Desde Londres

Con 20 puntos de ventaja sobre los conservadores en las encuestas todo parecería estar dicho para las elecciones de este 4 de julio en el Reino Unido. Pero como se sabe, ningún partido está ganado hasta que el árbitro pita el final de los 90 minutos. En las elecciones de 1946, los británicos sorprendieron al mundo eligiendo a los laboristas y derrotando al gran héroe nacional de la segunda guerra mundial, el aún hoy venerado, Winston Churchill. ¿Pueden volver a dar una sorpresa hoy en las urnas?

Nadie en su sano juicio apostaría a favor de una reelección de Rishi Sunak que, a su desventaja en los sondeos, su impopularidad y el hecho de que es el individuo más rico en tiempos de malaria, le añadió una campaña que comenzó fatal y no levantó vuelo. Botón de muestra. En este país que se habla todo el día del clima, el primer ministro hizo su anuncio de una muy sorpresiva elección anticipada empapado por la tormenta, con un sistema de sonido pobre, con la voz ahogada por la lluvia y unos ingeniosos laboristas que, al tanto de lo que se venía, pusieron a todo volumen a unos 20 metros de 10 Downing Street, la canción que acompañó la victoria de Tony Blair en 1997: “Things can only get better”.

De ahí en más Sunak y los conservadores metieron la pata en todo los charcos de estas islas lluviosas. La repentina desaparición del primer ministro de la celebración europea del desembarco en Normandía, el día “D”, para ir a una entrevista televisiva fue una afrenta a una de las fechas patrióticas del calendario nacional. El escándalo de las apuestas de diputados conservadores a favor de una fecha anticipada electoral, causó repulsión y le dio un tono farsesco a los comicios. Las intervenciones de Sunak y otras espadas tories en los medios fueron deslucidas y robóticas.

Sunak necesitaba un rendimiento heroico en la campaña para al menos acortar la ventaja. Ni por asomo. El desaliento y degradación entre los mismos conservadores llegó a tal grado que se supo este fin de semana que un diputado apostó en contra de su victoria en su distrito. El patético cálculo del diputado Sir Philip Davies es que si pierde el escaño de Shipley en West Yorkshire, norte inglés, al menos ganará algo en compensación con las ocho mil libras que apostó por su derrota.

En este contexto no sorprende que la ex ministra del interior, la ultraderechista Suella Braverman, haya reconocido en un artículo publicado hoy en el conservador Daily Telegraph que “está todo perdido, tenemos que aceptar la realidad y frustración de ser un partido de oposición”. El ministro de trabajo y seguridad social Mel Stride se expresó en los mismos términos en un programa radial de la BBC. “Reconozco que con los datos de las encuestas de hoy el laborismo va a obtener una aplastante mayoría parlamentaria”, declaró Stride. Unos 75 diputados tories de los 344 que tenían los conservadores al convocar a las elecciones decidieron no competir para renovar sus escaños y se pusieron a buscar conchabo en las puertas giratorias que unen empresas y gobiernos.

And yet, and yet

Y, sin embargo, las mismas encuestas muestran que puede haber algunas sorpresas. Según algunos sondeos, los conservadores podrían quedar con unos 50 diputados, como tercer partido detrás de los liberal-demócratas, reconfigurando el escenario político británico del último siglo, dominado por el bipartidismo entre los hegemónicos tories y los laboristas.

Otras encuestas, en cambio, vaticinan que unos 200 diputados podrían ganar en su zona electoral, contundente derrota y mayoría absoluta para los laboristas, pero no un desastre que evoque el fantasma del Partido Conservador de Canadá que quedó reducido a la nada (dos diputados) en 1994 y tuvo que disolverse como fuerza política.

