Spivak.
"La muestra intenta desarrollar un diálogo de igual a igual con la naturaleza", contó a Rosario/12 Verónica Orta. Si se exceptúa ese tan contemporáneo y post-antropoceno "de igual a igual", tal vez diría algo parecido Mele si viviera; tal vez no. En ambos casos se trata de poner en escena, en distintas formas, una ficción de que los animales, las plantas y las piedras escriben y hablan. La cita de Vinciane Despret en un texto de sala viene al caso: "La escritura -continúa Serres- es el trazo de todos los seres". Por su parte, Orta se propone: "mediar para que surja la lengua de las plantas". Y las espinas que ha juntado y acomodado en el papel parecen rasgos cuneiformes arcaicos.
La técnica gráfica elegida por Mele Bruniard (1930-2020) es la xilografía, que depende de la madera de los árboles. Esa técnica indirecta posibilita una obra múltiple, como todo el arte de la gráfica. Permite crear estampas haciendo pasar por una prensa una matriz de madera desbastada y entintada. Desbastar el taco de madera con la gubia es un trabajo paciente. Se parece a la acción de los insectos que han ido comiendo sus anómalas caligrafías dentro de las cortezas en la muestra de al lado. Mele guardó sus tacos, con sus rastros de tinta y del filo que excavaba. Cuelgan en las paredes junto al resultado, en una sabia decisión curatorial, tan sensible como didáctica. Esto habilita la pregunta, absurdamente poética: ¿cuánto hay de animal o de insecto en quien graba? (No están, pero sí como espectro, sus dibujos secretos de plantas e insectos fabulosos).
"La primera sala es un espacio de lectura, de ahí la elección de la mesa de Rodchenko que emula a la del Club obrero", cuenta Orta en referencia a la versión de un mobiliario creado por Alexander Rodchenko para un proyecto de biblioteca popular en el contexto del socialismo soviético. La mesa está pensada para la lectura y la conversación; las múltiples funciones eran una preocupación de los constructivistas como Rodchenko, apunta la artista, quien se propuso: "Dar la idea de que esas cortezas están allí para ser leidas y también tocadas. En cuanto a los cianotipos de las repisas son una copia directa de espinas de rosas, piedras, pétalos de agapantus que se desarrollan linealmente intentando configurar una suerte de fraseo. Lo mismo con los ordenamientos de la pared del fondo donde espinas de tuna, aguijones de palo borracho, hojas de olivo se disponen sobre la hoja, quizás como partituras o códigos para ser interpretados", dice.
La naturaleza escribe en un idioma perdido: esa es la ficción, o mejor dicho, la alegoría que se construye en Conexión directa. Unos jazmines flotando en el agua cobran la forma fotográfica del registro de un avistamiento. Lo que nos es dado a leer y debatir en la mesa son cortezas, en cuya superficie cóncava interna el tiempo, la fauna y los elementos han trazado sus inscripciones. El camino de un insecto en la madera semeja una escritura; fragmentos de un manuscrito milenario encontrado, expuestos para que los descifremos. Esta muestra tiene que estar en un museo y el museo tiene que estar dentro de un parque. El gesto es el de la ciencia. La disciplina es el arte contemporáneo.
He ahí el trazo de la gubia; he aquí la huella del gusano. Se diferencian y se parecen. Mirémoslos desde los ojos de este tiempo abismal, cuando estamos o parecemos estar a punto de enredarnos sin retorno en la máquina. Cada una desde su generación, Orta y Bruniard nos comunican otra idea del tiempo, no como vértigo sino como un vacío disponible para ser llenado. La delicadeza con que se articulan en la muestra de Mele las maderas, los papeles y los estandartes de tela de tapicería con imágenes iterativas de retratos, astros, manuales de quiromancia y animales parlantes, remite a dos modos del pasado: la infancia en Reconquista (cuyo indeleble entorno agreste se espeja en los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga que supo ilustrar) y un imaginario... ¿medieval?
El anacronismo, rasgo central del arte de vanguardia según lo cataloga Hal Foster en sus tesis sobre el surrealismo, está presente en ambas artistas santafesinas. Orta, según el texto de catálogo de Lenardón, emula las acciones de "descubrimiento y catalogación" de "los expedicionarios naturalistas de mediados del siglo XVIII". En la Edad Media, los saberes eran otros. Los animales podían ser juzgados y las hadas danzaban en ronda. Escolásticos de toda calaña fantaseaban con un Edén donde Adán, Eva y las demás criaturas se comunicaban entre sí en una "fabla sensual". De ese orden parecen las palabras que Mele escribía en los grabados que luego formaron parte de su libro Bestiario (1999). Vienen de una niñez junto a la naturaleza en que el oído hacía de todo grito un llamado, y de todo llamado una palabra. La recuerdo en su casa taller pasando las hojas de sus cuadernos y leyéndose en voz alta, es decir, jugando a emitir los sonidos de aquellas letras y sílabas que ella dibujaba. Eran cantos agudos, alegres graznidos que remataban en risa. Mele Bruniard tenía toda la selva en su garganta.
Una sala rescata los cuadernos de Mele: lomos floridos, una modernidad íntima en las páginas. Hay cuentos y breves ensayos escritos a mano en letra diminuta, sin ambición literaria o tal vez con ella, entremezclado el texto con los dibujos coloridos: manuscritos iluminados, ¿medievales? Las piezas de la muestra fechadas hacia 1970 nos enseñan algo: en el principio pudo haber sido la historieta. Lo que el bicho "dice" está escrito junto a su plumaje o pelaje, como un globito. Uno de sus retratados, de sus "Testigos", fue el Negro Fontanarrosa. Otros son Mele misma y su esposo, el pintor Eduardo Serón.
Narra Orta: "Las obras del pasillo son escrituras gestuales, caligrafías con ramitas, flores, espinas donde intento que las herramientas produzcan sus mensajes. Intento mediar para que surja la lengua de las plantas; con los quimigramas que están enfrente sucede lo mismo, en vez de escribir con tinta china lo hago con los químicos de la fotografía analógica. Con fijador en algunos casos, con fijador y revelador en otros, sobre papel fotográfico. Y en la última sala está ese friso blanco que son frottages sobre troncos de palo borracho, que al verlos caminando por efecto de la luz semejan una constelación o un mapa celeste (me gusta verlo así); en las paredes laterales, cuatro gofrados con las marcas de hojas y ramas. La elección de materiales son cosas que me atraen y que recolecto caminando, elementos naturales que fui juntando en un período aproximado de cinco años. Son recolecciones de caminatas silenciosas por nuestro territorio".