¿Qué es la justicia? ¿Qué es la verdad? ¿Cómo se relacionan justicia y verdad? ¿Y ambas con poder?

A) Justicia es darle a cada cuál lo que le corresponde, dice Platón; primer filósofo sistemático que abordó la definición de justicia que, aún hoy, si bien es debatible, se acepta como premisa general, como marco teórico para comprender la verdad y legitimarla.

B) Verdad es una relación de correspondencia entre las palabras y las cosas; un poder semántico que establece concordancia entre el enunciado y su constatación empírica, así como su coherencia lógica.

C) La relación entre justicia y verdad es inescindible porque solo desde una postura auténtica, consensuada y ecuánime se puede discernir lo que corresponde. Por ejemplo, la propietaria de una navaja afilada se la presta a una amiga con la condición que se la devuelva en diez días. Pero cuando llega el momento de la devolución, la dueña del arma blanca sufre un brote psicótico. ¿Se debe devolver esa navaja? ¿se le debe dar “lo que le corresponde” a una mente confundida? ¿Justicia y verdad?, relaciones tan conflictivas como necesarias.

D) No existe justicia sin principio de imparcialidad y no hay fragmento de verdad que no esté atado a condición política, es decir, a relaciones de fuerza.

Estamos asistiendo a la transmutación de todos los valores. A un cambalache en el que ya no llora la Biblia junto al calefón. Ahora llora la verdad aferrada al poder. Dos juicios actuales mediatizados hasta la desesperación (el niño desaparecido), y la connivencia con lo judicial ocultando a les responsables (el atentado contra la ex presidenta) no solo revelan la parcialidad de una justicia sin objetividad, operan asimismo como casos testigos de las formas jurídicas espurias.

Las investigaciones por el grave intento de magnicidio -en Recoleta- y por la desaparición de un niño -en un pequeño pueblo de Corrientes- derraman arbitrariedad y desprecio por la verdad. Es hora de barajar y dar de nuevo. Es hora de regresar a las fuentes comunitarias con objetivos éticos valiosos y de confrontarlos con las formas procedimentales injustas e inconsistentes. Es hora de dejar en evidencia a esta justicia negativista y sesgada hasta el escándalo.

El engranaje poder-verdad-justicia no siempre funciona con manos limpias. La verdad no es algo innato o hecho por los dioses de una vez y para siempre. La verdad y la justicia se construyen. Desde una perspectiva ancestral, clásica y actual la idea de justicia necesariamente exige la idea de verdad. Pero se debe establecer asimismo qué entendemos por verdad para saber, así, como cada grupo o persona comprometida en una causa va a desequilibrar la balanza, aunque la mayoría de las veces, en estos juicios, pierden les más débiles.

La tarea judicial es velar para que se cumpla la ecuanimidad entre individualidades. La idea de justicia connota igualdad. Verdad y justicia son conceptos inseparables, se requieren mutuamente. De modo que donde falte una obligatoriamente falta la otra.

La verdad es cómo un ánfora rota en varios pedazos. La búsqueda de la verdad para poder arribar a la justicia consiste en ir pegando cada trozo roto en el lugar indicado para lograr así reconstruir la verdad, para que la diosa Alétheia se desnude, para que caigan sus velos, para mostrarle al jurado y a la población la verdad completa.

Pero si a priori se decide no investigar a los autores intelectuales y no investigar el financiamiento de la incitación al fallido magnicidio, a pesar de que (o justamente porque) existen fuertes indicios que comprometen a poderosos, ¿de qué justicia hablan?

El poder real (retrogrado, deshumanizado y de derecha) ya se construyó su propia verdad chueca. En lugar de la reluciente ánfora de la verdad “plantó” una opaca escupidera desconchada.

Policías, políticas/os corruptas/os, personas judiciales vendidas y medios monopólicos prostituidos constituyen un laboratorio de construcción de falsas verdades. Estos Sherlock Holmes de pacotillas tejen y destejen lo más conveniente para quienes siempre ganan a costa de violentar el ánfora y dejarla maltrecha.

Diké es la diosa de la justicia humana, hija de Times, la diosa de la justicia sagrada que, a su vez, es madre de Hesiquia, diosa de la tranquilidad de ánimo. La metáfora mítico religiosa de nuestros mitos fundantes representan paradigmas ideales de lo que significaría para cada mortal un mundo armónico.

La justicia que cumpliera con los valores sagrados de una cultura la aplicaría con sabiduría al juzgar los ilícitos. Los pueblos convivirían en paz en un mundo benevolente. Esto suena a utopía, pero es necesario reafirmarla para no adormecerse en los tibios y traicioneros brazos del no compromiso, del dejar hacer, dejar pasar, laisse faire. No deconstruir el proceso jurídico vomitador de trampas y entripados, tal es el mandato del poder.

Cuenta el mito que Diké velaba sobre la población para que se cumplan las leyes. Y, cuando ella misma era violada acudía a Zeus -juez supremo- a reclamar castigo para les culpables. Tan pronto como la voluntad imparcial de la autoridad reinstalaba el equilibrio castigando al culpable, se reparaba la ofrenda y la hija de la Justicia, Hesiquia, sobrevolaba pueblos y ciudades arrojando un manto de serenidad y restableciendo el equilibrio perdido y la serenidad de ánimo. Actualmente, más que un mito griego parece -como suele decirse- un cuento chino.

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Anatomía de una caída, de la directora Justine Triet, es una puesta en escena -con reveladores fuera de campo- de las capas y capas que van recopilando los fragmentos del ánfora de la verdad y sus formas jurídicas. Se analiza la posible culpabilidad de una mujer sospechada de haber asesinado a su marido. Y, de modo similar a los dos procesos citados (intento de magnicidio y desaparición de un menor) los argumentos de jueces y acusadores abundan en consideraciones prejuiciosas, machistas y de clase. Miradas ladinas. Desconfianza. El punto de contacto entre esta obra y algunos procesos nacionales reside en una gran contradicción. Mientras la directora francesa consigue que el público sea parte del jurado, les capitostes de los dispositivos político judiciales locales ignoran olímpicamente al público semidormido tragando sapos. ¿Llegará el tábano de Sócrates para despabilar con su aguijón voluntades aletargadas?