El Presidente decidió aislar a la Argentina del resto del mundo y despreciar a los países limítrofes, empezando por Brasil. Es original: no hay otro caso en el planeta.
Javier Milei disfrutó como un niño yendo al Facha-Fest de Vox, pero se peleó con el primer ministro de España, segundo país por origen de inversiones en la Argentina después de los Estados Unidos. Se plantó ideológicamente con una declamada alineación respecto de los Estados Unidos e Israel y coquetea con la OTAN para meter a las Fuerzas Armadas en Ucrania.
Milei también desairó a China, uno de los dos principales socios comerciales. Al margen de declarar que no negociaría de Estado a Estado con Xi Jinping, decisión que no podrá mantener porque la única verdad es la realidad, consagró el desprecio como postura geopolítica. Mientras Alberto Fernández y sus dos cancilleres, Felipe Solá y Santiago Cafiero, habían negociado trabajosamente el ingreso argentino a los Brics, que debía concretarse el 1° de enero, el libertario de ultraderecha avisó a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica que no integraría el nuevo pelotón del grupo. De ninguna manera el desaire fue una cuestión personal. El jefe del Estado argentino aisló a la Argentina de un sistema de alianzas que, antes de la incorporación de otras naciones, en su conformación original ya representaba el 42 por ciento de la población mundial y explicaba el 16 por ciento de las exportaciones y el 15 por ciento de las importaciones planetarias.
Javier Milei usa la expresión “fenómeno barrial” como una ironía. La tuitea cuando un economista marginal español le da un premio --sin prestigio académico, además-- o cuando un grupúsculo checo lo endiosa. Es verdad que Milei fue recibido por empresarios importantes como Elon Musk, pero también Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner se codearon con el establishment de los Estados Unidos. ¿Por qué un presidente argentino sería tan necio de no hacerlo?
La realidad, con perdón por las viejas leyes del barrio, es que el Presidente representa un curioso fenómeno de parroquialismo diplomático.
Una prueba es que atacó a Luiz Inácio Lula da Silva, presidente del aliado histórico número uno de la Argentina que, además, es el otro de los dos socios junto con China.
Le guste o no a Milei, Lula es un político experimentado y muy profesional. Por ambas cualidades no solamente le importan los matices, en los hechos y en el discurso, sino que busca expresarse con precisión.
Consultado sobre por qué en la cumbre del G-7 no hubo bilateral con Milei, dijo Lula: “No conversé con el presidente de la Argentina porque creo que él debe pedirles disculpas a Brasil y a mí. Dijo muchas tonterías. Sólo quiero que él pida disculpas. Quiero a la Argentina, es un país que me gusta mucho. Es un país muy importante para Brasil y Brasil es muy importante para la Argentina. No voy a crear cizaña entre los dos países”. Como se sabe, Milei subió la apuesta en reportaje con Antonio Laje: “¿Desde cuándo hay que pedir perdón por decir la verdad? ¿Que le dije corrupto? ¿Y acaso no fue preso por corrupto? ¿Que le dije comunista? ¿Desde cuándo hay que pedir perdón por decir la verdad? ¿O estamos tan enfermos de corrección política que a la izquierda no se le puede decir nada, aun cuando sea verdad?”.
La verdad es que Lula nunca fue comunista, y si lo hubiera sido tampoco esa palabra suele ser usada por los presidentes como un insulto a 35 años de la caída del Muro de Berlín. Y la verdad es que la Justicia brasileña desarmó la causa inventada por presunta corrupción contra Lula y lo liberó, cosa que le permitió ser candidato y ganar las elecciones de 2022 contra un amigo de Milei llamado Jair Bolsonaro.
Como buen topo que encarna el objetivo de destruir al Estado (autodefinición suya) Milei está desargentinizando la política exterior. Le está quitando la identidad mercosurista, sudamericana, pacifista y de rescate del derecho internacional de los derechos humanos. Está tirando a la basura el prestigio ganado con la política de Estado de memoria, verdad y Justicia. Pone en peligro la obtención de divisas al disociarse de Brasil, principal destino de las exportaciones de productos manufacturados, y China. Desatiende mercados potenciales como Colombia, América central y África, donde la Argentina puede llegar con tecnología agropecuaria y camionetas. Y parece estar buscando archivar todo atisbo de realismo, una palabra que en política internacional se asocia a la defensa de intereses concretos más allá de las simpatías ideológicas que despierten otros gobiernos o presidentes.
Las acciones del Presidente lo colocaron, eso sí, como un referente de la ultraderecha mundial. Sin poder alguno, porque no proviene de los Estados Unidos como Donald Trump o de Brasil como Bolsonaro sino de un país empobrecido, pero rutilante como un rockstar de las alt-right.
El problema de considerar a Lula un enemigo no es psicológico ni de relaciones humanas. Desarma una construcción que ayudó a industrializar el país, convirtió a Sudamérica en zona de paz y colaboró en el reclamo nacional por la Cuestión Malvinas. A esta altura ya queda claro que es una estrategia tan nítida como otra: la decisión política de vivir en recesión. Otra herramienta de Milei para pelearse con la Argentina.