"En un principio, mi película Aguirre, la ira de Dios iba a terminar así: cuando la balsa de los conquistadores españoles llega a la desembocadura del Amazonas, solo hay cadáveres a bordo. El único que sigue vivo es un loro parlanchín". Confesiones como estas podrá encontrar el lector de Cada uno por su lado y Dios contra todos (Blackie Books, Penguin Random House), las esperadas memorias de Werner Herzog.

El cineasta alemán comparte aquí su mirada sobre el cine, su vínculo con colegas y su incursión en la cultura pop. Narra su etapa como actor en papeles de locos o villanos, recuerda cuando Harmony Korine lo obligó a improvisar una escena, la vez que un doble le voló dos coronas de las muelas o el día que se quedó dormido viendo un partido de básquet en la cama de Jack Nicholson y Anjelica Huston. 

Herzog confiesa que Beate Mainka-Jellinghaus, su montajista de años, cree que todas sus películas son malas y se niega a asistir a los estrenos. Narra todo con gracia y profundidad, sin demasiados tabúes: la forma más atractiva de contar el pasado.