Después de subir el dólar 118 por ciento en el inicio de la gestión, después de descargar un ajuste fiscal descomunal sobre las espaldas de la sociedad, después de hundir la economía en una recesión mayúscula, el Gobierno se topó otra vez con el mismo problema: cómo cerrar la brecha externa. Es decir, cómo estabilizar el tipo de cambio cuando el mercado, agentes económicos poderosos y el Fondo Monetario Internacional presionan por la liberalización del cepo y por una nueva devaluación.

Los anuncios de este viernes del ministro de Economía, Luis Caputo, y del presidente del Banco Central, Santiago Bausili, intentan neutralizar esas demandas con la profundización de la receta aplicada hasta ahora. Al ajustazo fiscal se suma el torniquete monetario, con el plan de emisión cero y la suba de las tasas de interés, lo que configurará un escenario todavía más recesivo. 

La promesa de recuperación en V quedó para más adelante. En el mejor de los casos, en la lógica oficial, para el primer trimestre de 2025, lo que aún le daría tiempo para mostrarse competitivo en las elecciones de medio término. El segundo semestre de este año seguirá con la paz de los cementerios, a fin de evitar que crezca la demanda de dólares para pagar importaciones y generar saldos exportables con lo que no se consume internamente, como por ejemplo la carne o los lácteos.

La tolerancia social a esa estrategia vuelve a ser un factor clave. La capacidad del Gobierno para administrar esa presión y ganar tiempo a la espera de que el programa en marcha genere los equilibrios macroeconómicos que persigue y, junto con ello, se avance en un nuevo acuerdo con el FMI que provea fondos frescos, será puesta nuevamente a prueba. Caputo explicó anoche que en la visión oficial, eso es mejor que lanzarse al vacío con una apertura del cepo que ocasionaría problemas mucho más graves.

En ese punto, el ministro utilizó el argumento de los opositores que lo cuestionaron por la devaluación con que arrancó el gobierno, quienes le advertían que esa medida solo traería más inflación, menos actividad y amplios perjuicios para las mayorías populares. Pasados seis meses, los desafíos cambiarios ocupan otra vez el centro de la escena.  

Más brecha

En el mercado está instalado que el tipo de cambio actual se fue atrasando por el alza de la inflación, con lo cual se necesita una devaluación que lleve el dólar mayorista desde los 912 pesos actuales al rango de 1350 pesos, que es el nivel de las cotizaciones financieras, como el contado con liquidación. Revertir esas expectativas no será sencillo para las autoridades. 

Una consecuencia de esa diferencia entre lo que esperan los agentes económicos y la decisión del Gobierno de evitar un nuevo salto cambiario es la ampliación de la brecha entre la cotización oficial y las financieras. Esa diferencia era superior al ciento por ciento en el final del gobierno anterior, llegó a bajar a menos de 20 por ciento con la devaluación inicial de esta administración, y hace más de un mes que viene escalando hasta el 46 por ciento actual.

"De acá en adelante seguramente veremos una ampliación de la brecha. En una lógica de restricciones cambiarias como las que se vienen aplicando, el Gobierno puede evitar la devaluación del dólar oficial, pero no podrá esquivar el alza de las otras cotizaciones", evalúa Alejando Vanoli, ex presidente del Banco Central. Eso tendrá algún impacto sobre el índice de precios al consumidor, no tan grave como una devaluación del oficial, pero de todos modos resultará una complicación para la otra pata central del plan económico: la baja de la inflación.

Si la inflación no cede como pretende el Gobierno al 2 o 3 por ciento mensual, la percepción de atraso cambiario con un dólar que aumenta 2 por ciento por mes se irá agrandando. Eso genera consecuencias. La primera que salta a la vista es que la liquidación de la cosecha se ubicó por debajo de lo previsto, lo que constituye otra manifestación de la presión por una devaluación.

"En junio el Banco Central debería haber incorporado entre 1000 y 2000 millones de dólares a las reservas, para no poner la vara muy alta, y en lugar de ello terminó con saldo negativo de 88 millones", ilustra Vanoli.

FMI

"La apuesta del Gobierno es consolidar la desinflación, aguantar sin devaluar el resto del año y llegar a un acuerdo del FMI que le acerque dólares frescos. Es posible que Milei prefiera cerrar las negociaciones después de las elecciones de noviembre en Estados Unidos, con la expectativa de un triunfo de Donald Trump", agrega el ex banquero central.

En esa línea, el Gobierno abandonó la idea de la dolarización y el cierre del Banco Central y avanza con la hoja de ruta que trazó el FMI en su último staff report, con nuevas reglas monetarias, tasas de interés positivas, ajuste fiscal y un sendero de salida del cepo cambiario para llegar a una flotación administrada como en Perú o Uruguay, interpreta el economista.

"El Gobierno es estratégicamente dogmático, ya que busca avanzar con el ideario neoliberal a ultranza, a pesar de que el mundo va al proteccionismo, pero tácticamente se muestra pragmático. Es capaz de hacer lo que desprecia con tal de acumular capital político", indica.

Con esa impronta, el equipo económico busca evitar una nueva devaluación, porque sabe que lo haría volar por los aires, ya que la inflación se volvería a disparar y sería difícil sostener el apoyo social. El camino alternativo que anunció anoche, acorralado por sus decisiones previas, generará más recesión y crecerá la brecha entre el dólar oficial y los financieros. La incógnita es si con eso le alcanzará para que el dólar oficial no pegue otro salto.