"Nunca vi un experimento social en vivo para generar consumos problemáticos con adicciones como el de hoy", afirma Federico Pavlovsky. En diálogo con Buenos Aires/12, expone las características del nuevo sistema de captación de la atención de los jóvenes que acarrea un fuerte incremento en la ludopatía infantil en los últimos dos años. En la provincia de Buenos Aires afloran los casos de menores que apuestan en sitios online y las consecuencias son trágicas: ya hay suicidios.
Médico psiquiatra y al frente del Dispositivo Pavlovsky para el tratamiento de consumos problemáticos, es especialista en el tratamiento de adicciones. En 2010 abrió su institución y en breve saldrá a la luz su último libro titulado "Apuestas online, la tormenta perfecta". Allí, expone que la humanidad atraviesa una era de shock cultural, envuelta en una maraña de algortimos que tienen como premisa definir cómo deben ser las personas.
En este marco, emerge la problemática de las apuestas compulsivas y la ludopatía infantil. Sus efectos se perciben en la provincia , tal como lo viene relatando este medio. Varios legisladores, desde Unión por la Patria, la UCR, el PRO e, incluso, La Libertad Avanza, están trabajando en proyectos que protejan a las infancias.
Desde Lotería de la provincia, su presidente, Gonzalo Atanasof, explicó a este diario la gravedad del crecimiento del juego online ilegal y aseguró que el 80 por ciento de las apuestas se hacen en sitios ilegales. Esta falencia es producto de la falta de barreras que blinden al país del ingreso de sitios de apuestas que no cuentan con licencias para operar en las provincias. Esta tarea le compete al Gobierno nacional y aún no hay respuestas concretas.
Por su parte, la senadora pergaminense Laura Clark ya encendió una de las primeras alarmas. En su contacto con especialistas y familias de cara al desarrollo de un proyecto de ley que fortalezca la prevención sobre los jóvenes y la ludopatía se encontró con dos casos de suicidios en menores de edad por problemáticas vinculadas al juego compulsivo.
Según la experiencia de Pavlovsky, los años posteriores a la pandemia trajeron una oleada de consultas.
—¿Hay indicadores que lleven a afirmar que hay un fuerte incremento de la ludopatía infantil?
—Yo fundé en 2010 una institución. En ese momento, el motivo de consulta era, centralmente, la dependencia a la cocaína, al alcohol y el policonsumo. En los últimos dos años se incorporó al inicio del tratamiento dos motivos que nunca pensé que iba a ver: la ludopatía infantil y el consumo compulsivo de pornografía en chicos de 16 y 17 años. Y hay que reconocer a quienes fueron los primeros en ver este problema, que son los docentes en las escuelas.
—¿Hay un nuevo perfil de ludópata virtual que se perciba en los chicos?
—Es un perfil de comportamiento. Están encerrados y con variaciones anímicas. Al consultorio llegan con síntomas de depresión o con fantasía suicida porque de golpe le deben ocho millones de pesos al padre que gana un millón por mes. Y cuando se trata de sitios ilegales, llaman a los padres. Las adicciones se terminan pareciendo mucho. Hoy tenés algo que va más allá de un grupo de adictos a un costado y que hay que internarlos, se trata de una generación consumiendo a partir de la problemática de las redes. Todavía no se ven todos los efectos. Aumentan las tasas de depresión y de ansiedad, es una generación donde cambia la lectura sobre uno mismo a partir de las redes.
—¿A qué se refiere?
—A veces lo virtual nos parece que queda en una nube, pero el compartimiento virtual tiene anclaje en realidad: hay vergüenza y ansiedad, por ejemplo. Hay que entender que, en el caso de los chicos, están en una etapa donde se están desarrollando neurobiológicamente. Hay un sector del cerebro que debe madurar para tomar decisiones complejas, y ese proceso termina a los 25 años. Hoy tenés chicos de 12 años apostando.
—¿Se repite un patrón en los adictos al juego?
