Hace más de 30 años, el 31 de julio de 1985, se producía en Hollywood una de las más espectaculares salidas del closet de la historia, sobre todo si se tiene en cuenta el espanto que causó y la influencia que tuvo en el futuro de la humanidad: sin pronunciar en ningún momento la palabra gay ni homosexual, Rock Hudson a los 59 años y tres meses antes de morir, asumió públicamente su “condición”. Acompañado por Doris Day, la actriz con la que en divina dupla había engatusado a la platea derrochando heterosexualidad durante décadas, dijo que tenía SIDA. La palabra se escribía con mayúsculas las pocas veces que se escribía. Y como además, por entonces, el VIH no era “vivir con” sino “tener la peste rosa”, el mundo entendió perfectamente que el actor era homosexual. Y en segunda instancia, comprendió que se moría.
Doris Day, en aquella histórica escena, sin mostrar conmiseración, ni miedo, ni asco, le dio a su amigo gay un beso en la mejilla. Caía un velo tras otro. Las espectadoras se decepcionaban de lo que había sido hasta entonces el modelo de masculinidad y empezaban a desconfiar de las apariencias. La pareja de actores, mientras tanto, abría toda una pedagogía contra el fantasma de los contagios y promovía la urgencia de invertir fondos y voluntades para investigar sobre este mal misterioso que se estaba llevando a uno de los hombres más amados por hombres y mujeres. Un hombre que pertenecía al universo hétero, al menos si se tenía en cuenta el tiempo que había sido tomado por tal.
Luego se supo que Rock Hudson (cuyo acto de sinceridad lo ha vuelto un héroe indiscutible) había salido del closet a los empujones por uno de sus tantos novios que lo amenazaba con hacerle un juicio (con escándalo) por haberlo (supuestamente) contagiado. La figura del portador se asumía entonces sin fisuras como delincuente, y si bien el advenedizo perdió el juicio post mortem (no tenía VIH ni tampoco había tenido tantas relaciones sexuales con riesgo de contagio con el actor como decía) Rock Hudson decidió salir por las suyas antes de que lo sacaran.
Por eso, antes incluso de aquella escena su agente había emitido un comunicado donde anunciaba que el actor estaba haciendo un tratamiento piloto en Francia. Más tarde ella declaró: ’Lo más difícil que tuve que hacer en mi vida fue caminar hasta su cuarto y leerle el parte de prensa. Nunca me voy a olvidar su mirada. Cómo explicarlo… Muy poca gente sabía que el era gay. En sus ojos se veía el dolor de estar destruyendo su propia imagen. Se lo leí y dijo simplemente: Es lo que hay que hacer. Lo haremos.” (Otras traducciones dicen que en realidad dijo: “Es lo que quieren. Tirémoselo a los perros”)
Ahora lo digo
Luego de la epopeya del sida, la del orgullo y en el siglo XXI del matrimonio igualitario, pero en el mismo Hollywood y en el mismo mundo, Kevin Spacey viene siendo acosado para salir del closet hace más de una década. Secreto a voces que siempre exigió confesión. La violencia con la que periodistas/activistas de la comunidad le han reprochado y se han burlado de su silencio parecería indicar que ahora callar es lo nocivo, casi una delincuencia. En1997 “Enquire” titulaba que el actor tenía “un secreto” y en más de una entrevista apareció acorralado por algún periodista que como en tiempos de Rock Hudson conocía perfectamente las andanzas del actor en cuestión (la loca de Hudson tenía una mansión donde organizaba orgías descomunales) sólo que ahora está bien visto “dejar la complicidad”.
Otra cosa es una acusación de abuso sexual (y de poder). Spacey salió del closet con escándalo mediante. Finalmente, como parte de la respuesta a la acusación del actor Anthony Rapp que rememoró en las redes una escena en la que Spacey había intentado tener relaciones sexuales 30 años atrás cuando él tenía 14 y el otro 26, el acusado dijo no recordar el hecho pero en cambio le entregó a los perros lo que tanto estaban buscando. “Voy a vivir como gay…” La salida del closet tras cartón, podría ser entendida como una confirmación de los dichos del denunciante (“no me acuerdo específicamente qué pasó hace 30 años, pero efectivamente me gustan los hombres, así que puede ser.”) Se podría leer entre líneas también que la aclaración de su homosexualidad está pidiendo que se tenga en cuenta la diferencia de códigos relacionales entre gays y heteros que pondría la tan temida palabra pedofilia en una discusión mucho más sincera y densa que el nuevo closet que se le impone por miedo a ir todos presos.
La tan esperada salida molestó a los voceros lgbtiq casi por unanimidad: decirlse gay en combo con la sombra de un abuso ensuciaría la reputación de un comunidad tantas veces entendida como pedofílica entre otras degeneraciones.
Regresa entonces las solución extrema: se habla de un “ambiente tóxico” en “House of Cards” (¿o sería que la serie no daba para otra temporada?), de matar al personaje que encarna el actor y aparecen actitudes desinfectantes como la del teatro inglés que abre una línea para quien quiera denunciar de algpun abuso a quien fuera su antiguo director. ¿No había sido la lógica patriarcal pero encarnada por el juego de poderes heterosexual la que propiciaba comportamientos de indiscutible abuso de poder como el del productor Harvey Weinstein? Anthony Rapp alude al caso Weinstein como inspirador para destapar aquella situación que lo marcó en su adolescencia y queda obturada la pregunta sobre si es válida la comparación sin fisuras con el abusador serial de mujeres, si esa maquinaria patriarcal es exactamente trasladable a las relaciones entre hombres.
El closet, mientras tanto, regresa una y mil veces en esta historia marcando el ritmo de las acciones de cada uno a medida que pasan los años y las moda en relación a lo que se dice y a lo que no. "Con esto quiero arrojar luz sobre décadas de comportamientos que han continuado porque mucha gente, incluido yo mismo, hemos permanecido en silencio” dijo Anthony Rapp mientras reconoció que no habló antes porque entonces él mismo no podía hablar de lo que le pasaba ni de lo que le gustaba, ni de sus amores.
El colapso de la certezas y de los abusos de poder institucionalizados, pide alguna luz sobre tantos modos contraditorios y sutiles de sometimiento: ¿quién está todavía custodiando aquella puerta de cristal con el reloj en la mano diciendo cuándo y cómo