En una nota introductoria a su novela La rompiente del año 1987 (que además de ser el “Itinerario de una escritura”, tiene, por momentos, el tono de un manifiesto modestamente desafiante) Reina Roffé enumeraba las múltiples razones que se pueden tener para escribir literatura, inclusive, para no hacerlo. Son tantas que uno está tentado de pensar –astucia retórica mediante- que no hay ninguna. Pero también hay que saber analizar la enumeración. No son infinitas esas razones. Y, lo importante: sean cuales fueren, sea como sea, tienen que generar una práctica de escritura. Después de escribir, después de publicar, inclusive, se puede volver sobre las causas y motivaciones. En cierta medida, Roffé llevó adelante ese itinerario: primero publicar. Después, volver sobre las huellas.

“Sé que se escribe por muchas razones: para hacerse notar, para paliar la angustia, para tener un lugar, por gusto, por disgusto, por vanidad, para aniquilar a los fantasmas, para darles vida, porque se habla poco, porque se desea que los demás hablen de una, para taparles la boca, porque se fracasó como bailarina de ballet, por audacia, para no morir, para morirse tranquila, para pasar el rato, para que pase algo, para nada. No sé exactamente por qué escribo, ni tampoco si tengo razón de hacerlo, pero lo cierto es que desde la década del 70, cuando di forma a mi primera novela, no he abandonado la escritura, aunque algunas veces he sentido que la escritura me abandonaba a mí”.

Cabe añadir: en esa misma nota, Reina Roffé reflexionaba en los siguientes términos acerca del recorrido propio: “El peligro de hacerle los deberes a los demás, obedecer las presiones externas a costa de contravenir la pulsión interna, en un esfuerzo inútil que se vuelve contra la propia escritura y estanca el proceso creativo”, advierte.

El escritor se vuelve cazador de sí mismo, lo que no implica negar lo anterior, aquello escrito bajo otra voz, en otros contextos. Reina Roffé es de la estirpe de los que, en un momento, se plantaron frente al espejo a mirar con atención. Hacia adentro, más allá del reflejo, traspasándolo.

Efectivamente, en los 70 había dado a conocer dos novelas disruptivas -en parte de “época” y de moda, pero a la vez muy personales- como Llamado al Puf y Monte de Venus- que, de tanta disrupción y realismo audaz, atrajeron la atención y las iras de la censura, sobre todo la segunda, que apenas publicada fue retirada de circulación. Pero con La rompiente, sin dudas, comenzó un camino de revisión y autoreflexión que no sólo ya no abandonaría, sino que (como varias de las “muchas razones” esgrimidas para escribir) reverbera sin ruido y de fondo en estos relatos de soledad y desarraigo que conforman el volumen Vivir entre extraños.

La obra de Reina Roffé se completa con El cielo dividido (novela de 1996 que puede leerse en línea directa con la ruptura de La rompiente), El otro amor de Federico: Lorca en Buenos Aires, los cuentos de Aves exóticas: Cinco cuentos con mujeres raras, y los atendibles ensayos y trabajos periodísticos Las mañas del zorro (sobre la figura y la obra de Juan Rulfo), Conversaciones americanas y Voces íntimas. Hace poco el volumen dedicado a Rulfo fue reeditado por Mil Botellas, recolocando un libro heterodoxo y vital sobre el más enigmático de los escritores latinoamericanos.

CASI UNA NOVELA

Ser autoreflexivo o autoreferencial, intimista y hasta confesional en los matices más sutiles del tono antiheroico de los textos, no significa ser salvajemente autobiográfico ni querer establecer una empatía lectora a partir del famoso “pacto autobiográfico”: yo te cuento mis flaquezas, angustias y desgracias para que tú puedas identificar tus propias flaquezas, angustias y desgracias. De hecho, en Vivir entre extraños hay textos en tercera y en primera persona, y no significa que eso sea una marca segura de mayor o menor aproximación a las profundidades verídicas del yo. Esto tampoco significa que ni la autora ni los lectores no sientan la palpitante presencia de lo vívido (vivido o no exactamente a lo que se cuenta) y, como dirá Roffé más adelante, en definitiva, vida y literatura están tan entrelazadas en su cotidianeidad desde hace tanto tiempo, que ya no podría narrar/se sin hacer literatura.

En fin, que hay de todo, aquí, en estos cuentos, y sería un error perderse en los laberintos de la verdad, los recuerdos y el giro autobiográfico cuando la riqueza y la eficacia brotan, precisamente, de la verdad de la vida y la potencia de la ficción. Las pistas están en el subtítulo (muy pocos libros de literatura echan mano del recurso del subtítulo), “Relatos de soledad y desarraigo”. Después, los vínculos familiares, sobre todo los de madres e hijas, los choques culturales y hasta civilizatorios (en particular cuando le toca al narrador ocupar el lugar del subalterno), el desarraigo y sus múltiples caras, los extremos (desde los climáticos hasta los verbales, como en el brillante “La familia de Ángela” y el espeluznante “Sueños, nada más”) hacen el resto, dan extrañeza, consistencia y fuerza expresiva al conjunto.

Cuentos que nos hacen olvidar que son cuentos, tan lejos se hayan de los reglamentos, los decálogos y las consignas de taller. Tanta materia propia en manos de una autora tan observadora como autocrítica, no podía fallar: una colección de siete cuentos antológicos, pero con yapa. Además, son casi una novela, no solo por estar protagonizados por un mismo yo sino por la unidad de atmósfera, esa que campea en título y subtítulo: extrañeza, soledad, desarraigo.