—Hay como un loop o círculo vicioso. Primero hay conductas con la convicción de que tiene el control. Entonces juego, gano y me divierto. Ahí se instala el hábito del juego. Cuando uno empieza a jugar también gana, entonces la gran mayoría de los jugadores se sienten seguros de que tienen capacidad de ganarle a la máquina, saber el número que va a salir o el caballo que va a ganar. En este momento, deciden donde y cuando jugar. Pero como empezás a perder, se desarrolla la necesidad de jugar. Un deseo bajo un síndrome de abstinencia. Y después hay un paso más, y es cuando ya todo lo que me circunda entra en ese mundo de las apuestas. Ahí es cuando el chico juega a la pelota pero ya piensa en el resultado. Te encontrás con un pibe que apuesta a un partido de vóley en Japón o padres que te dicen que sus hijos se amargan o celebran el resultado de un partido del jugador número 500 en el ránking en un torneo de poca jerarquía en Italia.
—¿Por qué se dio este crecimiento en las apuestas on line en los chicos?
—Yo, como médico psiquiatra que se dedica a atender consumidores de drogas todos los días desde 2003, nunca vi un experimento social en vivo para generar consumos problemáticos con adicciones como el de hoy. Las apuestas on line no son ni el comienzo ni el fin del problema, son lo más grotesco. Lo que vive hoy en día es un experimento que algunos autores como Raymond Kurzweil hablan de una singularidad o un transhumanismo. Es el arribo de la humanidad a una etapa donde vamos a crear una fusión entre tecnología y ser humano, como un humano superior. Hay una fusión entre el mercado, el desarrollo tecnológico y las neurociencias para generar productos que compitan en el circuito de la atención. El objetivo es que te quedes enganchado. En este marco, para algunos, todo lo que se tenga que hacer o todo lo que se tenga que entrenar a los algoritmos es un paso necesario para alcanzarlo.
—¿Cuáles son las consecuencias de ese experimento que describe?
—Si en el medio los chicos se vuelven adictos al porno o chicas no comen por filtros de Instagram, o los influencers que simulan ganar premios para que los chicos apuesten, no importa. Siempre hay que entender que al cerebro le gustan las recompensas. Así como digo esto, también hay que saber que muchos juegan y no se enganchan. Es un porcentaje específico y menor, de alrededor del 10 por ciento, los que desarrollan una ludopatía infantil.
—¿Cómo se define una adicción y cómo se manifiesta en los más jóvenes?
—La adicción es un patrón que lleva tiempo y que se va dando en etapas. Lo que vos terminas viendo es que la persona empieza a ser tomada por una serie de comportamientos disfuncionales, erráticos y contraproducentes contra sus propios intereses y que afectan áreas de la vida. Fundamentalmente, en la vida de un chico hablamos de su estado de ánimo, la posibilidad de una depresión, la ruptura del sueño, el aislamiento, el repliegue en el mundo virtual, encerrados en sus cuartos y con una caída en el rendimiento académico.
—¿Por qué los padres no logran descubrir a tiempo esta patología?
—El problema es que no lo quieren ver. Hoy en día no se deja salir a la calle a los hijos para que no los rapten, pero se lo deja solos en mundos virtuales con pedófilos. Me preocupa como estamos librados al mercado, somos usuarios donde incluso tu salud mental no le importa a nadie. Como psiquiatra, soy consciente de que el nivel de conocimiento en neurociencia que tienen las empresas es enorme. Facebook sabe más que el premio Nobel de neurociencia. La velocidad del mercado es una y la capacidad de instalar regulaciones es otras.
—¿Qué herramientas tienen las familias para abordar esta problemática?
—Lo primero es no perder la capacidad de escándalo. Uno de los problemas más grandes es naturalizar un comportamiento repetido. Me parece escandaloso que chicos de trece años apueste o tengan acceso irrestricto a la pornografía. Y también me parece escandaloso que tengan acceso a redes de con doce o trece años, porque las redes inciden y están configurando su comportamiento.
