El más ilustre de los albaneses, Ismail Kadaré, asistió al derrumbe de un régimen cuyos escombros inflamaron añejos rencores y odios en toda la zona de los Balcanes. El escritor que ganó el Premio Internacional Man Booker en 2005 y el Príncipe de Asturias en 2009 desplegó un cosmos literario de una extraordinaria versatilidad. Desde la pequeña ciudad donde nació, Gjirokäster, construyó una obra universal regida por las leyes del mito y de la tradición secular. Conjugar belleza y un hondo compromiso a la hora de diseccionar cómo los regímenes totalitarios penetran en la vida cotidiana y la amenazan hasta transformarla en insoportable no es una empresa artística fácil de concretar. Pero el “Homero albanés”, "eterno" candidato al Premio Nobel de Literatura, pulsó las teclas de la poesía y la narrativa con el telón de fondo de Albania como espacio terrible y hostil, pero amado profundamente. El autor de El general del ejército muerto, El gran invierno, El palacio de los sueños y El ocaso de los dioses de la estepa, entre otras obras que han sido traducidas a más de cuarenta y cinco idiomas, murió a los 88 años en un hospital de Tirana.
Kadaré estudió Letras en la Universidad de Tirana y en el Instituto Gorki de Literatura Universal de Moscú, becado por el gobierno albanés. En 1960 decidió abandonar Rusia por la ruptura de relaciones entre la Unión Soviética y Albania. La decepción que le generó el sistema soviético la reflejaría posteriormente en El ocaso de los dioses de la estepa y El gran invierno. A su regreso a Albania se dedicó a escribir para distintas revistas de literatura y publicó sus primeros poemas. El reconocimiento dentro y fuera de su país le llegó a fines de la década del '60, cuando publicó la novela El general del ejército muerto (1967), que fue llevada al cine en la década del '80 por Luciano Tovoli, con protagónico de Marcello Mastroianni. En El palacio de los sueños, publicada en 1981 y considerada por muchos como su obra maestra, denunció el régimen burocrático y autoritario que comandó el dictador Enver Hoxha, quien gobernó Albania desde 1944 hasta su muerte en 1985.
En 1990, un año después de la caída del Muro de Berlín, el escritor albanés pidió asilo político en Francia y desató una conmoción en su país por más que las autoridades calificaran el hecho como “el acto privado de un particular”. Sus libros fueron retirados de las librerías albanesas donde ocupaban un lugar privilegiado, sólo disputado por las obras completas de Hoxha. “Por ser escritor, ya eras culpable. Y la notoriedad en tu país o el éxito en el extranjero, por modestos que fueran, te convertía en más culpable todavía. Incluso para la gente, como si al estar traducido a otros idiomas no quisieras a tu pueblo. Pero siempre digo que la literatura no es víctima de nada”, recordaba Kadaré. Desde París observó la sombra que su propio pueblo proyectaba sobre Europa, la de una Albania sumida en el caos y la pobreza, golpeada puertas adentro por el colapso del sistema bancario, y castigada desde afuera por los conflictos étnicos de Kosovo y Macedonia.
El compromiso de Kadaré jugó un destacado papel en el esclarecimiento internacional del drama de los albaneses de Kosovo. Como quien busca la paja en el trigo, el escritor albanés iluminó las contradicciones del poscomunismo y de la instalación del capitalismo en su país, un asunto al que dedicó Frías flores de marzo, una ácida visión del vacío moral que llegó de la mano de la transición. En Los tambores de la lluvia –novela histórica que tiene por escenario la Albania del siglo XV, cuando la ciudad Kruja fue sitiada por el ejército turco–, Kadaré puso en boca de un personaje una reflexión que alumbra su legado literario: “¿Alguna vez has pensado en el terrible poder de un canto? La batalla librada hace un mes, por ejemplo, se tradujo en un canto trágico. Si yo me expresara como tú, diría que esta guerra, transformada en canto, discurrirá a través de los siglos, como un banco de niebla llevado por el viento. La guerra termina, pero el canto seguirá transmitiéndose de generación en generación”.