De pie, sola con su guitarra frente a un micrófono, una casi adolescente Mora Palvi se dispone a tocar una de sus canciones. El video es de ocho años atrás. Veinte recién cumplidos, algo nerviosa, en cuanto arranca se transforma. Decidida. Indestructible: “Siempre supe que si una pandilla nos atacara una noche/ sería yo la indicada para pelear”. Son las líneas con las que se dio a conocer al mundo, que en 2017 abrían el primer EP de Mora y los Metegoles, la banda con la que desde entonces esta joven platense se embarcó en una cruzada que ahora la trae a esta charla, en horas de la siesta de un sábado extrañamente soleado para junio en su ciudad. Recién vuelta a la vida tras un show que dieron la noche anterior, el encuentro es a pocas cuadras de la estación y propone tener la entrevista en el Bosque: “A ver... Cuarenta y ochoo... Cuarenta y siete. Sí, vamos por acá”.
Para el visitante de otros pagos, adentrarse en esas diagonales numeradas esconde el gusto por perderse en el laberinto de su mito. Y Mora, remera de Viejas Locas, lentes negros, bermudas caqui de exploradora, cantante, guitarrista y compositora de una de las bandas referentes de una nueva generación de rock made in La Plata, resulta una guía de lujo. “Crecimos mucho en estos ocho años, pero está esa sensación de que seguimos siendo una banda nueva”, cuenta durante la caminata. “Como que todavía estamos buscando un lugar, o esperando que el tiempo haga lo suyo. Capaz en retrospectiva dentro de diez años digamos ‘Mirá, claro, estábamos haciendo tal cosa’. Pero ahora todavía no lo tengo en claro”.
Entre melodías contagiosas, fragmentos imprevisibles y letras que coquetean con el absurdo para llegar por ese camino al hueso de lo que pretenden narrar, el EP autotitulado de 2017 y los discos Dejen dormir (2019) y Suerte (2022) arman una trilogía que parte de una historia de iniciación con sus ímpetus y palazos con la realidad, atraviesa el hartazgo y finalmente se adentra con lucidez y valentía en el caos. “La banda nos acompañó en nuestro crecimiento personal, eso se nota en las canciones. También de chica estudié teatro, y hay algo que me divierte en esto de construir un personaje. Si bien obvio soy yo la que está tocando, no deja de ser una performance. Pero antes trabajé en una oficina y ahí también era una performance”. Además de Mora, los Metegoles son Joaquín Millón en bajo, Lautaro Osácar en batería, Marcos Cikes en guitarra, última incorporación tras la partida del guitarrista original Narf Álvarez a México. La producción desde sus comienzos es de Aziz Asse (en dupla con Ramiro Sagasti en Suerte).
Con shows en su ciudad y en Capital, Córdoba, Rosario, Mar del Plata y Montevideo, la banda se posicionó con fuerza en la nueva escena de rock que se alzó entre los restos de la postpandemia, más allá de que sus inicios remiten a mediados de la década pasada. En sus redes y plataformas, la bio apunta: “Mora y los Metegoles es una banda de Wendy Rock que oscila entre el garage, el grunge y la psicodelia”. Nada para googlear: ese género extraño es parte del juego creativo de una banda que construye su universo a través de guiños internos entre canciones y referencias musicales a Los Gatos, Nirvana o Los Redondos, un gesto que se alimenta sin prejuicios de la tradición al tiempo que habilita la posibilidad de lo nuevo.
En los shows en vivo, Mora maneja los tiempos con la calma y el carisma de una veterana en el oficio. “¡Al principio era malísima!”, ríe. “En el primero contamos hasta cuatro y cuando arranqué me di cuenta de que tenía el ampli apagado”. La caminata lleva hasta su escuela secundaria, el Colegio Nacional de La Plata, el mismo donde estudió Federico Moura. Personas interesadas en debates sobre educación, tomen nota: “De chica era muy buena alumna pero después eso se disolvió, como le pasa a mucha gente. Tenía ese cansancio de responder y acatar todo el tiempo. No fui rebelde, simplemente me transformé en vaga para atravesar esa situación con lo mínimo indispensable”. Recién cuando terminó la escuela empezó a componer: “Una de las primeras que aprendí fue ‘Yoni B’ de Él Mató. Los escuchaba mucho, también a Limbo Junior, 107 Faunos, Hojas por el Barrio, Señorita Trueno Negro o Pérez. Aprendía un mi y un la y hacía algo con eso, y así salieron las primeras canciones, que después se transformaron en algo mucho mejor con la banda”.
Una vez en el Bosque, Mora va señalando el viejo zoológico, los estadios, el lago artificial con sus grutas, el Museo de Ciencias Naturales y el Planetario, quizás influencia para el primer video que lanzaron, un cortometraje de ciencia ficción con naves espaciales, extraterrestres de lo más malvados y persecuciones de superacción que estrenaron en 2020 y titularon Mora y los Metegoles en el Mundo de los Cielos. “El cruce de realidad-fantasía está muy presente en la banda, y ese corto fue como animarnos a la ficción. Mi hermano Teo es director, y ahí se sumaron sus ganas de mostrar que en La Plata se podía hacer buena ficción con buenos profesionales. Juntamos un equipo de amigos de la facu de Artes y fue una apuesta medio grandilocuente que después de muchísimo trabajo salió muy bien”.
El hit de la banda, “Gran remera”, incluído en Suerte, dura apenas un minuto y dieciocho segundos. La mitología de esa canción se alimentó desde adentro con una versión en loop de diez horas que la banda subió a YouTube, y desde afuera con un remix que el DJ australiano 1tbsp tituló “Sleeves Touch My Elbows”. “Evidentemente es un chabón muy curioso”, cuenta Mora, divertida con el asunto. “Llegó a la canción porque alguien de no sé dónde la compartió en Instagram. Nos contactó por ahí y después su manager nos mandó un mail: ‘¿Hacemos esto?’. Dale, obvio. Y es muy loco, porque después ves un video del flaco tocando en Japón con la gente bailando esa canción”.
El fresco comienza a hacerse sentir. Antes de la despedida cuenta que tienen su próximo disco casi listo para salir en primavera: “Siempre nos sale algo medio deforme con esto de resaltar la particularidad en vez de hacerla masticable, pero estamos embalados. Y hay mucho trabajo, entonces no te comés tanto un viaje. No es que un día te sacaron de tu casa y te pusieron arriba de un escenario para brillar. Hay una cotidianeidad ahí, y una cercanía con quienes van a los shows. De chica veía gente que iba del barrio al escenario. Al final eso también me hizo saber que lo podía hacer”.