La sala del Maipo estaba en penumbras. Esteban Virguez, jefe de Oftalmología del Hospital Rivadavia, se sentó junto a sus dos hijas en las butacas del medio. Los habían invitado para ver la grabación del segundo episodio de la serie sobre Cris Miró, en el mismo teatro donde la icónica artista trans de la revista porteña saltó a la fama. De pronto, por un costado apareció la actriz española Mina Serrano “vestida” como Cris Miró. “Fue muy impactante, muy fuerte, porque estaba un poco oscuro y yo la vi a mi hermana. Nos abrazamos. Y nos emocionamos. Mi hija mayor se acordó de Cris y se puso a llorar. Desde ese momento quedamos con una conexión casi familiar con Mina”, cuenta a Página 12 Virguez. Es el hermano de Cris Miró y era la primera vez que se encontraba cara a cara con la actriz que interpreta a su hermana en la biopic.
Hace unos días, el 23, se lanzó Cris Miró (Ella), la serie biográfica de TNT y Flow que sigue los años de ascenso, esplendor y el final tan precipitado como prematuro --a los 33 años-- de la mujer que conquistó hacia fines de la década del ‘90 a gran parte de la sociedad argentina y que combatió a la transfobia desde las luces del Maipo y la mesa de Mirtha Legrand. Una vida corta que no le impidió convertirse en emblema para la comunidad lgbti del país y sobre todo para chicas trans, aunque no se identificó como activista. La biopic llega cuando se cumplen 25 años de su fallecimiento.
Cris Miró era la madrina de Leticia, la hija mayor de Virguez. Leti tiene 31 años y es arquitecta. “Se adoraban”, cuenta el oftalmólogo. La menor de sus tres hijos, Montserrat, tiene 14 años, y no llegó a conocer a su tía. Días atrás, cuando en el colegio secundario privado al que asiste les preguntaron, de primero a quinto año, “¿Quién es para vos un prócer de la actualidad?”, ella escribió Cris MIró en el papelito que metió en la urna. Se impuso por amplia mayoría Lionel Messi. Pero Montse recibió los aplausos de todo el alumnado cuando contó que la había elegido porque era su tía. Y la aparición inesperada del nombre de la primera vedette trans fue el puntapié que aprovecharon los docentes para hablar de ella y su trayectoria. “Y todos se enteraron y hubo palabras de reconocimiento. Y los chicos se emocionaron”, cuenta el médico, con orgullo.
Vive en el barrio porteño de Coghlan. Es la mañana del viernes y en un rato tiene que ir al Hospital Rivadavia. Le sorprende la enorme repercusión por el estreno de la serie y el recuerdo amoroso de su hermana. Esta semana, en el consultorio del instituto privado en el que atiende por la tarde, muchos de sus pacientes antes de contarle sus problemas oculares, lo saludaron enfervorizados por su parentesco con la famosa artista. “Hasta me escribió un compañero de la Facultad que nunca volví a ver después de que nos graduamos”, cuenta, asombrado por la huella que dejó Cris Miró, y que volvió a resurgir en estos días.
Es consciente del cambio de época. Él mismo, dice, cuando su hermana ya era famosa y recorría programas de gran audiencia como el de Mirta Legrand, el de Susana Giménez o el de Antonio Gasalla, sentía algo de “vergüenza" frente a su identidad femenina. Ya no. ¿Qué cambió? “Y... básicamente la cabeza de la gente y sobre todo de los más jóvenes. Antes era algo tabú, algo no solo contra las trans, sino contra los diferentes, los gays… todavía hay gente retrógrada pero decide callarse”, reflexiona. Compartió fragmentos de la serie y de un reportaje que le hicieron en el chat del Servicio de Oftalmología del Hospital Rivadavia, donde hay médicos y médicas de todas las edades. “Los jóvenes de menos de 30 años, que son los residentes, me dejaron palabras de amor, elogios, que valentía, que lindo lo que contás. En cambio los más grandes, algunos directamente hacen silencio”, detalla.
El le llevaba un año y medio a su hermana. Medían lo mismo: 1,85 metros. La misma altura y el mismo color oscuro del cabello, pero no tenían mucho más en común, dice. Desde muy pequeña ella se mostró atraída por el mundo femenino, lejos de los deportes muy asociados a la masculinidad por entonces, como el boxeo y el fútbol, que eran la pasión suya y de su padre. Familia de clase media, el padre de ambos era un militar retirado y la madre, ama de casa y actriz frustrada, fanática de Rita Hayworth.
