Este libro busca celebrar y seguir avivando ese fueguito que significa la obra, el pensamiento y el paso de Horacio González por nuestras vidas.
Como se viene haciendo de múltiples maneras, en distintas lugares y geografías por las que Horacio transitó, dejando su huella y sembrando afectos y amistades, en esta ocasión un conjunto de amigxs y compañerxs de la ciudad de Rosario quisimos hacer un libro colectivo sobre su pensamiento y vida.
La relación de Horacio con Rosario es prolífica y lejana en el tiempo. Desde sus primeras incursiones en la ciudad en los años 60 como joven militante hasta su largo recorrido como profesor de la Universidad Nacional de Rosario, en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (desde 1987 hasta 2013) y en la Facultad de Humanidades y Artes (en la Escuela de Historia, durante un período más breve, entre los años 1988 y 1994). Además, Rosario sería siempre una de sus paradas obligadas a la hora de presentar sus libros, dar charlas en el lugar que sea, imaginar y hacer realidad multitudinarias jornadas de pensamiento argentino, o acompañar alguna que otra aventura política.
A decir verdad, cualquier ocasión parecía una buena oportunidad para venir. Le gustaba. Muchas veces contra y pese a todo, porque tampoco podríamos decir que los oficialismos de turno en la universidad lo trataron de mil maravillas. Tal vez, el río Paraná y el litoral funcionaban como un imán, como alguna vez hipotetizó Roberto Retamoso en un hermoso texto llamado “Huellas rosarinas”. De hecho, todo su itinerario por la ciudad se desplegaba a pocas cuadras de la costa: la Facultad de Ciencia Política, ubicada en la Ciudad Universitaria más popularmente conocida como “La Siberia”; el Bar Blanco, sobre avenida Pellegrini o las librerías del centro. O las largas tertulias post clases/charlas/presentaciones, siempre rodeado de amigos, estudiantes y militantes. O las dos cosas juntas, cual combo difícil de esquivar y al que no podía decirle que no. Vaya uno a saber.
Alguna vez, hace muchos años, en la bisagra del nuevo siglo y ante un público mayoritario de estudiantes que por ese entonces cursábamos la carrera de ciencia política, Horacio nos plantearía un desafío, nos diría que debíamos “pensar desde el río Paraná”, en un llamado -con no poco de gesto jauretcheano- a pensar desde acá y desde un diálogo vital con la cultura de la región y la naturaleza que teníamos frente a nosotros.
Durante años compartimos un ritual: las clases de los lunes. Y después de la clase, el Bar Blanco. Su ironía filosa, la humorada a mano, la ética de la amistad que cultivaba bajo una escucha que abrazaba, la hondura, los hallazgos imposibles y la capacidad de invención de su pensamiento, hacían de cada conversación, charla o clase, un lugar casi mágico y único que nos atravesaba como un flechazo del que era imposible salir indemnes; imprimiendo en cada uno de nosotros un sentido totalmente nuevo a nuestras maneras de pensar, hacer, ser o leer. “¿Y cómo están las cosas por acá?”, era la pregunta de rigor que Horacio nos hacía, y nos convocaba a una abarrotada conversación, sobre todo: la coyuntura política, la universidad, el gobierno, los desafíos del porvenir, etc., etc. Entre chistes y cervezas, analizábamos la realidad sin piedad e imaginábamos el país y el mundo que queríamos.
Lo cierto es que ese Horacio que siempre estuvo cerca, hoy ya no está entre nosotros. Y se lo extraña y necesita, más en estos tiempos. Nos queda como legado una obra infinita en donde bucear y encontrar refugio.
Por eso, este libro, que llamamos Horacio González. Reflejos de una obra, vida y pasión militante, como dijimos, es una celebración y una memoria colectiva por parte de un puñado de amigxs y compañerxs que lo quisimos y mucho, pero también intenta ser un ejercicio de reflexión e intelección sobre su pensamiento y modo de indagar la política, entendiendo a esta como la mejor manera de homenajearlo.