Aprendí a escribir trabajando con actores argentinos y ejerzo una suerte de carpintería amorosa sobre las palabras. Acá y allá aún se me escapan expresiones españolas a las que debo encontrar equivalente. O no. A veces no. A veces elijo que esa imagen adquiera nueva consistencia para ellos y que la usen de otro modo. Funciona. La convierten en otra cosa.

Como actriz tuve la suerte de trabajar mi acento para argentinizarlo. Por suerte lo hice con un texto que conozco bien, el de La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir. Durante más de un año reemplacé a una de las actrices y me tocó hilar fino evitando las "y", las "ll" delatoras. Aprendí a comerme las "s", a convertir descaradamente las "c" en "s" y a no temer el absurdo de que una canilla "serrara" en mi cabeza. Fue interesante activar esa ocupación al actuar. El escenario exige estar ocupado para no preocuparse y andar trasmutando unas letras por otras se convirtió en un nuevo músculo al que atender. Nadie salió nunca preguntando qué pintaba una gallega en esa familia, así que creo que logramos algo verosímil.

Sin duda, profesionales de la lingüística, la gramática, la fonoaudiología, incluso quienes trabajan desde la expresión corporal o como dobladores, deben tener profundas observaciones y teorías sobre las intensas conexiones entre el cuerpo y la lengua. Recuerdo ahora una conferencia magistral que impartió el año pasado Leticia Obeid en el ciclo Mis documentos curado por Lola Arias. Su charla se titulaba "El doble de voz" y exponía ejemplos prácticos donde el valor del doblaje iba más allá de la pericia técnica y permitía reflexionar sobre el cambio de identidad que se realiza en el producto audiovisual. Se detenía en las series animadas Don Gato y su pandilla y Los Simpsons, donde las voces mexicanas otorgaron personalidades que distaban de las originales, salvando la distancia cultural y reivindicando el capital simbólico propio. Parece ser que los profesionales que doblaban Don Gato incluso mejoraban los guiones al contextualizarlos en la realidad mexicana. No se pierdan la ocasión de escuchar la experiencia de Obeid, su investigación no tiene desperdicio y su trabajo de campo posee una poética personalísima.

Como directora y actriz aspiro a que la voz y el cuerpo sean una hermosa y orgánica unidad. Salvo que persiga lo contrario. Creo que nuestra voz habitando la lengua "materna" logra una profundidad y una presencia, un estar en el espacio, que, al pasar a otra, por próxima que resulte, se modifica. Me digo que no son tantos los actores y directores que se animan a trabajar en lengua ajena. Admiramos profundamente las excepciones. No en vano suelen ser figuras dignas de estudio. Es un valor añadido y fascinante esa mutación posible. Recuerdo a la actriz y cantante Leonor Watling diciendo "no sé cómo es no ser trilingüe". Y ante eso, qué teoría queda en pie.

*Licenciada en Teoría de la literatura y Literatura Comparada, Comunicación Audiovisual e Historia del Arte. Extraído “En el margen”. Revista de Psicoanálisis. Web: http://www.mecagoenlabohemia.blogspot.com