—¿Qué le suelen explicar los padres que llegan al consultorio con hijos que padecen esta adicción?
—Hay una confusión generacional entre los padres. Confunden el hecho de no entender de tecnología con no involucrarse en la vida íntima de sus hijos. Vos no podés entender funcionalidades de un teléfono, pero tenés a tus hijos metidos en una maraña virtual con fotos y chats con muchos desconocidos, donde se ponen en contacto con el mundo de adultos cuya presa son los chicos. Se da en muchas plataformas. Los padres o madres, sin entender mucho, deben involucrarse más. Tienen que hablar con los docentes y con la escuela. Y después también está el problema de los padres que tienen su propia lucha con las tecnologías y desarrollan comportamientos compulsivos en redes sociales. Hoy se tratan chicos adolescentes que denuncian desatención de sus padres por la relación que ellos tienen con la tecnología.
—¿Los chicos no están en condiciones de manejar su propio teléfono?
—A veces da la impresión de que los adolescentes personas grandes por cómo manejan los celulares, pero emocionalmente son muy chicos. Todo padre o madre que pueda establecer un vínculo y un espacio de diálogo sin interferencia tecnológica, tiene que hacerlo. Los chicos necesitan hablar con padres, que muchas veces están cansados, tensos, o, incluso, con consumos problemáticos de redes. Hay que entender que muchos padres de los adolescentes de hoy pertenecen a una generación que también está en crisis, que nació en 1970 y vivió su vida en una Argentina cíclica en, por ejemplo, materia económica. Son padres que no encuentran su camino. Y sus hijos los miran y dicen: este sistema no va. Por eso es importante establecer un vínculo con las emociones reales porque los chicos lo agradecen.
—¿Qué sucede cuando no se da ese vínculo?
—Los desarrolladores no se detienen. Ellos van a avanzar y ven todas las repercusiones que venimos charlando como un daño colateral. No pasa porque son malas personas, sucede que quieren estar a la vanguardia y están dentro de una competencia geopolítica. Esto no es individual.
—¿Qué puede hacer la escuela para aportar soluciones?
—Los docentes funcionaron como primera alarma. El docente, muchas veces devaluado y al que se le construye una imagen negativa, fueron, en este caso, tanto en la escuela en pública como en la privada, los primeros que denunciaron este problema. Y respecto a las soluciones, hay que decir que todos estamos aprendiendo. No hay en este momento un camino correcto. No hay una guía. Quien se posiciona en un lugar de respuesta está mintiendo, porque hay que seguir estudiando mucho. Hay un sector de la población que la está pasando muy mal, pero más por las redes que por las apuestas. La ebullición de las apuestas va a bajar y vamos a hablar de otro tema, por eso hay que estudiar más de fondo. Ahí me parece hay que explorar más la responsabilidad de los publicistas.
—¿En qué sentido?
—Los publicistas te dicen que tienen tres segundos para captar la atención porque si no se considera que la publicidad no funciona. Las empresas de juego tienen poca responsabilidad porque hoy tienen publicidad dirigida a los chicos y no tienen medidas de seguridad. Con la publicidad somos muy benevolentes. Se prohibió la publicidad de nicotina y bajo. Con el caso del alcohol no hay control y es un descontrol.
—¿Cómo ve el abordaje de la salud mental desde el Estado?
—En salud mental hay gran retraso. Por eso lo que está haciendo Julieta Calmels, la subsecretaria de Salud Mental de la provincia de Buenos Aires, dependiente del Ministerio de Salud provincial a cargo de Nicolás Kreplak, es como revolucionario. Porque no hay consenso y es una corajeada política muy valiente.
—¿A qué se refiere?
—Recién ahora se están discutiendo los lugares de encierro o la sobremedicación. Todavía hay lugares como los de hace 200 años. Se está difiriendo en la calidad de los tratamientos. En este sentido, considero que es un momento interesante y tengo optimismo.