Cecilia Gentili, nació en Santa Fe, en 1972, y fue una activista por los derechos de las personas trans y travestis, una transformer, actriz y escritora que residió la mayor parte de su vida adulta en Nueva York, ciudad que la acogió a sus veintipico de años y donde construyó una existencia intensa y comprometida.

Murió inesperadamente el último febrero, poco después de su cumpleaños. Ahora, la editorial Caja Negra publica Su libro Faltas. Cartas a todas las personas de mi pueblo que no me violaron. En la portada se ve su rostro coronado de rosas rojas y espinas.

En su cuenta de Instagram todavía se puede leer el mensaje de sus más querides: Nuestra querida Cecilia Gentili murió esta mañana y su espíritu seguirá velando por nosotros. Sean amables unos con otros y ámense con ferocidad. En este momento, pedimos privacidad, tiempo y espacio para llorar.

Kathy Hochul, la gobernadora del estado de Nueva York expresó unas palabras en su cuenta de X: “Como artista y firme activista del movimiento de los derechos trans, ayudó a innumerables personas a encontrar amor, alegría y aceptación”.

Oscar Díaz

El volumen contiene una serie de cartas que transmutan el dolor de una disidente en una vida más plena. Esos textos están dirigidas a personas que fueron determinantes en la infancia de Cecilia, en Gálvez. También es un ajuste de cuentas contra aquellas y aquellos que, con sus acciones, omisiones y silencio, destruyen lo bueno del mundo e imponen experiencias hostiles y precarias a las divergencias genéricas y las migrantes.

Madre de todas las putas, travesti, bendita. Así, con esos sustantivos y adjetivos, más de mil personas despidieron a Cecilia Gentili, el último 6 de febrero en la Catedral de San Patricio. Un adiós definitivo organizado por la amiga Ceyenne Doroshow, condenado luego por la Arquidiócesis de Nueva York y por una cantidad importante de hipócritas que forman parte de la feligresía. Devotos carentes de toda espiritualidad, no soportaron que un espacio sagrado que consideran propio, exclusivo, privado, fuera tomado por los afectos de esta santa popular queer.

Afectos de este mundo que se han sentido alguna vez extraterrestres, como Cecilia. Personas que saben lo que significa el amor y el ayudar a mantenerse vivas unas a las otras, esa gente le dio el último adiós a su referente en el antiguo templo cristiano de la Quinta Avenida.

Esa ceremonia fue un desafío ético, como los Evangelios que cuentan la historia de la mujer de “mala vida”, Maria Magdalena, la amiga de Jesús que le lava los pies con sus lágrimas y los enjuaga con sus cabellos, según se narra en Lucas 7.36-50.

“Quienes sufren abusos y son rechazados por la economía sexual patriarcal dominante son las personas que mejor saben lo que significa amar al mundo a pesar de todo”, reflexiona Mckenzie Wark. Le escritore australiana es autore de Vaquera invertida, una autobiografía donde dice: “Escondido en la euforia de la leche y de la droga, en el júbilo de no existir, había algo diferente. Una disforia, una curva, una distorsión. Una necesidad de existir, pero de otro modo, como algo que ya no fingiría ser un hombre”.

Cecilia Gentili se fue de este mundo dejando un libro conmovedor e hilarante, con una narrativa que se dirige a la amante de su padre, a su abuela, a su mejor amigo, a la hija de su violador y a su madre a través de unas cartas largas en las que no se calla nada y lo dice todo con franqueza y en forma delicada.

La activista y artista eligió esos destinatarios para acusar, redimir, burlarse, enseñar y seducir a quienes, voluntariamente o no, fueron cómplices de la violencia que padeció cuando, con cuerpo de niñe, ya intuía que no había una correspondencia entre su biología, su percepción de sí misme, sus sensaciones y sus sentimientos.

En capítulos que llevan los nombres de esas personas que le repudiaron, intentó convertir sus heridas infantiles y las que se ahondaron después en su alma y su carne, en ríos de palabras por los que navegar una vida con reducción del dolor.

La artista santafesina-neoyorkina siempre se sintió de otro planeta. De Gálvez partió a Rosario para estudiar, luego se fue a Miami y en 2002 desembarcó en la isla más famosa de los Estados Unidos en busca de mejores destinos. Fue trabajadora sexual, militante, performer y escritora. Escribió en una lengua travesti e hizo de Faltas, su libro, un texto potente que reflexiona sobre el poder de la gramática para sanar y construir colectivos.

Pero, ¿quién fue Cecilia? Nacida en 1972 en una familia pobre residente en el pueblo de Gálvez, con el cambio de milenio se mudó a los Estados Unidos. Como mujer trans sufrió la turbulencia de las adicciones y del trabajo sexual, y se construyó como referente de los derechos de la comunidad latina migrante. Desarrolló una carrera en el arte, participó de la serie Pose y presentó su stand up Red Ink. Fundó además Transgender Equity Consulting y APICHA, una ONG especializada en el cuidado de personas con VIH/SIDA.

