Ginés González García es uno de los sanitaristas más reconocidos del país y se desempeñó durante muchos años en la gestión pública. Es médico cirujano (UNC), diplomado en salud pública (UBA), máster en Economía y Gestión de la Salud (Isalud y UNLZ), además de doctor honoris causa en varias casas de estudio. Sin embargo, en el último tiempo su nombre suele aparecer asociado a la polémica conocida como "Vacunatorio Vip" que salió a la luz durante la pandemia. Ese escándalo lo obligó a retirarse de la función pública para dedicarse a sus labores académicas y a intereses literarios que surgieron hace décadas pero que recién ahora encontraron cauce con su primera novela, Amantes y Alquimistas (Ciccus).

Página/12 charló con el exministro de Salud de la Nación a propósito de esta publicación que ya tuvo su presentación oficial en CABA y San Nicolás de los Arroyos –donde nació el autor– y que próximamente será presentada en La Plata y Rosario. Consultado sobre aquella polémica, asegura: "Con respecto a aquel episodio, en general yo estoy muy tranquilo con mi conciencia y así se lo he demostrado a la jueza cuando fui a declarar. Estuve mucho tiempo callado y, luego de hablar ante la justicia, expresé mi opinión y mi verdad. Estoy muy tranquilo y no tengo ningún tipo de problema cuando salgo a la calle, jamás he tenido un contratiempo. Al contrario, suelo tener respetuosos elogios".

En relación a la novela, dice que al principio no la pensó como tal. Primero aparecieron imágenes sueltas, pero no imaginaba cómo unirlas. "El proyecto original no tuvo continuidad, perdí lo poco que había escrito y en ciertos momentos de mi vida pensé que iba a tener tiempo para terminarla, por ejemplo cuando estuve de embajador en Chile, pero no pasó. Cuando salí del Ministerio volví a la docencia, entonces tuve más tiempo y más ganas de escribir". Amantes y Alquimistas narra el romance de dos jóvenes, Hilario y María, en el siglo XIX. La trama sucede en San Nicolás y a estos enamorados los une la alquimia. Además, hay un coro de personajes entre los que destacan Mimbí (alquimista criolla), Ugalde (puestero), Carlo Santella (antagonista de Hilario que acosa a María) y el perro bautizado como Tragavientos.

Ginés no se identifica como escritor profesional y le cuesta clasificar esta primera incursión en la ficción: algunos hablan de novela histórica y otros de literatura gauchesca, pero a él le cuesta elegir una etiqueta. El proceso de escritura lo enfrentó a varios desafíos, como lograr descripciones precisas de la época y el lugar. "Tuve que leer bastante de la geografía de San Nicolás y volví a recorrerla para poder describir mejor las escenas. El tema de las costumbres fue quizás lo que más me costó. Una cosa es la historia política macro y otra es la historia cotidiana: cómo vivía la gente, cómo podían vincularse dos chicos, qué se comía, cómo se vestían. Leí bastante sobre eso", cuenta. Y, no sin un poco de bronca, confiesa que los viajeros ingleses lo ayudaron bastante en esa empresa porque sus crónicas tienen un gran carácter descriptivo.

–¿Cómo surge su interés por la alquimia y de qué manera lo incorporó a la novela?

–A mí la alquimia siempre me gustó. Los alquimistas me llaman la atención porque en su tiempo fueron revolucionarios, modificaban el conocimiento, buscaban nuevos saberes e incluso transgredían algunas normas tratando de encontrar sus verdades. La alquimia consiste en un proceso de transmutación para convertir una sustancia inferior en una superior. Estaba la idea extrema de convertir el plomo en oro, pero también se experimentaba con sustancias vegetales. Eran los adelantados de la época y rompían el orden previo, entonces hay un símil con los amantes, que también fueron transgresores y permanecieron escondidos. De alguna manera, los protagonistas quieren transmutar las sustancias y terminan transformándose a sí mismos.

Ginés recuerda que un día, yendo a una cancha de fútbol, le comentó a Sergio Renán que estaba escribiendo algo y que había pensado en el título Alquimistas y Amantes. "No, no, no. Ponelo al revés", le dijo el actor. La alquimia está en la raíz de la medicina moderna y tiene lazos con los saberes ancestrales de las comunidades originarias. Según el médico, eso está condensado en el personaje de Mimbí. "Ella tiene la sabiduría ancestral de su pueblo. Intenté rastrear ese vínculo con la corteza de los árboles, algunas recetas para distintas afecciones, aparece la leyenda del Biguá. Por supuesto había alquimistas un poco chantas o demasiado esotéricos, pero muchos hicieron avances fundamentales, a punto tal que hoy se los considera padres de la química".

–La primera parte se titula "La ciudad de las mujeres" y habla de los tiempos del reclutamiento militar donde las ciudades adquirían un ritmo femenino. También hay una lectura sobre la historia de la alquimia. María dice: "Por hacer lo mismo, ellos son genios y nosotras brujas". ¿Cómo era el rol de las mujeres en la época?

–Ahí me salió mi costado pro-feminista y tengo una historia pública con respecto a mi actuación frente a estos temas. Después de la Revolución de Mayo se decide que Belgrano vaya al Paraguay con un regimiento de patricios: sale de Buenos Aires con 177 hombres, se acantona en San Nicolás y en esa leva lleva a más de 300, entonces me parecía una linda figura la ciudad de las mujeres para tratar de describir esa ausencia de hombres en los pagos.

En relación al cruce entre ficción e historia, dice que, si bien tiene su ideología, en este caso trató de que no estuviera tan presente. "Un ejemplo es la escena en la que aparece Rosas, porque ahí no se ve al político sino al ser humano, creo que salió bastante razonable. Él cuenta que está en guerra con los unitarios y que quiere hacer un país grande pero no dice quién es bueno o malo. Fueron años muy oscuros de la historia argentina y esa zona fue escenario de muchas guerras civiles". El autor explica que algunas editoriales le ofrecieron tutorías, pero él las rechazó porque quería transitar su primera experiencia con la ficción de una manera genuina. "Al final, cuando uno escribe termina describiéndose a sí mismo", confiesa.

Sobre las políticas públicas en materia de salud y el rol que adquirió el mercado en los últimos tiempos, Ginés tiene una mirada crítica: "Ninguna sociedad admite que alguien se quede sin atención por no tener dinero. Cuando uno apuesta al mercado como viene haciendo este gobierno, no se repara en esos valores. Apostar al mercado para resolver los problemas no sólo es antiguo y poco vigente sino que supone una terrible equivocación. Cuando el Estado deja de regular ocurre lo que sucedió con el precio de los medicamentos o las prepagas. El rol del Estado es fundamental y me resulta difícil creer que el mercado va a resolver los problemas o las inequidades. Si no está el Estado, es muy difícil que el mercado tenga ese tipo de sensibilidad. No estoy de acuerdo con esta política y no hay un país moderno que funcione sin Estado".