Una serie de viejas fotografías coloreadas a mano exhiben imágenes de bosques añejos, piedras talladas y formaciones rocosas. En algunas de ellas pueden apreciarse, como fauces naturales y apetitosas, las típicas aberturas al abismo de una caverna. De pronto, lo estático cobra movimiento: un grupo de hombres camina entre ramas caídas y el pedregullo hasta encontrar un agujero en el suelo. La naturaleza es invadida por el ser humano y el ambiente sufre una mutación: carpas, mochilas, linternas, extraños instrumentos mecánicos. No se trata de un contingente de turistas ni de visitantes circunstanciales, sino de un equipo de espeleólogos dispuestos a ingresar una vez más en las tripas de la tierra. Dos de ellos bajan por el estrecho hoyo mientras en la superficie un ruidoso artilugio, controlado por sus compañeros, sopla viento fresco hacia los aventureros, aunque las razones poco y nada tienen que ver con acondicionar el aire. Así comienza La gruta continua, el nuevo largometraje documental del realizador argentino Julián D'Angiolillo, rodado en Italia y Cuba, dos países con amplia experiencia en la “ciencia que estudia la naturaleza, el origen y formación de las cavernas, y su fauna y flora”, según la definición de la Real Academia Española. Un ensayo nada convencional sobre la espeleología que entrelaza los datos puros con la poesía, el riesgo físico con la Historia, y la investigación con las posibilidades de la fantasía.

Filmada a lo largo de casi diez años y coproducida por la experimentada Lita Stantic, La gruta continua, que tuvo su estreno el año pasado en el Festival de Cine de Mar del Plata, persigue el sueño de una raza de seres humanos especial e incomparable: los amantes de las entrañas del planeta, hombres y mujeres dispuestos a arriesgar su vida a la hora de descubrir la auténtica forma de un laberinto subterráneo o desentrañar el derrotero de las corrientes de aire que lo atraviesan. Un universo extraño pero, al mismo tiempo, al alcance de la mano, cuyos simples y muchas veces pequeños portales de acceso se abren a enormes espacios de formas grotescas, recintos habitados por seres aclimatados a la soledad, el silencio y la oscuridad. El nuevo documental de D'Angiolillo (Hacerme feriante, Cuerpo de letra) podrá verse desde esta semana exclusivamente en las pantallas de Malba Cine y Cine Arte Cacodelphia, ámbitos ideales para una película que debe apreciarse en la gran pantalla si lo que se desea es descubrir todos sus secretos.

Para bautizar el film, el documentalista tomó prestado el nombre de un grupo de espeleólogos italianos, Grotta Continua, a su vez inspirados, a la hora de nombrar el colectivo, por la célebre organización de izquierda Lotta Continua. Pero la lucha de los amantes de las cavernas no incluye pancartas ni, mucho menos, tomas de fábricas, y la única batalla que los desvela es el descubrimiento de zonas inexploradas en el interior de los bucos, esos agujeros que se presentan en el suelo o en las laderas montañosas. Julián D'Angiolillo recuerda que su interés por la espeleología tuvo el origen más inesperado: todo surgió a partir de la escritura de un libro de investigación urbana publicado hace algunos años, La desplaza: biogeografía del Parque Rivadavia, y la relación entre las pinturas murales de la época de Nerón y el actual término “grotesco”.

