Hace unos días fue mamá por cuarta vez la modelo Nicole Neumann y su salida de la clínica generó una polémica y expuso opiniones que me gustaría compartir con ustedes. Si bien yo no tengo una idea rígida sobre el tema, me parece interesante el planteo que realizó en las redes LalaPasquinelli, de “Mujeres que no fueron tapa”.

Para quienes no están al tanto, resumo la secuencia. Nicole subió un video a sus redes sociales en el que se la veía produciéndose para salir de la clínica. En las imágenes se apreciaba a la modelo con su maquilladora y amiga Luli de La Vega haciendo su trabajo. Mientras la preparaban, Nicole les hablaba a sus seguidores contando la experiencia. Luli la dejó para una tapa de revista, nadie que mirara ese video podría imaginar que hacía tres días esa mujer había tenido un parto. Estaba radiante, es innegable. Lala Pasquinelli, comprometida y fiel a su lucha, publicó en la cuenta de Instagram “Mujeres que no fueron tapa” una respuesta lapidaria a esta acción, en la que explicaba que estos mensajes son dañinos para las mujeres y hacía hincapié en la responsabilidad de la revista que subió este material. Señalaba que este medio había hecho de la construcción de la femineidad sumisa su línea editorial a lo largo de muchísimas décadas y e insistía en su mensaje: vivimos sin poder salvarnos de la estafa de esta construcción. En su video, Pasquinelli advertía que este esquema se perpetúa porque existen roles diferentes: “hay maestras, hay otras mujeres que construyen y sostienen el ideal femenino y que nos enseñan qué es lo que hay que hacer para encajar”. La reflexión de ella también buscaba visibilizar que hay mujeres que asumen cierta responsabilidad: muchas veces quienes reproducen estos estereotipos son personajes públicos con muchísima visibilidad, ganada ésta, a su vez, por encajar en el ideal femenino y también por enseñarles a otras a encajar ahí. Esto garantiza la estabilidad del modelo, ya que son las mismas mujeres quienes construyen un estándar, una imagen de lo que debe ser el ideal de mujer que ellas mismas representan.

La belleza, el culto a la femineidad, termina ubicándose por encima de otros valores, entonces, en una situación de posparto, en la que es sabido que la mujer pasa a estar descentrada por todo lo que atravesó física y emocionalmente, este tipo de acciones buscan enseñar que lo importante no es una, ni su salud, ni su hijx recién nacido, sino el acto de darle espacio a mejorar la apariencia: a que parezca que no existió un parto, ni un embarazo, perfecta como una máquina para que poder cumplir el rol de ser adorno de un otro.

Estas declaraciones se esparcieron como pólvora y las críticas no se hicieron esperar. Nadie quería quedarse afuera. Fue tan fuerte lo que género, que Nicole Neumann filmó otro video explicando por qué decidió salir así y que prefería guardar lo doloroso para su intimidad. A sus seguidores, les dijo que si no les gustaba eso que ella mostraba que no la siguieran.

Las criticas estaban divididas y se instaló un señalamiento al feminismo: ¿y la sororidad dónde está? ¿Está bien criticar a otras mujeres? ¿Cada una no debería hacer lo que quiere? ¿Y la libertad dónde está? Una parte de las voces que hablaban de esto parecían establecer criterios para lo que sería un “buen feminismo”, que es aquel que no juzga a otras mujeres.

Las preguntas que me surgen son muchas: ¿qué sería un “mal feminismo”? ¿Acaso el feminismo no es crítico en su esencia? ¿Por qué no se podría criticar o quizá sea mejor usar la palabra “señalar” o “advertir” que las mujeres también somos cómplices de este sistema? ¿Se ataca a Nicole o al ideal hegemónico de belleza femenina? ¿No es hora de escuchar esta parte de la historia también? ¿No creen que es fundamental para romper los moldes de lo establecido culturalmente cuestionarnos cosas como éstas? Mientras la inteligencia artificial avanza y nos brinda más herramientas para esconder nuestros defectos, nos hace más esclavas de nuestras inseguridades. De qué sirve esta lucha si no podemos abrir los ojos ante tanta calamidad. Estas cosas parecen ingenuas, pero no lo son: también le resulta funcional a este sistema si nos mantenemos sumisas discutiendo cuestiones como maquillaje sí o maquillaje no. El problema está en una capa más profunda y sus consecuencias no van a mermar hasta que dejemos de naturalizar un ideal de belleza impuesto culturalmente. Las mujeres y femineidades somos mucho más que muñequitas para exhibir. La industria capitalista de la belleza no quiere que dejemos de consumir tratamientos, cremas milagrosas, cirugías plásticas y todo lo que esté a nuestro alcance para encajar y tildar los ítems de ese combo irreal de belleza, juventud y delgadez, el trío perverso que todo el mundo alguna vez quiso alcanzar.

Meterse con esta industria súper poderosa es como luchar contra un Goliat, pero celebro (con todas las contradicciones que pueda sentir por ser yo misma también presa de estos estándares) las agallas de Lala Pasquinelli. Así comienzan las revoluciones: cuestionando lo impuesto culturalmente. En una época era normal y aceptable por muchxs que hubiera una familia entera esclava: era “normal” que niñxs afroamericanos crecieran sirviendo a los blancos. ¿Hoy quién puede imaginar esa normalidad? En lugar de atacar a Lala, mejor preguntémonos si hoy lxs esclavos no somos nosotrxs.