Además de producir dulces regionales, Gerardo Ghioldi Ferrari es biznieto del teniente coronel Héctor Benigno Varela, el fusilador de la Patagonia, y está al frente de una Biblioteca llamada Osvaldo Bayer. De por sí, reviste interés husmear en la paradoja que encierra el hombre. Más aún, si a esa descendencia se les unen las de su abuelo, el dirigente socialista Américo Ghioldi -a quien Arturo Jauretche llamaba “Norteamérico”, por su antiperonismo cerril-, y la del pintor y escultor León Ferrari, su tío. Lindo lío genético-ideológico, pues, que Ferrari decidió encauzar hacia uno de los polos en cuestión. El nombre actual de la biblioteca popular que Gerardo dirige en Villa la Angostura, lo dice todo: Osvaldo Bayer.
“La Bayer”, como se le dice en la comarca sureña, cuenta en su seno con casi treinta mil libros para consulta de la comunidad. Además –de aquí su inserción social- sus miembros activos se dedican a propalar conciencia sobre los Derechos Humanos, el acceso a la tierra, las comunidades mapuches y la protección de la naturaleza. Durante nueve años –se fundó en 1991- llevó por nombre “Biblioteca Popular Villa la Angostura”, hasta que, luego de un incendio en el año 2000, cambió radicalmente de nombre, por decisión asamblearia.
Entre las acciones más poderosas realizadas en su nombre, figura el repudio a Erich Priebke, la oposición a la construcción del casino y el campo de golf en la Villa; la lucha por el cumplimiento efectivo de la ley de bosques, y la realización de actos cada 24 de marzo. “La biblioteca tenía nueve años ya, cuando los socios aprobaron en asamblea el cambio de nombre y quedó plasmado el del querido Osvaldo. Era justo que el escritor e investigador de los cruentos hechos de la Patagonia Rebelde fuera recordado por una biblioteca inserta en plena cordillera patagónica”, evoca hoy Ghioldi Ferrari, el hombre de la paradoja genética, y enfatiza el porqué, por supuesto condenando a su bisabuelo Varela: “Los cuatro tomos de una de las investigaciones más extraordinarias sobre la masacre de mil peones patagónicos sentenciados por el poder omnímodo de los estancieros, el poder central en Buenos Aires y el brazo ejecutor del ejército argentino comandados por Varela, hicieron mella en mucho de los socios para que tomaran la decisión de renombrarla”, se despacha él.
Por supuesto, Bayer no tardaría en viajar en repetidas oportunidades hasta la bella comarca, rodeada por el Parque Nacional Nahuel Huapi. Se recuerda las charlas que dio allí el viejo polemista, además de sus visitas a las comunidades Quintriqueo y Paichil Antriao, origen de sendas contratapas en PaginaI12. “Sus charlas en Bariloche, Esquel y San Martin de los Andes, donde incluso polemizó con Rodolfo Casamiquela, quedaron en las pupilas de los que tuvimos la fortuna de asistir y extasiarnos de cómo una polémica se convierte en verdad histórica. Por esos momentos, Osvaldo venía realizando las juntadas bajo el monumento de Roca, y en paralelo, volvía a la Patagonia para conocer la realidad de los mapuches en pleno siglo XXI. Se nutrió para conocer en detalle lo que estaba ocurriendo en uno de los pueblos más rebeldes del cono sur. Pulmari, Chapelco, Benetton marcaron un antes y un después del despertar que se produjo en todos los pueblos originarios en 1992”, señala Gerardo, nacido en Almagro y aquerenciado en la bella villa.
Él prefiere no hablar mucho de su abuelo Américo, quien reivindicó los fusilamientos de junio de 1956, a través del artículo titulado “Se acabo la leche de la clemencia”, que el dirigente socialista escribió en “La Vanguardia”.
Apenas refiere que fue quien una vez recibió al joven Bayer en su casa de Ambrosetti 84, y le dijo "en bonito lio se ha metido usted ¿eh?", cuando el escritor hurgaba en los hechos de la Patagonia. “Don Osvaldo en realidad había ido a entrevistar a mi abuela Delfina Varela Domínguez de Ghioldi, mujer de Américo, y hermana menor de Varela”, clarifica Ferrari. “Mi abuela había nacido en el seno de una familia puntana originaria de San Pablo, un pequeño pueblo del noreste de San Luis, y se convirtió en una importante pluma de la literatura puntana, una reconocida educadora y catedrática en la Universidad de Buenos Aires, y una entusiasta feminista cuando la mujer no podía salir del hogar”. La historia canta -y Ghioldi Ferrari recuerda- que Delfina fue quien le negó a Bayer que su marido –Varela- hubiera ordenado fusilar a los peones patagónicos. “Me lo contó Osvaldo, con lágrimas de dolor asomando por su rostro”.
La “pata Ferrari” del sitio, en tanto, pasa por una donación que Julieta Zamorano Ferrari, la nieta del artista plástico, acaba de hacer para la Biblioteca. Se trata de un dibujo de su abuelo hecho con pintura acrílica sobre papel, firmado en 2007, año en que León ganó el “León de Oro” en la Bienal de Venecia. “Mide 40 x 30 centímetros, está enmarcado, y su valor -15 mil dólares- puede equipararse al de los materiales para la construcción de la ampliación de la Biblioteca”, se alegra Gerardo, dado que el dinero servirá para terminar la construcción de una caldera y, de paso, levantar un museo-homenaje a Bayer. “Osvaldo estaba muy enamorado de la Patagonia y las cuatro o cinco veces que vino, como decía antes, siempre dejó semillas”, concluye Gerardo Ghioldi Ferrari, productor de dulces, y algo más.