En la Gran Manzana cofundó la organización DecrimNY que logró despenalizar el trabajo sexual y derogar una ley que penalizaba el vagabundeo con fines de prostitución.

Cecilia era una mujer de 52 años cuando la muerte la sorprendió seis meses atrás y esa partida sacudió a distintas comunidades con las que había tejido red, comunidades que la amaban y para quienes se había hecho necesaria por la calidad de su maternaje. Su escucha, su palabra, sus abrazos, siempre a disposición de quienes la requerían.

Más de un millar de personas asistieron a su funeral en la catedral de Saint Patrick, en Manhattan. Gente con la que construyó comunidad a través del tiempo y de las múltiples actividades que fue desarrollando en favor de los derechos de las comunidades perseguidas.

En su único libro publicado (de la Colección Efectos Colaterales, de Editorial Caja Negra), Gentili recuperó la memoria de hechos secretos de una infancia pueblerina, rodeada de prejuicios, que la marcaron para siempre. Primero, como trauma, luego como la inspiración sublimada que la sacó de la mudez.

Faltas fue traducido por Alejo Ponce de León, fundador del fanzine Mamá Lince e integrante del colectivo curatorial Titularidad no informada. Y cuenta con un epílogo de la escritora australiana McKenzie Wark.

“Quería, por supuesto, decirles, que no era un chico; quería decirles que era una chica, pero sabía que nada bueno saldría de esa respuesta. Dejé fluir las lágrimas que había estado reteniendo en los ojos”, evocó Cecilia en el primer capítulo del volumen. Ella siempre se sintió una marginal. “Sufría una sensación extrema de no pertenecer a ningún grupo ni a ningún lugar”.

Buscando venganza y perdón por haber sido abusada, Cecilia ejercitó el exorcismo y ahuyentó fantasmas a través de la escritura y meditó sobre el poder del arte para curar el dolor que la punzaba.

Durante un encuentro con su abuela (“no tenía cerraduras, igual que vos”), se probó una peluca rubia con ondas, coqueteó frente al espejo y la madre de su madre le dijo: Dios mío, estás tan perfecta. Y ella, sencillamente, le explicó: Abuela, esto es lo que quiero ser.

“Siempre soñaste con encontrar a un chico que se enamore de vos profundamente que te desee tanto como Miguel me deseaba a mí, para obtener de él todo lo que necesitaras. No era solamente dinero lo que pretendías, sino también un anillo. Y necesitabas a alguien que se casara con vos y te sacara de aquella casa que apestaba a alcohol”, le dice Cecilia a Helena, otra de las mujeres que marcaron su vida.

Hay una carta para Juan Pablo, el gordito al que la Mami le aconsejaba que no se juntara con Cecilia. El, además de gay, era la primera persona de su edad para la que coger también era un tema de interés natural. “Éramos los maricones afeminados a los que los chicos podían acudir para que se las chuparan después de haber dejado a sus novias, que no lo hacían. Éramos como tachos, pero en lugar de basura juntábamos el semen de los imbéciles que no sabían cómo conseguir una concha, viendo el disgusto en sus caras después de acabar, tan arrepentidos y tan aliviados al mismo tiempo.”

Queda claro que la relación con su abuela materna Alejandrina fue una de las mejores cosas que le sucedió. “Las libertades que me dejabas tomarme en tu casa me acercaban a experimentar la posibilidad de la vida que necesitaba, y yo, finalmente, no tenía que darle a cambio nada a nadie para sentir eso, abuela. Nada de nada.”

Esa abuela era indígena. “... cuando trabajábamos la tierra en tu jardín, ese pedacito de tierra que el abuelo Ángel había comprado y alambrado para vos, siempre decías: ‘Tuvimos que pagar por esta tierra que, para empezar, ya era mía’.”

Le escribe a su Mami en su memoria trans: Vi muchas veces en tus ojos el deseo de que yo no fuera tu hijo. Vi cómo tus ojos me transmitían a mí y al mundo que la vida sería mejor si yo pudiera estar de otra manera, no siendo tu hijo. Siempre tratabas de poner un manto que ocultara mis acciones, por el bien de los demás. Estabas obligada a minimizar cualquier expresión, cualquier dicho o en general cualquier cosa que me hiciera parecer queer”.

Recuerda Wark que una noche, luego de contarle a su abuela que cree ser una ET abandonada en este planeta y espera que vuelvan a buscarla para llevarla a su auténtico hogar, Cecilia espera junto a ella a los aliens sentada al pie del naranjo del patio. “La pequeña Cecilia se queda dormida en sus brazos, bajo las estrellas. Por la mañana, su abuela le dice que no se preocupe, que los extraterrestres no se habían olvidado de ella y que algún día iban a volver a buscarla.”

 

Se fue dejando un legado precioso que narra el estado ordinario de las cosas, la precariedad de las disidencias, la monstruosidad de la existencia y su belleza. La vida, poca o mucha, es lucha.