Virguez habló con Página 12 de la relación con su hermana cuando todavía no era Cris Miró, de las reacciones de su madre y de su padre, cuando primero dijo que era gay y luego se convirtió en un joven transformista y prontamente en la estrella fulgurante que respondía con inteligencia y altura las preguntas desubicadas --¿qué tenés entre las piernas?, ¿te depilás?,¿en qué mesa votás?-- que le hacían en sets de televisión; y recordó también sus últimos días, y su muerte como consecuencia de un linfoma precipitado por el VIH.
En el primer episodio de la serie --creada y dirigida por Martín Vatenberg, escrita por Vatenberg junto a Lucas Bianchini y producida por Nativa Contenidos y EO Medios--, que se estrenó el 23 de junio, se cuenta la vida que llevaba. De día como Gerardo en la Facultad de Odontología de la UBA, donde estudiaba, y hacía prácticas con pacientes; iba con su cabellera larga, oscura y ondulada, atada en una cola, y con enteritos de jean amplios u otra ropa holgada. Y por la noche, montada como Cris, con vestidos que marcaban sus curvas, brillos, maquillada como una diosa. El primer capítulo termina con la prueba que hace en el Maipo ante el productor teatral Linio Patalano, quien le abriría las puertas de la fama. Eran los ‘90, tiempos en los que regían los edictos que criminalizaban a las travestis y trans y que se sintetizaban en la idea de “escándalo en la vía pública” y en el hecho de usar vestimentas no acordes a su sexo. Eran la llave para reprimirlas y privarlas de la libertad. En la Ciudad de Buenos Aires, la derogación de los Edictos Policiales se logró en 1998 con la sanción de un nuevo Código de Convivencia Urbana, a partir de la autonomía alcanzada por la ciudad de Buenos Aires como consecuencia de la reforma constitucional de 1994.
“Ya era una nena desde que nació”
“Mi hermana nació diferente, porque algunos me preguntan: ¿Cuándo decidió ser gay? ¿Cuándo empezó a vestirse de mujer? Y no hay un día. Nació diferente, éramos diferentes desde el nacimiento. ¿En qué cosas? Ya era una nena desde que nació. Por ejemplo, en la forma de moverse, los ademanes, los gustos. No te estoy hablando de grande, sino desde que tenía dos o tres años. Le gustaban los trapos, se los ponía como si fuesen un vestido, una pollera, le gustaba ponerse los zapatos con tacos de mi mamá. Los juegos eran como de nena, muy diferentes de los míos, pero nadie sabía por qué, en ese momento no nos preguntábamos. Veíamos que era diferente, pero hasta nos daba gracia. Somos una familia muy grande y para las fiestas llegabamos a ser cincuenta personas, nosotros éramos chicos y de repente estábamos todos vestidos de mujer, todos los varones, porque ella decía, 'pues póngase esto, póngase eso', y nos daba gracia, y a los grandes también les daba gracia”, cuenta Virguez y en el recuerdo de su hermana se cuentan infinidad de historias de niñeces trans. Faltaban más de veinte años para que llegaran los debates legislativos por las leyes de Matrimonio Igualitario (2010), de Identidad de Género (2012) y de Cupo Laboral Trans (2021).
En la adolescencia, “se escondía en el baño, siempre se pintaba, se depilaba, hacía cosas que a mi mamá no le gustaba mucho ni a ninguno de la familia, a mi papá tampoco. Mi mamá solía enojarse”, recuerda.
Un día, cuando ya tenía 16 años, Cris lo llevó a la terraza de la casa en la que vivían en el barrio de Belgrano. “Me dijo 'soy gay', no me gustan las mujeres, me gustan los hombres”. Para el hermano mayor --reconoce-- fue “una cachetada”. “Si bien yo lo veía … que me lo diga directamente … fue un antes y un después”. Le dijo que se lo tenían que decir a su madre. “Y fuimos. Y mi mamá lo tomó muy mal, se puso muy triste, se descompuso. Mi papá, en cambio, silenciosamente, lo aceptó. Y yo también”, contó.
Cris Miró encontró empatía en su hogar, un contexto que muchas otras adolescentes trans no tenían en aquella época. Con el tiempo, y cuando se volvió una estrella, su madre se reconcilió con su identidad femenina. “Por cholula”, apunta y se ríe Virguez.