En el laborismo temen que la ventaja tan holgada en las encuestas genere complacencia en los votantes y que muchos no se molesten en pasar por el cuarto oscuro ante una elección ganada. Es el mensaje que ha intentado taladrar el partido, tanto en su puerta a puerta, como en los actos y por los medios: que nadie se quede en su casa. “Imagínense lo que será su vida si el cinco de julio se despierta otra vez con cinco años de gobierno conservador”, ha reiterado en sus entrevistas esta semana el líder laborista Sir Keir Starmer.

Otro temor es el desbande de votos y escaños por izquierda, empujada en buena medida por los Corbynistas por un lado y el voto musulmán pro-palestino por el otro. Jeremy Corbyn, líder partidario entre 2015 y 2020, fue suspendido del bloque parlamentario laborista por haber dicho que se había exagerado sobre los casos de antisemitismo en el partido. Muy popular diputado durante 40 años por Islington North, localidad en el norte de Londres, Corbyn está postulándose como independiente y según las encuestas está cabeza a cabeza con el candidato de Starmer.

El desencanto entre los musulmanes y parte de la izquierda por la posición de Starmer sobre Gaza – el año pasado se negó a apoyar un cese el fuego – tuvo ya consecuencias. Un exlaborista, George Galloway, ganó en marzo la elección en Rochdale, una circunscripción clásicamente laborista, con fuerte presencia musulmana. El Partido de los Trabajadores de Gran Bretaña de Galloway ha presentado candidatos en zonas con similar composición electoral. Dos importantes miembros del gabinete laborista en la sombra pueden perder frente al partido de Galloway su escaño y su futuro en el gobierno: Shabana Mahmood en Birmingham y Wes Streeting en Ilford North.

Poroteando

Otro factor que puede inclinar dramáticamente la balanza es el voto táctico. El hartazgo con 14 años de sucesivos gobiernos conservadores está haciendo que en muchas zonas electorales los liberal- demócratas o laboristas no voten por su partido sino por la fuerza que tenga más posibilidades de deshacerse de los conservadores. Una encuesta de Ipsos indica que uno de cada cinco votantes, está dispuesto a cambiar de camiseta con tal de librarse de los tories.

Este es el escenario catástrofe de los tories. Muchos ministros pueden perder su escaño y carrera política si hay un masivo voto táctico. Entre los que están en la cuerda floja se encuentran Rishi Sunak y su predecesora en el cargo, Liz “la breve” Truss. Otros duros como Suella Braverman, que dijo que los que vivían en la calle lo hacían por estilo de vida, el actual ministro del interior James Cleverly y el de finanzas Jeremy Hunt están en la cuerda floja. Candidatos a reemplazar a Sunak como Penny Modraunt y Grant Shapps tienen que conservar sus escaños si quieren tener alguna chance.

Estos últimos días de campaña tuvieron un par de sorpresas agradables para los conservadores. Dos Tories que se habían pasado al partido del ultraderechista Nigel Farage, decidieron volver a los conservadores “horrorizados por el racismo, la xenofobia” que habían encontrado en el Reform UK. Farage salió a desmentirlos con gesto ofendido: su partido no es racista o xenófobo. Cambalache shakespereano. Pero la realidad es que Farage le puede costar una docena de escaños a los conservadores.

Hay 650 circunscripciones electorales que se eligen por mayoría simple: el partido que gana aunque sea por un voto se lleva el escaño. Es un sistema electoral no proporcional que favorece gobiernos fuertes: Margaret Thatcher transformó el país en los 80 con un 43% del voto popular. A más de tres décadas de esa época de gloria, los conservadores están más cerca del arpa que de la guitarra eléctrica: darán un suspiro de alivio si logran entre 80 y 200 diputados y se mantienen como el principal partido de oposición. Si, en cambio, terminan con 50, quedarán como tercera fuerza en el parlamento y la oposición la ocuparían los liberal-demócratas. En este escenario el desastre tory sería absoluto y la victoria laborista, la mayor de la historia, superaría la que obtuvo Tony Blair en la histórica elección de 1997.