Es sábado por la tarde y afuera hace frío. O eso le parece a ella al ver pasar gente abrigada por un tramo de la ventana a la que le corrió apenas la cortina para usar de cámara hacia la vereda. Ve a un joven alto con un buzo canguro y de ojos negros que camina despacio y la mira justo. Es algo rápido, como un fotograma que se saca justo en el momento en que las dos miradas coinciden para luego continuar la película. Adentro, sobre el escritorio, hay un velador encendido que con una tenue luz blanca ilumina el rostro y parte del cuerpo de la mujer, pero deja en sombras el sillón dando la impresión de que está suspendida sobre la nada. Desde allí piensa que si el joven de la ventana volviera hacia atrás y la invitara se iría con él sin dudarlo y dejaría todo. Sonríe y se pregunta qué todo sería ese antes de mirar hacia su derecha. Él está acostado en el otro sillón leyendo. La luz del velador lo alumbra de cuerpo entero, parece concentrado como si algo se le estuviera escapando y no supiese bien qué.

-¿Vos pusiste esto? -pregunta.

-No, yo puse hasta el tema anterior. Esto debe ser aleatorio -dice ella.

-No está mal, es un disco de los Rolling, los viejos Rolling -dice él, cierra el libro y lo pone sobre su pecho tapándolo con una mano.

A esta hora de la tardecita entra una luz naranja de afuera que, al atravesar el blanco de la cortina de gasa, se transforma en una combinación elegante de dos colores que se desconocen pero que se encuentran casi todos los días. Él vuelve a levantar el libro y se lo pone tan cerca de los ojos que ella aprovecha para observarlo en silencio. Está acostado boca arriba sobre el diván amarillo en el lado derecho de la habitación frente a la ventana y de espaldas a la cocina de donde viene la música. En medio de los dos hay una mesita de madera baja que tiene un cenicero de mármol y dos cuadernos, uno negro del lado de ella y uno verde del lado de él. Entre ambos cuadernos hay una lapicera gris con el nombre y apellido de él. Ella gira dándole la espalda y mira la pared que está encima suyo. La toca con la mano. Es suave y parece recién pintada. Levanta la mirada. La pared recibe una línea naranja que cruza la cortina y rodea al único cuadro que tiene colgado. Es un cuadro pequeño con un marco celeste, unos puntos cromados en los bordes y la imagen de una ciudad antigua de estilo europeo, piensa, con un edificio en el centro y una cúpula que se estira hacia el cielo.

-Qué ciudad es ésta -pregunta.

-Cuál.

-La del cuadro.

-Es esta misma ciudad en la que estamos -dice él. Ella no dice nada. Él se ríe: -Creíste que era de Europa.

-No -dice ella, de espaldas.

-Es esta ciudad el día en que nací -dice él, que habla mirando el libro como si leyera en voz alta-. Mientras yo nacía, mi padre caminaba por la ciudad. -Hace una pausa, deja el libro sobre el diván y la mira, ahora, como si recitara-. Sacaba fotos y esa que está encima tuyo es una.

-Nunca me lo habías contado -dice ella.

-Nunca me lo preguntaste -dice él.

-Qué parte de la ciudad es -dice ella. Él cierra el libro y lo pone en la mesita al lado de la lapicera.

-Creo que es en la parte que da al río, al lado de la calle principal.

Ella deja el libro al lado del cuaderno negro y se para. El cuadro está a la altura de sus ojos. Se acerca.

-No me doy cuenta -dice.

-Vos no habías nacido aún -dice él-. Era otra ciudad.

-Me estás mintiendo.

-Cuándo te mentí -dice él. De golpe la luz de afuera desaparece y queda la noche apenas cortada por la luz tenue del velador. Ella se sienta, toca el piso con las manos por debajo del sillón y levanta un atado de cigarrillos. Prende uno.

-Vos sabés cuándo -dice ella. Él no dice. La pareja que fueron diría que por favor no entren ahí. El disco de los Rolling se escucha más fuerte como si alguien hubiese subido de golpe el volumen en la otra habitación. La pareja que son dice que ya no se puede detener lo que no se detuvo.

-No empecemos -dice él y estira el brazo para agarrar el libro.

-No -dice ella-. No empezamos.

Él lee o hace que lee. Ella fuma.

-¿Vos harías eso? -dice ella. Él no dice-. ¿Te irías a sacar fotos por la ciudad mientras yo esté pariendo?

Él le pide una seca. Ella le dice que no.

-Para eso primero tendríamos que poder… -dice él y corta la frase.

La pareja que fueron se queda callada y quieta como si fuera un diamante roto. Él deja el libro, se levanta del diván y va al sillón de ella. Ella lo aleja. Él se acerca igual. La pareja que son se pregunta qué hacer.

-Perdoname.

-No te perdono.

Él le pide una seca otra vez. Ella le pasa el cigarrillo sin mirarlo. Él fuma.

-Cómo vamos a hacer para seguir juntos sin tener hijos -dice ella.

-Y que no te vayas con el primer boludo que te recite un poema de Juanele -dice él.

-No me gusta Juanele.

Se quedan en silencio mirando subir el humo del cigarrillo como si fuera una cortina blanca entre los dos.

-Exiliados -dice finalmente él y espanta el humo con la mano izquierda. Ella no dice. Los dos escuchan la música-. Como exiliados en la calle principal. Creo que así se llama el disco. Lo grabaron en una mansión del sur de Francia adonde se mudaron escapando de los altos impuestos británicos.

Ella rechaza el cigarrillo que él le ofrece, se acuesta boca arriba en el sillón y apoya la cabeza sobre las piernas de él. La pareja que fueron se retira. El humo ahora va para el lado de la ventana.

-¿Me estás proponiendo que nos exiliemos para no pagar impuestos? -dice ella. Él sonríe y no dice nada. Le hace caricias suaves alrededor de los ojos. Se miran-. Podemos cocinar algo rico y abrir un vino.

Él afirma con la cabeza observándola desde arriba. Hay un silencio. Termina una canción y arranca otra.

-Ésta me encanta -dice él-. Creo que es de Richards.

Se escuchan dos guitarras al principio, una voz que pareciera salir de un sótano y unos coros que la acompañan repitiendo happy una y otra y otra vez. Él apaga el cigarrillo, se acuesta al lado de ella en el sillón y comienza a besarla.