Partió de mí un barco llevándome - 8 puntos 

Argentina/Singapur, 2024 

Dirección: Cecilia Kang 

Guion: Virginia Roffo 

Duración: 81 minutos 

Intérpretes: Melanie Chong, Hae Kyung Jeon, Alex Chong, Eunice Cho, Mora Lestingi, Julio Chávez. 

Estreno: Disponible en Sala Leopoldo Lugones, Av. Corrientes 1530.

En una de las conversaciones incluidas en el extraordinario libro Los diálogos. Edición definitiva (Seix Barral), Osvaldo Ferrari intenta plantearle un tema a Jorge Luis Borges. “Desde hace tiempo, Borges, quería referirme a una idea que usted expresó varias veces...”, logra decir apenas, antes de que el autor de “El Aleph” lo interrumpa: “Yo tengo pocas ideas y siempre las expreso varias veces. (... ) Soy fácilmente monótono”. Como Borges, algunos cineastas también están condenados a abordar siempre los mismos temas, a filmar una y otra vez la misma película. Los dos primeros largometrajes de la argentina Cecilia Kang parecen confirmar que a esta joven directora le calza muy bien esa categoría.


Es que Mi último fracaso, su ópera prima de 2016, y Partió de mí un barco llevándome, su segundo trabajo, comparten una serie de preocupaciones y ejes temáticos que le dan forma a una vívida ilusión de continuidad. Como si no se tratara de obras independientes, sino de los primeros capítulos de una novela todavía inconclusa. El desarraigo, lo heredado y lo adquirido, la encrucijada cultural entre Oriente y Occidente, o el rol y el lugar de la mujer en la historia y en la actualidad son algunos de esos ejes que constituyen el alma narrativa de ambas películas. Pero si en la primera Kang recurría a su núcleo primario para buscar algunas respuestas (su madre, su hermana, sus maestras), en la segunda esos límites se amplían.

El punto de partida que toma Kang en su nueva película es el de las “Comfort Women”, o wianbu en coreano, eufemismo utilizado para denominar a las mujeres reducidas a esclavitud sexual por parte del ejército (y el Estado) japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Una práctica que, según algunas estimaciones, alcanzó a más de 400 mil mujeres, casi todas provenientes de países como China o Corea, por entonces bajo el yugo imperial nipón. Kang retoma ese tema desde Argentina convocando a Melanie Chong, una joven actriz hija de coreanos, quien debe aprender e interpretar un texto en el que una de esas mujeres sometidas cuenta cómo fue la vida después de aquella traumática experiencia.

Dueña de una gran sensibilidad que no pocas veces se traduce en lágrimas, la chica se apropia de ese texto hasta convertirlo en un espejo. Ahí se reflejan tanto la violencia a la que fue sometida su madre durante el matrimonio, como la fuerza de un desarraigo que la hace añorar Corea del Sur, como si ella misma hubiera emigrado desde allá, aunque nació y se crió en Argentina. Melanie se convierte así en un campo de batalla en el que la cultura heredada y la aprehendida entran en fricción, aunque Kang consigue que la película vuelva a esa experiencia menos áspera. La escena en que Melanie le enseña a una amiga a adoptar esa posición en cuclillas tan característica de las culturas orientales (quien haya visto películas coreanas o chinas conoce esa posición), expone de forma tan simple como elocuente hasta dónde pueden llegar las “diferencias culturales”.

Otro buen ejemplo de eso resulta la escena en la que Melanie viaja a Corea a visitar a su hermano, que vive allá hace cuatro años, en la que un bocadito Marroc hace de magdalena proustiana para expresar el poder de lo aprehendido. Esto incluye los sonidos, olores y sabores, que conforman los niveles más primales de una cultura. Kang maximiza cada uno de los recursos que utiliza para darle forma al relato de Partió de mí un barco llevándome, para exponer esas fuerzas en tensión que habitan no solo dentro de los migrantes, sino que se extienden hacia arriba por las ramas genealógicas con la fuerza de la sangre. Un mecanismo en el que la palabra y lo oral, aquello que es dicho, juega un rol vital en la transmisión e incluso la creación de un marco emotivo.