Un excartonero devino “agente activo de distribución literaria” a domicilio, como él mismo se define. Un joven angustiado porque la enfermedad se ensañó con el cuerpo de sus padres aceptó a regañadientes la invitación de una amiga a la Feria del Libro en 2017. No le interesaban los libros, ni siquiera leía. Esa tarde se acercó al stand de la Fundación René Favaloro y escuchó una charla de salud mental sobre la depresión. “Todo lo que hicieron en sus vidas los trajo hasta acá. ¿Qué piensan hacer de distinto ahora para cambiar aunque sea algo, por más pequeño que sea?”. La pregunta sacudió su estantería emocional y se acordó de una profesora que le había recomendado Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Lo buscó y lo compró. Nunca imaginó que ese mismo día volvería a su casa en Villa Scasso, en La Matanza, leyendo en el colectivo. Cuatro años después, a Leandro Da Silva se le ocurrió una idea, El Verso Nómade, un proyecto cultural por el cual comparte gratuitamente los libros de su propia biblioteca y los entrega en las casas de quienes los quieren leer.
Este proyecto ambulante tiene una fecha de nacimiento. El 10 de enero de 2021 Leandro, empleado de comercio que trabaja de lunes a sábado en Merlo, decidió prestar sus libros mientras plumereaba su pequeña biblioteca. “En un momento de nostalgia, recordé el contexto en el que fue leído cada uno y cómo me ayudaron. Comprendí lo importante que es un libro y pensé en lo absurdo que es tener un libro quieto juntando polvo. El impulso fue instantáneo como cuando decidí comprar el libro que nos recomendó la profe, pero esta vez para agarrar mi teléfono y publicar en el grupo de Villa Scasso, entre compras/ventas, escraches y perros perdidos, que a partir de ese momento mis libros eran un bien público de nuestro barrio y que quien guste leer me escriba para coordinar la entrega”. Cinco meses después de comenzar con El Verso Nómade, estuvo internado un mes por Covid y pasó una semana en terapia intensiva. “Los médicos no sabían si salía vivo”, resume Leandro la gravedad del cuadro que atravesó.
En el origen había apenas unos 40 libros, los que se pudo comprar, siempre en cuotas, y algunos que le habían regalado varios amigos que sabían que leer lo abstraía del dolor que le causaron las enfermedades y muertes de su padre primero y al poco tiempo su madre. Leandro abrió una cuenta en Instagram y no sabía cómo llamarla. “Me venían pidiendo libros de poesía. Así que se me encendió el chispazo. Si llevo libros de poesía en la bicicleta y van de casa en casa, bien podría llamarse El Verso Nómade”, recuerda cómo se le ocurrió el nombre. “La gente me contacta por las redes, me pide un libro y coordinamos. Trato de llevar libros hasta donde pueda, no hay un límite específico. Trabajo en un comercio en la zona de Merlo, entro por la mañana y salgo por la tarde, si sumo el tiempo de viaje puedo decir que estoy más de doce horas fuera de casa”, explica este joven de 31 años, que ahora vive en Ramos Mejía, con su pareja Ailín Freire, quien se está encargando de realizar el catálogo digital.
Entre los libros que le fueron donando y están en Villa Scasso y en Ramos Mejía calcula que tiene para prestar entre 2.000 y 2.500 libros. Las entregas las hace en su bicicleta, a la que bautizó Versoneta, los domingos, el único día que no trabaja. “Al día de hoy llevo casi 350 libros entregados; son 100 libros por año aproximadamente. Si miramos la población, es un número chico, pero si ponemos en contexto que lo hace un vecino que no es bibliotecario y que además pone a disposición su día de descanso de manera gratuita, pareciera que es bastante”, afirma Leandro con una humildad que no le permite decir que es “mucho” lo que está haciendo este joven que a los 15 años cartoneaba. “Nuestra necesidad no era extrema, nunca nos faltó de comer. Pero a esa edad uno empieza a querer tener una moneda en el bolsillo”, justifica Leandro esos meses en los que buscaba cartón para reciclar.
“Villa Scasso, que es donde viví la mayor parte de mi vida y donde nació El Verso Nómade, es un barrio de laburantes del conurbano como muchos otros, con una geografía muy diversa. Mientras en Ramos Mejía, que queda a solo media hora en colectivo, ves edificios altísimos, en Villa Scasso todavía quedan descampados, basurales en baldíos o esquinas; hace no mucho llegó el asfalto. La desigualdad de infraestructura y oportunidades entre uno y otro, estando tan cerca, es abismal y se nota mucho. La gente, sobre todo las infancias, están siempre circulando por las calles, jugando, yo me crié de esa manera también. Eso en Ramos casi no se ve”, compara.
Los libros más prestados son de autores como Eduardo Galeano, Agustina Bazterrica, Dolores Reyes, Juan Solá y Nina Ferrari. “Si me piden a (Jorge Luis) Borges, les llevo a Borges y a un autor local de La Matanza que pienso que puede llegar a gustarle. Los llamo libros de respaldo; muchas veces son antologías”, detalla su método. Ese as en la manga de Leandro suele ser Autores de la Matanza 10° Antología de poemas y relatos, que reúne textos de Víctor Justino Orellana, Sergio Kipersain, Patricia Suñer, Anahí Miranda, Nora Coria y Karina Piriz, entre otros. En esa antología hay un poema de Leandro, “Amor al odio”, en el que da cuenta de una amenaza que recibió en los tiempos que cartoneaba: “Revisás mi basura/ y te pego un tiro”/ dijo desde una casa”.
¿El precio de los libros es una muralla para muchos de los vecinos de Villa Scasso? “Seamos sinceros ¿Qué no es caro hoy para un laburante?”, retruca Leandro. “Muchas cosas que solían ser habituales ahora son una muralla en este contexto social. Si no tenemos ganas de salir a caminar, preguntemos a nuestros familiares o a nosotros mismos qué posibilidades hay de comer a diario un plato de guiso con una buena variedad de ingredientes. Un libro puede ser una muralla, la comida sin dudas lo es también. Sin embargo, hago énfasis en que este proyecto sea visto como debe ser: un proyecto cultural y no un acto de caridad”, aclara y agrega: “La cultura es un derecho y bajo ningún punto de vista el ejercicio de un derecho debe ser visto como caridad, sino terminamos naturalizando la falta de derechos”.
Al principio lo movilizó el hecho de querer compartir sus libros. “Que el proyecto sea gratis no hace más que garantizar el ejercicio de un derecho a quien puedo alcanzar un libro con la bicicleta, sin que su economía lo limite, por lo menos dentro de los libros que tengo”, precisa Leandro y cuenta que en el Instagram de El verso nómade, donde también comparte muchos de los poemas que escribe, hay un link para quienes quieran colaborar. “El proyecto es gratuito, pero qué lindo cuando alguien te invita una birrita”, confiesa y revela que cuando tiene que cambiar un repuesto de la bicicleta la gente suele colaborar.
A Leandro le recomiendan que ponga una biblioteca popular o que cree una ONG. “Amigos, les agradezco mucho, sé que me lo dicen para que pueda crecer, pero cuando logro entregar un libro me vuelvo a casa feliz. Me sobra rutina y me falta tiempo. Si me recargo de tareas no voy a disfrutar de la entrega de un libro y probablemente termine por abandonar el proyecto”, reconoce y añade que no está negado a los cambios que puedan llegar. “Siempre voy a tratar de cuidar, por encima de todo, el deseo de llevar un libro porque ese simple deseo es lo que mantiene vivo el proyecto. Cada vez que entrego un libro ese deseo se renueva”.