“La idea era investigar qué significan los parques en las ciudades y los eventos urbanos que tienen lugar allí. En muchos parques y jardines hay pequeñas grutas y hay algo interesante: grotesco proviene del italiano grottesco, a su vez derivado de grotta, es decir, gruta. Pero al margen de eso, en el Parque Rivadavia había una estructura abandonada en la cual se reunía regularmente el Grupo Espeleológico Argentino, una de las organizaciones de nuestro país dedicadas al tema. Estoy hablando de los años ’90; incluso tengo algunas grabaciones en VHS, que hice con mi primera cámara. Fue entonces cuando comencé a interesarme por el tema, por la disciplina, esa búsqueda de aislamiento, de negación del espacio aéreo. Mantuve siempre contacto con ellos y en 2014 hice un cortometraje llamado Autosocorro, que es una suerte de precuela de esta película, ya que sigue a este grupo de espeleólogos en campañas que hicieron en Tandil y en Córdoba. Además de todo eso, conocí la increíble biblioteca que tienen en su sede de Villa Ortúzar, donde hay libros de todo tipo dedicados a la práctica. También conocía a Ángel Graña, el espeleólogo cubano que aparece en La gruta continua. Todo eso formó parte de la génesis del proyecto, que tomó aún más forma cuando comencé a hacer algunos viajes a Italia como parte de una residencia”.

Julian D'Angiolillo

VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA

Los viajes físicos de D'Angiolillo tienen su correlato en una travesía cinematográfica que lo lleva de los campos y grutas de los alrededores de Torino a la Cueva de los Portales en San Andrés, Cuba, donde el Che Guevara durmió casi un mes durante la crisis de octubre de 1962, y de allí de regreso a Italia, donde un especialista en el sonido de las cavernas trasforma los silbidos y resonancias en imágenes capaces de describir la forma de los dédalos rocosos. En el camino, todavía en territorio caribeño, La gruta continua introduce la figura de Alicia Alonso, la primera bailarina de ballet y coreógrafa cubana que también practicaba en sus tiempos libres el berretín de la espeleología. El realizador recuerda cómo se organizó la forma final de la película, cuyo guion, como en casi todo documental creativo, fue escribiéndose también durante el rodaje y, sobre todo, en el montaje. “Hay un personaje, Alberto Cotti, que es el que aparece al comienzo prendiendo un cigarrillo dentro de una gruta para ver hacia donde se dirige el humo, que fue quien propuso indirectamente la idea. Hay que entender que la espeleología surge en sus inicios como un desprendimiento de la hidrografía, que persigue el curso de las aguas. Fue en los años ’50, comienzos de los ’60, que aparece el concepto de perseguir las corrientes de aire como método de exploración. Tenía filmado un material muy diverso, pero ese concepto fue esencial para organizar la estructura. Eso sirvió, además, para unir todos esos paisajes distantes. Eso y la negación del espacio visual. Es interesante porque, en principio, es algo ‘infilmable’. Es la no-imagen”.

El realizador admite asimismo que La gruta continua podría haber durado tres horas, y que allí fue fundamental la aparición de Lita Stantic cuando el proyecto ya estaba avanzado. La productora de varios títulos de María Luisa Bemberg y de hitos fundacionales del Nuevo Cine Argentino como La ciénaga y Mundo grúa, además de directora de Un muro de silencio, parece haber ingresado en una nueva etapa como partícipe activa de documentales viajeros que hacen del espacio y la naturaleza una parte esencial de su fondo y forma: hace apenas un año se estrenó Errante, la conquista del hogar, de la fotógrafa Adriana Lestido, también producida por Stantic. “Trabajar junto a Lita fue mi doctorado”, resume D'Angiolillo. “Mi intención nunca fue hacer un documental didáctico, de esos marcados por una voz en off, así que el proceso de edición fue fundamental para encontrar un hilo conductor del relato”.

