La historia de Lobos se parece a la de muchas otras ciudades de la provincia de Buenos Aires. Primero fue pampa, después fortín y pulperías. Más tarde llegó un tren, un par de fábricas, un hospital zonal que la subrayó en una zona del mapa de puras salitas médicas. Hoy tiene 40 mil habitantes y carga con los vestigios del poblado rural que supo ser. La mayoría de sus turistas vienen a ver eso: las estancias con horizonte verde y lejano en el campo y la larga hora muerta entre el mediodía y las cuatro de la tarde del sábado en el centro de la ciudad. Hasta ahí tiene todo lo que un turista porteño encuentra a poco de cruzar la General Paz: mucho pasto y un poco de silencio. Pero en la sombra de una higuera y una tuna, Lobos guarda el recuerdo del nacimiento de un expresidente y la muerte de un gaucho bravo, rebelde y popular. Los primeros días de Juan Domingo Perón y los últimos de Juan Moreira ocurrieron en esta ciudad, cuando Buenos Aires parecía estar mucho más lejos, y lo bonaerense estaba en plena gestación.
BUQUI Y LA TUNA Daniel Telesco tiene unos ochenta años y no pasa un solo día sin que alguien le pregunte por el cactus que tiene en el fondo de su casa, en la calle Manuel Caminos al 200. ¿Qué tiene de especial esa tuna? Según se cuenta, creció en el lugar exacto donde cayó la daga de Juan Moreira el día de su muerte. La planta, hoy de 143 años y cuatro metros de altura, quedó empotrada en el patio del vecino que con frecuencia recibe turistas en su casa. Mientras Daniel camina por el fondo de su vivienda, su perro Buqui lo sigue, corre hasta el cactus y vuelve por todo el verde del jardín. Como a Moreira lo escudriñaba Cacique, el perro con el que pasó todos sus días como fugitivo, a la tuna la custodia el perro de Daniel.
Detrás del cactus enorme, hay una pared de ladrillos –cuyas cinco primeras filas son del paredón original– que separa el terreno de Telesco de lo que supo ser la pulpería La Estrella, en donde hoy funciona un sanatorio privado. A esa pulpería Moreira llega en 1874, tras una larga persecución policial. De acuerdo con el libro que lo reconstruye, los motivos de esa fuga tenían que ver con una serie de asesinatos salvajes e injustificados, o con la sencilla razón de que el gaucho era dueño de un carácter que le impedía doblegarse ante una justicia caprichosa que se había ensañado con él.
“La gran causa de la inmensa criminalidad en la campaña está en nuestras autoridades excepcionales”, sostiene Eduardo Gutiérrez en sus folletines sobre Juan Moreira. Y sigue: “El gaucho, en el estado criminal de abandono en que vive, está privado de todos los derechos del ciudadano y del hombre; sobre su cabeza está eternamente levantado el sable del comandante militar y de la partida de plaza a quien no puede resistirse, porque entonces, para castigarlo, habrá siempre un cuerpo de línea”.
Y a Moreira esa justicia excepcional lo encontró en la pulpería de la esquina que cruza a las calles Cardoner y Chacabuco un 30 de abril. Solo, se enfrentó con 25 hombres hasta que decidió escapar. Mientras intentaba cruzar el paredón para irse de la pulpería, fue sorprendido por la bayoneta del Sargento Chirino, que finalmente le quitó la vida. Aunque Moreira no llegó a saltar esa pared, su daga cayó del otro lado. Y el cactus, se dice, creció un mes después de este episodio exactamente en ese lugar. Hoy, además del cactus –dentro de la propiedad de Telesco– pueden verse un cartel, en la puerta del Sanatorio, y un mural con el rostro de Moreira a unos pocos metros del lugar.
“La condición de los dueños de esa época siempre fue que este cactus se preserve”, cuenta el vecino, que compró el terreno en 1983. Encontró la tuna junto a una cruz de madera que la dueña original del predio había hecho para proteger la planta. Si bien Telesco sabía que el paredón que hoy linda con el centro médico era el lugar en que la Policía había dado, por fin, con Juan Moreira, fue completando las piezas de la historia gracias a los vecinos más añosos del barrio.