“Sí, claro, la unidad existe” confirma Reina Roffé cuando se le consulta acerca de esta complementariedad cuento/ novela, “y lleva a pensar que es una novela hecha de cuentos, porque cada relato funciona como una narración cerrada. Creo que lo da cierto clima y el tono confesional muy presente. Pero también el personaje de Ángela que aparece en varios relatos y funciona como un elemento integrador. Entonces, advertimos que cada cuento narra distintos momentos de una misma protagonista. Incluso en el último, ‘Sueños, nada más’, ya que podemos asociar a la madre que aparece en éste con la hija del primer relato, ‘Vivir entre extraños’. Hay hilos comunicantes muy fuertes”.

DIVIDIDOS

Destacar atmósferas comunes a los cuentos, unidad novelesca y cualquier otra tendencia que la mirada crítica detecta a posteriori, no significa renegar de las contingencias y vaivenes del tiempo y los viajes, los desarraigos y casi todas las formas posibles del exilio que encuentran eco en Vivir entre extraños. Por eso, a pesar de cierta noción de “proyecto literario”, Reina Roffé puede dar cuenta de un itinerario más contingente y hasta azaroso que la fue guiando, y convocando alrededor de los temas de la relación con el país natal, los lazos de familia, el lugar de residencia.

“Estos cuentos, a excepción de ‘La familia de Ángela’, los escribí hace mucho tiempo y estaban en una carpeta de mi computadora con otros materiales inéditos” señala. “No sé si te diste cuenta de que, el primer relato, que da título al libro, tiene una fecha, 1999. Y, en otros, aparece el año 2001, tan significativo para los argentinos, con una crisis económica que propició la confiscación de los ahorros, el triste corralito. Un año en el que pasaron muchas cosas tremendas. Entre otras, el atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York, contra el Pentágono en Washington, contra un avión en Pensilvania. Más de tres mil muertos. Poco después, Estados Unidos y sus aliados invadieron Afganistán. Fue en ese período, cuando se acaba el siglo XX y comienza el XXI que, con un mismo aliento, de pesar y decepción, comienzo estas narraciones. Se había roto en mil pedazos la posibilidad de un nuevo siglo o milenio que fuera realmente auspicioso. Ahí sentí que mis planes de volver a Buenos Aires se veían nuevamente entorpecidos por la realidad social y política”.

Es notable cómo se puede mantener la unidad del clima o la atmósfera de una escritura cuando, en definitiva, como lo resumiste, se ve interferida por tantos fragmentos de realidades disímiles.

-Aunque son narraciones independientes, tienen un mismo clima, una impronta similar, son como episodios de un mismo sistema narrativo surgidos por la necesidad de indagar, en un momento especialmente crucial, la relación con el país natal, con la familia y con el lugar de residencia. Eso me llevó, desde luego, a revisar mi comportamiento, mi forma particular de ser y de actuar, de relacionarme con los demás. Y en cuanto al cuento “La familia de Ángela”, tenía apuntes y había escrito parte de lo que ocurre entre los comensales en la Nochebuena del 2001, pero faltaba desarrollo y necesitaba un detonador, un cross a la mandíbula. Fue el año pasado, a raíz de un encuentro en un bar con gente que conozco desde hace algunos años, cuando alguien de ese grupo (yo era la única extranjera), de repente, sin que viniera a cuento de nada, me preguntó cuál era el origen de mi apellido. Me sentí interrogada por la Gestapo. Volví a casa y terminé el cuento.

Esas constantes experiencias de tránsito, de pasajes de un lugar a otro, de “dos mundos” fatalmente conectados, me hizo pensar que sin ser “cortazarianos” en el estilo, hay una matriz ahí para vos. Pienso en “Lejana”, en “El otro cielo” ¿Es así?

-En este sentido, en el que vos indicás, sí. En mi narrativa, no sólo en estos relatos, ocupa lugar el binomio “el lado de acá” y “el lado de allá” de Rayuela o esos mundos paralelos o pasadizos que son como las galerías que aparecen en “El otro cielo” o el puente en “Lejana” que indican, entre otras cosas, que se puede estar con los pies en un lugar y con el alma en otro, que nuestra realidad ya no es compacta y única, sino que está dividida o se mece, en un vaivén constante, entre dos espacios que se chocan y producen combustión.

¿Qué peso le atribuís a los aspectos que cualquier lector, al leer los cuentos y seguir tus recorridos, podría considerar directamente autobiográficos?

 

-Un lector ingenuo puede creer a pie juntillas, asociando mis datos biográficos, los que aparecen en las solapas de los libros, que estos relatos son esencialmente autobiográficos. Bien, yo le diría que las escrituras del yo, la literatura de lo íntimo, aquella que aborda lo personal, son consideradas un género literario, porque generalmente derivan en textos de ficción. Por otro lado, le aseguraría que me resulta imposible hablar de mí sin hacer literatura, sin trastocar hechos y situaciones, sin incorporar una puerta condenada o unas flores artificiales que giran en dirección a la luz, sin insertar lo inesperado, lo que llega de la orilla más oscura, todo eso que constituye un cuento, una novela. El acto de escribir es siempre un acto de creación.