“Dicen que viajando se fortalece el corazón”, afirma Litto Nebbia sin tener el apoyo de la academia de cardiología, “porque andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior”. Ahí me permito disentir, ya que creo que la memoria de los caminos anteriores deja necesariamente huella y hace a nuestra manera actual de caminar. Pero cuando dice “ojalá que esto muy pronto suceda”, vemos que eso de borrar lo anterior era un deseo. Y todo deseo es de algo que "aún no ocurrió, pero estaría bueno que ocurriera”, con lo cual se esfuma la “garantía de olvido".

Se trata de deseo, no de realidad. Y estaría bueno, al menos para aquellos y aquellas que queremos “la mejor vida posible, y encima, que sea esta misma”, poder distinguir una cosa de la otra. Porque, cuando hay confusión, ya sabemos quién gana.

La diferencia entre deseo y realidad es quizás una de las claves de lo que nos está pasando. “Ojalá que llueva café”, pedía Juan Luis Guerra hace treinta años; “ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan, para que no las puedas convertir en cristal”, dice esa hermosísima canción de Silvio Rodríguez, quien, con total conciencia de que se trata de un deseo, propone “ojalá que el deseo pueda salir sin ti”; “ojalá que sea la hoja”, nos cantaba en la infancia el eslogan de una conocida marca de yerba mate. Todos esos "ojalá" son deseos: unos utópicos, otros metafóricos, otros marketineros, pero en todos los casos concientes de que “si quiero que algo ocurra, es porque todavía no ocurrió”.

Así eran las cosas antes, queridos milenials de 16 a 80 años: uno pedía tres deseos “antes” de soplar las velitas, solicitando algo que “aún no había pasado”, o “para que volviera a pasar”, pero en el deseo siempre estaba la incertidumbre presente: “ojalá que…”.

Pero el tiempo pasa, y aunque no lo cante Milanés, nos vamos poniendo… ¿viejos, zombies, tecnos, virtuales, pubertarios? No lo sé, lo cierto es que cada vez toleramos menos la frustración, la espera, el delay, y, cuando es inevitable, simplemente los negamos.

Creemos que “basta con que lo deseemos para que sea real; no importa si desafía las leyes de la cultura, de la historia, o incluso de la mismísima biología”. En realidad, no todos creemos eso. Pero el poder hegemónico nos hace creer que sí, que lo creemos, o que deberíamos creerlo para estar “adentro”, o que, si no lo creemos, disimulemos para que “todos” crean que sí.

El “must”, “lo fashion” es “ser visible”. El sistema te asesora, te entrena, te couchea, te maquilla, te viste y te “loockea” para que seas visible (vi-si-ble, no "visto"). Pero eso no incluye "ser escuchado”. Ese es un servicio mucho más caro, casi inaccesible y de resultados igualmente inciertos. Pero, además, te instruyen: “¿Para qué querés ser escuchado, si lo que se escucha se olvida en un instagrazo, y 'una imagen vale más que mil palabras'?”.

Después, si ganan los pubertarios, no se quejen.

Decía un cotizado autor que “los vínculos amorosos antes eran sólidos, y ahora son líquidos”. No estaba considerando, quizás, que “líquido” y “sólido” eran dos estados de la misma agua, a distintas temperaturas y en distintos tiempos. Podríamos decir que “todos los vínculos que llegaron a sólidos nacieron líquidos, pero los involucrados se permitieron el tiempo y el conocimiento necesario para solidificarlos”. No digo que esto no ocurra hoy en día, pero “no es fashion, está casi mal visto”. “No parece haber tiempo para solidificar, para pensar; mejor miramos la tele o las redes y que se encarguen ellas."

Conozco profesionales, UBA (pública y gratuita siempre, vale recordar), de más de 60 años de edad, clase media cómoda… o… incómoda, ya que desde hace unos meses están viviendo de sus ahorros, gracias al Gobierno que afirman haber votado porque “había que salir de eso…”. Cuando les pregunto qué era exactamente “eso”, obtengo respuestas ambiguas, o directamente nada, como si no hiciera falta, como si fuera obvio, como si yo estuviera en falta por mirar otro canal, o ninguno. Están viviendo de sus ahorros y “celebran” que sus hijos disfruten de cierto éxito… a unos cuantos miles de kilómetros.

No sé qué pensará usted, lector, pero yo, a la gente que quiero, la quiero cerca. De ser posible en el mismo país, en la misma ciudad, en el mismo barrio… Bueno, a unas cuadras de distancia, como para preservar intimidades, eso sí. Y cuando digo “en el mismo país”, me refiero a este, a la Argentina.

Algunes se rasgan “las investiduras” por el auge de la ultraderecha en Europa o Estados Unidos, o por las atrocidades medioorientales, y no digo que eso esté mal. Pero a tres cuadras –o quizás a tres metros de sus casas– hay personas que la están pasando horrible, y parece que es muy difícil identificarse con ellas, entender que son los que se cayeron más rápido del Titanic, que al final se hunde con todos, los de adentro y los de afuera.

Hay quienes dicen “hay que darle tiempo al gobierno” y quienes dicen “nuestros representantes van a impedir que hagan lo que quieran”. Sin embargo, el Gobierno ya demostró que actúa rápidamente; y muchos de los/las representantes muestran día a día que decidieron “darle tiempo al Gobierno para que se caiga solo”, mientras desarrollan un máster en “Denunciología”.

Como canta Litto Nebbia, “creo que nadie puede dar una respuesta, ni decir qué puerta hay que tocar; creo que a pesar de tanta melancolía, tanta pena, tanta herida, solo se trata de vivir”.

Sugiero acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Los panquequitos”, parodia de temas populares de los '60-'70 de Gaby Fofó y Miliqui: