Una de las imágenes más icónicas del arte homoerótico del siglo XX es “Man in Polyester Suit” (1980), la fotografía de Robert Mapplethorpe en la cual, un pene negro sale de la bragueta de un hombre vestido de traje. La obra da cuenta de uno de los fetichismos más recurrentes y perdurables de la cultura gay: los uniformes en general y los trajes modernos en particular. En efecto, la pasión de los varones por los elegantes hombres de saco, chaleco, corbata y pantalones largos -de los más variados cortes, diseños, tonos, matices y texturas- alimentó y sigue alimentando fantasías voluptuosas de humanos ardientes, dio a luz a algunas bellas páginas de literatura, creó clubes fetichistas y hasta una lucrativa industria porno dedicada específicamente al tópico.

Si poetas como Paul Verlaine, Sandro Penna, o Pier Paolo Pasolini adoraban el físico y la pinta de los obreros; si escritores como Federico García Lorca, Luis Cernuda o Jean Genet se inclinaban por los uniformes de los marineros (o en el caso de Genet también por el de los presidiarios o de los soldados), si Yukio Mishima prefería los soldados ensangrentados, otros tantos autores han rendido alabanza al estilo paradigmático de la formalidad del caballero moderno.

Así, en “Ella o el sueño de nadie" (1983), novela pionera de la literatura chilena gay, Mauricio Wacquez describe la siguiente escena para dar cuenta del amor a primera vista entre Marcio y Julián: “¿Qué me hizo amarlo, por Dios? (…) Recuerdo su traje de terciopelo, el cuello de encaje, las medias de seda, los botines de charol. Julián doblaba un pie y se pasaba la mano por la frente, apartando los rizos rubios. Entonces, corrí a mi cuarto y allí, en el espejo, frente a mí, estaba él, yo, una ilusión”. O en el relato gay “Rapsodia metropolitana” (2007), el escritor barcelonés Daniel O’ Hará describe a Oriol, el galán protagonista como “un chulazo cuarentón de traje y corbata, apuesto directivo o algo así, guapo de morirse, catalán de toda la vida, cero pluma, muy a lo Joan Laporta, pero menos pastel”.

Clase, sexualidad, conservadurismo y subversión del traje masculino

Sin detenerse en esta genealogía, en “El traje. Forma, función y estilo”, (Ediciones Ampersand) el crítico Christopher Breward realiza un estudio erudito, exhaustivo y didáctico (en el buen sentido de la palabra) sobre uno de los símbolos más subestimados, pero, a la vez, más duraderos de la civilización moderna. Así, el autor plantea una historia de casi cuatro siglos, en las cuales el consabido ropaje vistió a monarcas, ejércitos y dandis y fue motivo de reflexión de artistas, críticos y filósofos, algunos de los cuales lo han elevado a evidencia de la incesante búsqueda humana de la perfección.

Lo cierto, es que, aunque sucesivos e improvisados gurúes de la moda hayan pregonado la muerte del traje, éste sobrevive con escasas modificaciones como un artículo de la vestimenta cotidiana y formal en la mayoría de los países del mundo y sigue siendo parte relevante del atuendo para el trabajo, el ocio y las ceremonias. Aunque parezca de otra época, sus ubicuos contornos siguen vistiendo hombres y mujeres de las ocupaciones más variadas: políticos, agentes de bienes raíces, empleados bancarios, rabinos, abogados, novios de bodas y asistentes a funerales.

Según expresa Breward, “su adecuación al propósito, su impecable elegancia y su distinción social lo han convertido en un ejemplo perfecto de la teoría evolucionista y el utopismo democrático plasmados en tela”. Sin ir más lejos, el influyente arquitecto vienés Adolf Loos, padre del modernismo y eventual periodista de modas, fue uno de aquellos trajéfilos para quienes la alta sastrería era sagrada.

Sin embargo, mientras algunos lo han ensalzado como el epítome de la distinción y la elegancia, otros autores como Edward Carpenter, el profeta de la homosexualidad orgullosa que abogaba en un mismo movimiento por la lucha social y la libertad sexual, despotricó contra la prisión de sus pesadas telas y costuras.

En ese sentido, Carpenter puso sobre el debate público una de las críticas más recurrentes al traje: lo condenó como un símbolo clasista (icono de la desigualdad y la explotación social) y como un objeto asociado a la conformidad, la docilidad, y el sometimiento al sistema capitalista. Según expresa el propio Breward, el carácter uniformador, disciplinario y cincelador de cuerpos y corazones del traje queda de manifiesto en sus propios orígenes relacionados con los atuendos militares del siglo XVII (particularmente la Guerra de los Treinta Años) que buscaban crear sentidos de pertenencia e identidad para los flamantes soldados reclutados de los sectores asalariados. Asimismo, a la vez que aseguraba la ubicuidad de los militares, ciertos elementos adheridos o incorporados al uniforme daban cuenta de la necesaria escala de jerarquización castrense.

De manera análoga, en sus sucesivas formas -chaqué y levita negra hasta las rodillas, pantalones rectos de lana a rayas negras y grises, chistera de seda para los miembros del Parlamento, jueces, abogados y médicos de la década de 1860; los cómodos sacos y pantalones negros o marrones de los oficinistas popularizados por Edgar Allan Poe en el relato “El hombre de la multitud”; el llamado "traje de la calle" de maestros, comerciantes y periodistas de la segunda mitad del siglo XIX-, el traje mostraba el estatus del hombre y también pretendía erigirse como escala de respetabilidad y decencia. Paradojalmente hasta los muchachos de las “casas de vicio” tenían sus propios estilos reconocibles: chaquetas ajustadas, botas brillantes, cabello peinado al aceite y labios desdeñosos. A su vez, ciertos trabajadores decimonónicos solían adoptar calculadamente un aire de informalidad y desaliño -botas con los cordones sueltos, chalecos mal abotonados, pañuelos apenas anudados- que exudaban una rebeldía y una subversión manifiesta que hubiera hecho las delicias de Carpenter y de Pasolini. O, en la versión local del siglo XX, el trabajador de los derechos sociales peronistas, no casualmente fue identificado como descamisado. 

Los trajes de Wilde, Pasolini y Armani

Si bien, como se señalara antes, Breward no se centra en las fantasías y la imaginería que propicio el traje en la cultura homoerótica, no deja de señalar las implicancias que la misma tuvo en la historia del traje.

Así, se detiene en tres figuras claves: Oscar Wilde, Pier Paolo Pasolini y Giorgio Armani. Por un lado, además de escritor escandaloso que se vanagloria de sus vicios sensuales en la novela “El retrato de Dorian Gray” (1890); de dramaturgo que denuncia la hipocresía de la moral y la sociedad victoriana en obras como "La importancia de llamarse Ernesto"; de poeta que proclama a los cuatro vientos su amor por un joven de ojos azules y labios escarlata; de acusado que defendió al amor que no osa decir su nombre en la sala de tribunales; Oscar Wilde fue un revolucionario en el arte de la estética y la presentación personal al punto de convertir su vestimenta en un atuendo para posar.

Prototipo del dandy, Wilde metamorfoseó los tradicionales colores negros del traje -que remitían a la respetabilidad burguesa, pero también a la opresión, la criminalidad y la aflicción- por los colores vivos: particularmente el escarlata (como los labios de su amado) y el verde. El traje verde que solía ostentar o el clavel teñido de verde que habitualmente se prendía en el ojal era el símbolo público de lo que hoy podríamos llamar orgullo gay.

Por otro lado, en la década del sesenta, desde “Accatone” (1961) en adelante, la cinematografía de Pasolini revindicó la modernidad electrizante y la violencia subyacente del guardarropa proletario italiano. De la mano del genial director, la ropa excesiva dictada por las posibilidades económicas de los muchachos del arroyo o los rateros; el cuello abierto de la camisa luciendo una cadena brillante comprada en una tienda cualquiera del centro; los pantalones ligeramente gastados, arrugados, rotos o un poco cortos, siempre ceñidos a los muslos y marcando los genitales dieron impulso a una nueva era de la concupiscencia estética.

Finalmente, los diseños de Armani, dan lugar a la invención de una segunda piel evidenciada en el traje, a una indumentaria masculina de una profunda radicalización, a un abandono a las cualidades táctiles, a un suave y acariciante contacto de la tela con el cuerpo. El ejemplo más claro son los trajes lucidos por Richard Gere en “American Gigoló” (1980) de Paul Schrader. Para el personaje de Julián, Armani diseña una tela que se ajusta a la complexión musculosa de Gere y se aleja definitivamente de las influencias puritanas y represivas. 

Así, deviene uno de los pioneros en jugar con una versión más libidinosa, sensual, narcisista, dionisíaca y glamorosa del traje. Parafraseando el clásico cuento de Hans Christian Andersen, “El traje del emperador”, se puede afirmar que en “American Gigolo”, aunque supuestamente vista traje, Richard Gere está desnudo. En ese sentido, Gere presagia el traje desnudo diseñado por Spencer Tunick y Richard James para la revista Esquire en septiembre de 2009. O el traje negro de lentuejas de Louis Vuitton lucido por Timothée Chalamet para la entrega de los premios Oscar versión 2022.

Apelando a herramientas multidisciplinarias de la historia, la historia de la moda, el diseño, la sociología, la pintura y la literatura, Breward lega un libro ejemplar sobre la omnipresente influencia del traje en la cultura contemporánea. 

Mención aparte merecen sus referencias cinematográficas: desde Alec Guiness en “El hombre vestido de blanco” (1951), pasando por la sastrería de posguerra de directores claves como Alexander Mackendrick o Alfred Hitchcock (especialmente el Cary Grant de “Intriga internacional" en 1959) y deteniéndose particularmente en los trajes de James Bond que constituyeron verdaderos iconos de masculinidad de cada época histórica (el inefablemente sensual Sean Connery, el libertino Roger Moore , los cuerpos más activos de Pierce Brosnan y la bomba Daniel Craig). Amparado en una cuidadosa edición local plena de bellas ilustraciones, el estudio riguroso y la atrapante prosa de Breward tienen el mérito de fascinar por partes iguales a académicos y neófitos, a los afectos a los trajes a medida o pret-a-porter, a los asexuados y aquellos que tienen sueños mojados con los hombres vestidos de negro.


Christopher Breward, “El Traje. Forma, función y estilo”, Ampersand, 2024. Colección Estudios de Moda dirigida por Marcelo Marino. Edición al cuidado de Diego Erlán. Traducción: Lilia Mosconi