Más allá de la ciencia pura y dura, del esfuerzo que implica moverse por espacios estrechos y, en ocasiones, peligrosos, hay una poética de la gruta que la película transmite y que sus protagonistas comparten, consciente o inconscientemente, en pantalla. También existe un elemento de sana adicción, como si el ingreso a esos ámbitos extraños y misteriosos fuera una necesidad casi física. “No diría que existe en ellos una pulsión de muerte, pero sí una pulsión muy fuerte de regresar una y otra vez a las grutas. En lo personal, diría que en un primer momento mi cope con las grutas era puramente estético, pero cuando comencé a visitar los lugares y superé mis pruritos y miedos, tuve la sensación de compartir lo que sienten. Hay algo muy primario en esa sensación de estar metido dentro de la tierra. Hay gente que siente claustrofobia con sólo ver las imágenes, algo que puedo entender, pero a mí no me ocurrió”. D'Angiolillo operó la cámara en muchos de los viajes al interior de la tierra que pueden verse en el film, y en las notas de intención compartidas con la prensa afirma que “las cuevas intrincadas pueden ser muy incómodas y poco higiénicas para un rodaje. Los mamelucos cerrados y las mochilas que usan los espeleólogos no tienen cierres, bolsillos ni correas que sobresalgan con la intención de no quedar enganchados, casi el diseño opuesto a una mochila de cámara. Si a eso se le suma un trípode la tarea adquiere un espesor poco razonable”.

Para el director, a diferencia de otras exploraciones o deportes de riesgo como el alpinismo, la espeleología tiene un carácter grupal que lo distingue. “Eso es algo que me gusta mucho. Es lo opuesto a la idea del viajero solitario, de la indagación personal y subjetiva. En la espeleología es necesario estar en grupo, por una cuestión lógica de seguridad. El grupo italiano Grotta Continua se maneja como una especie de Brigada A. Todos tienen otros trabajos: uno es enfermero, otro geólogo, otro ingeniero, otro maestro de primaria. Pero los fines de semana se reúnen y se transforman. Se conocen mutuamente como a la palma de sus manos. Es una cofradía muy particular y es lo contrario al montañismo, por ejemplo, que es bastante individualista”.

La gruta continua, de Julián D'Angiolillo

PLATÓN EN CUBA

En la conversación aparecen otros títulos recientes del cine internacional, en particular el largometraje Il buco, del italiano Michelangelo Frammartino, que en la Argentina se exhibió un par de veces en el Festival de Mar del Plata y cuyo rodaje fue paralelo al del film de D'Angiolillo. En esa película, mezcla de documental y ficción, se describe el ingreso de un grupo de espeleólogos, en los años ’60, al Abisso del Bifurto, uno de los pozos cavernosos más profundos del planeta, ubicado en Calabria. Pero el argentino también menciona la reciente película de Werner Herzog dedicada a la pareja de vulcanólogos Katia y Maurice Krafft, Fuego interior. “Hay algo de la cultura espeleológica que es muy fuerte en Italia. Acá no se conoce tanto, pero allá hay incluso festivales especializados en cine espeleológico”. Durante los últimos tramos de La gruta continua, el escritor italiano Andrea Gobetti, amante de la disciplina, ofrece algunas apreciaciones sobre ese universo que van mucho más allá de lo meramente científico. No se evidencia en la película, pero D'Angiolillo recuerda que lo sorprendió su conocimiento sobre la historieta argentina. “La principal razón por la cual el tipo me alojó en su casa fue esa. En cuanto le dije que dibujaba y que venía de Argentina, empezamos a hablar del Corto Maltés, de Alberto Breccia. Se abrió por completo. Y eso es muy loco, porque hay una zona que la espeleología comparte con la ciencia ficción. No sé si es pulp el enfoque, pero sí está ligado a esas novelas de aventuras fantásticas, los rescates espeleológicos, que tienen que ver con el cómic. Ese mundo medio años ’70, la fantaciencia, como dicen los italianos”.

Sobre el final, La gruta continua regresa a Alicia Alonso, la bailarina y espeleóloga cubana. “Cuando me dijeron que ella formaba parte de la Sociedad Espeleológica Cubana fue toda una revelación. La prima ballerina que hacía giras en la Unión Soviética además compartía inquietudes por las grutas, y en la película se pueden ver algunas fotografías de época dentro de una caverna. Pero además ella tuvo un desprendimiento de retina que la dejó semi ciega, y ahí reaparece esa cuestión de la no-imagen en el mundo subterráneo. La idea de ir a iluminarse en la oscuridad, como si fuera una caverna de Platón al revés. Es una paradoja muy interesante”.