“Tal vez tiene que ver con un trabajo de hormiga, con la constancia, con el hecho de que las canciones se van difundiendo de boca en boca y la gente se las fue apropiando”, intenta ensayar una respuesta el cantautor Adrián Berra sobre su pujante presente y la buena respuesta del público. Es que acaba de volver de una gira por el norte del país, que lo llevó por Santiago del Estero, Tucumán, Chaco, Salta, Jujuy y Corrientes, y hoy a las 21 presentará su tercer disco, Mundo debajo del mundo (2017), en el ND/Teatro (Paraguay 918), con entradas agotadas. “Cuando se trata de proyectos independientes, se genera mucha fidelidad con quienes te descubren, porque no es algo pasajero o una moda. Entonces, se sienten parte y lo valoran más. Cuando descubrís una música, te dan ganas de compartirla porque no sale en ningún lado”, entiende este músico de perfil bajo y paso firme.
Berra es un artista inquieto y difícil de encasillar en alguna escena. Su acercamiento a la música fue de manera más intuitiva. “Durante los viajes se empezó a despertar en mí la necesidad de tocar la guitarra y expresarme. Mi historia tiene que ver con el juego, con lo lúdico. Y cuando me di cuenta de que me estaba dedicando a eso, me entraron ganas de estudiar. Pero el estudio no tiene que ver tanto con la academia, sino con la curiosidad”, cuenta Berra, quien apenas duró un mes en el conservatorio, pero se nutrió con otros materiales, como los libros del pedagogo musical Murray Schafer. Con los pocos acordes que sabía, publicó su primer disco, Mi casa no tiene paredes (2010), y luego vino El funeral (2013), un trabajo eléctrico y en banda.
En su nuevo disco, Mundo debajo del mundo, Berra vuelve a la “esencia acústica” en formato cuarteto: Matías Pozo en guitarra, Cristina Bonomo en percusión y Rafael Clemente en contrabajo. “Necesitaba que las canciones partieran de la guitarra acústica y la voz”, dice. “Cuando queremos corrernos un poco del mundo, es ahí cuando empezamos a encontrar nuestro propio mundo, con nuestras propias reglas”, explica sobre el concepto. Con cálidos arreglos de cuerda y un clima calmo, el músico entrega un disco breve, sin apuro, con diez canciones que hablan sobre la rebeldía de la niñez (“Desaprender”), la sutileza de las cosas (“Mundo”, con Charo Bogarín), los cantos sanadores (“De regreso”, a dúo Lola Membrillo) y los ciclos de la vida (“Instante”). “El disco me encuentra en un momento de serenidad, puertas adentro. Los otros discos fueron escritos de viaje y este lo hice más en mi casa. Por eso es reflexivo, despojado e introspectivo”, define.
Canciones de la primera época como “Evolución”, “Sigue”, “Natural” y “Un beso en la nariz” trascendieron fronteras y llegaron a una ecoaldea de Portugal, a institutos que trabajan con chicos autistas en España y a proyectos de educación popular, permacultura y espacios alternativos de todo el país. E incluso sus melodías llegaron a la banda de sonido de películas, como La educación prohibida (2012). “La música habla tanto de uno que casi todos los lugares adonde llegó, yo estoy de acuerdo y comparto. Entonces, muchas veces pasa que me llaman de espacios alternativos o con propuestas distintas, y me encanta ir; a veces voy solo con la guitarra y a veces con la familia. Y trato de sacarle el jugo a las canciones, porque no solo tienen el beneficio de que la gente las escuche o que se vuelva un trabajo, sino que también tiene el tesoro de conectarte con las personas, y en esos ámbitos pasa mucho”. El próximo año emprenderá una gira por la Patagonia, San Juan, Mendoza y Chile. Y todos sus pasos se pueden seguir en adrianberra.com.ar.