Después de un siglo y medio esa plantita se volvió alta y poderosa. Pareciera no haber mejor metáfora del mito de Moreira que, en cualquiera de las dos versiones que reconstruyeron su historia, tenía un carácter filoso como las armas blancas que siempre llevaba encima.
LA HIGUERA DE PERÓN Uno podría pararse en Juan Domingo Perón al 500 y pensar que está en la calle más tranquila de toda la provincia. Una tarde de sábado el semáforo de esa esquina puede cambiar de colores sin que pase un solo auto. Los dos supermercados de la calle quedan cerrados y sus veredas invadidas de perros que se echan a tomar sol de puro aburrimiento hasta los días nublados. “Acá no pasa nada”, pensaría uno. Y no podría estar más equivocado. En esta parte de la ciudad la historia de Lobos se agita en una controversia de larga data que la pone en disputa con el vecino municipio de Roque Pérez, que asegura que el expresidente en realidad nació en esa ciudad.
Lobos es, oficialmente, el lugar donde nació Juan Domingo Perón el 8 de octubre de 1895. Su casa natal es hoy un museo ubicado en una calle que también lleva su nombre. El sitio fue cerrado dos veces: primero, en 1955, durante la llamada Revolución Libertadora. Después, durante la dictadura de 1976, período en el que los objetos del museo fueron exhibidos en la Municipalidad. La reapertura definitiva se produjo en 1989, el 1° de julio, mientras se conmemoraba el decimoquinto aniversario del fallecimiento de Perón.
De fachada sencilla, a metros de esos semáforos que los fines de semana apenas frenan autos, este es el lugar donde se supone que el tres veces presidente argentino dio sus primeros pasos, pronunció sus primeras palabras y ensució sus primeros pañales. Acá, dicen los lobenses, nació el mito. Los vecinos de Roque Pérez, sin embargo, opinan distinto. Ellos tienen su propia casa natal de Perón, un rancho de ladrillos y adobe donde, aseguran, Perón dio sus primeros pasos, pronunció sus primeras palabras y ensució sus primeros pañales.
Adentro hay cuatro salas dedicadas a la vida del expresidente. En “17 de Octubre” se exhiben los muebles del hall y de la quinta del mismo nombre, con documentación y fotografías inéditas. En la sala “8 de Octubre” está el material que recupera su infancia, su historia familiar y su carrera como militar, mientras que en la Sala Centenario se encuentra una réplica del escritorio que ocupó el exmandatario durante su paso por Trabajo y Previsión en 1943.
En tanto, en la sala “25 de Octubre” hay una muestra enteramente dedicada a la visita que Perón hizo a la ciudad en 1953, durante la cual inauguró este mismo museo. “Hoy después de tantos años yo quiero volver a esta tierra para sentirme en ella como en los primeros días –dijo desde el balcón del edificio municipal-. Quiero hacer un examen de conciencia para decirles a todos los hermanos de esta vieja ciudad, de este viejo fortín de la pampa que desde que salí de ella no he hecho todos los días sino algo para honrarla en su nombre”. Así, Perón decía que fue acá: primeras palabras, primeros pasos y primeros pañales sucios.
Afuera, en el patio del museo, se conserva una higuera declarada Árbol Histórico Provincial, acompañada de un cartel que reza: “Retoño bajo el cual jugaba Juan Domingo Perón durante su niñez”. ¿Con qué jugaba Perón? Se cuenta que con un obsequio que el exintendente de la ciudad, Eulogio del Mármol, había hecho a su abuelo y que finalmente había heredado su papá: era el cráneo de Juan Moreira –que después de un paso por el museo de Luján regresó a la Casa Natal de Perón, en Lobos–. Perón niño, jugando a la sombra de una higuera con el cráneo de Juan Moreira mientras sus padres duermen la siesta, como mito o como realidad, es una escena que parece resumir la historia de la ciudad. Y que la hace, al mismo tiempo, tan parecida y tan distinta a los demás municipios bonaerenses.