Virguez cuenta que descubrió el impacto que generaba su presencia en la noche gay un día que lo invitó a acompañarla a una disco. “Tenía veintipico de años y yo estaba medio deprimido porque me había peleado con una novia. '¿Querés divertirte?, ¿querés salir conmigo?' Le dije que sí”. Y lo llevó a Bunker, una disco emblema de la noche gay. “Cuando entramos me di cuenta de que era la figura del boliche, la persona más esperada. Cuando entró, hasta cambiaron la música y todos se pusieron a bailar alrededor de ella”, recuerda. Faltaba varios años para que Cris Miró llegara a la avenida Corrientes. “En ese momento me sorprendí, me daba un poco de orgullo porque dije, wow, está logrando algo importante, pero cuando estaba en la calle con mis amigos, con la familia, nadie decía nada, y me daba como vergüenza tener un hermano que no era como yo”, reconoce.
De todas formas, destaca que en el Colegio Nacional Reconquista, en el barrio de Villa Urquiza, al que ambos fueron en la secundaria, --solo de varones-- nunca sintió que lo discriminaran o lo hostigaran por su forma de ser.
También cuenta que en su casa nunca la llamaron por su nombre elegido. “No le molestaba”. Y que admiraba enormemente a su hermana por “la valentía y la inteligencia con la que respondía todas las preguntas que le hacían en programas de televisión. Hasta el escritor y periodista peruano Jaime Bayly la entrevistó en Miami. “Nunca nadie, hasta ese momento, con esa condición, enfrentaba una cámara y se sentaba y hablaba de la manera que hablaba ella”, dice Virguez.
“Creo que por dentro no sabía por qué le pasaba eso”
Cris Miró fue inspiración para muchas chicas trans. De hecho, por estos días, varias de ellas se lo contaron personalmente a Virguez en la avant premiere de la serie. Una de ellas, que vivía en su adolescencia en Chubut, le dijo que el verla en la tele con Mirtha Legrand, cuando tenía 15 años, la animó a soñar una vida trans.
--¿Y ella, sabés si encontró en alguien ese modelo, esa inspiración?
--Ella no se identificaba con una trans, sino con las mujeres. Hablaba mucho de Rita Hayworth, porque mi mamá era fanática de la actriz norteamericana. Mi mamá siempre quiso ser actriz. Llegó a trabajar en una película con un papel muy chiquitito. Y era fanática del cine de Hollywood. Y Rita Hayworth era lo más sensual que había en ese momento. Y ese sentimiento se lo transmitió a Cris desde muy chiquitita. Le hablaba de la película Gilda. Después, más adelante, apareció Rafaela Carrá, y Cris se disfrazaba y bailaba y cantaba como ella. Es decir, que se identificaba con personajes femeninos importantes. Pero creo que por dentro no sabía por qué le pasaba eso.
Virguez hoy se siente orgulloso de su hermana. “Lo mío fue un cambio total. Esa ambigüedad, esa vergüenza que sentía ya se me fueron totalmente. Ella cambió mi cabeza totalmente y la de muchas personas machistas, como era la Argentina de antes”, dice.
Sobre su muerte, cuenta que “fue algo muy, muy repentino”. Ella era HIV positivo y era un secreto. “Solo me lo había contado a mí. Era la década del ‘90 y le decían la peste rosa. Por eso prefirió ocultarlo. Yo lo mantuve en silencio. Era el único que lo sabía realmente de boca de ella. Pero había rumores. Después tuvo enfermedades concomitantes y murió por un linfoma. Fue todo muy rápido. Los médicos me dijeron que era irreversible”, recuerda, con tristeza. La durmieron para que no sufriera. Los medios se ensañaron y explotaron el morbo, ponían más el énfasis en cuál sería la causa de la muerte, “si era o no el sida”. Su hermano estuvo junto a ella esas últimas horas en la habitación de la Clínica Santa Isabel. Falleció al mediodía del 1 de junio de 1999. Tenía 33 años.
--¿Cómo te imaginás que sería Cris ahora?
--Seguiría siendo bella con 58 años. Y tendría algún lugar de privilegio a nivel del mundo del espectáculo, tal vez un programa de televisión, o haría teatro, o películas. Hubiese seguido por ese camino, dejando su huella imborrable.