Mujeres en vestidos blancos con fajas de raso azules, perlas, labios rojos, delantales coquette, vestidos con volados y cuellos babero. Trenzas, huertas, ollas brillantes de cobre y chimeneas. Maridos que vuelven a sus casas y encuentran a sus esposas sonrientes, con la cena lista y un brushing impecable.
Esta escena idílica no surge ni de la Novicia Bebelde, ni de la Familia Ingalls, un capítulo de Mad Men ni de una canción de Lana del Rey, sino de videos de las infame app china. Sí, hablamos de TikTok. En los últimos años, estos mini video blogs que romantizan la vida doméstica están haciendo explotar las redes, protagonizados por las autoproclamadas «trad» o «tradwives». Es decir, "esposas tradicionales". En otras palabas: mujeres que buscan revalorizar los roles tradicionales de género, con un claro énfasis en la domesticidad, la crianza de los hijos, y una estética marcadamente vintage.
En su mayoría estadounidenses, estas figuras plagan Tiktok, Instagram y YouTube compartiendo fragmentos de sus vidas como madres y amas de casa. ¿Qué las motiva y por qué se da esta explosión? ¿Contra quiénes luchan? Y más importante: ¿por qué tienen un punto?
Por qué nos fascinan
El concepto de Trad wife surge de la contracción de traditional housewife (ama de casa tradicional), y es un movimiento que tiene como referentes ―entre otras― a Hannah Neeleman ( con 9,1 millones de seguidores en TikTok en su cuenta Ballerina Farm), Emily Mariko (1,8 millones), Estee Williams (194 mil), Aria Lewis (126 mil),y una de las más masivas: Nara Smith (8,1 millones de seguidores). Todas ellas son menores de 25 años, viven en suburbios, son blancas (con excepción de Smith), mormonas o de otras ramas fundamentalistas del cristianismo y enfatizan la importancia de ser «madres jóvenes» sin querer o queriendo reforzando la idea de la caducidad de la vida útil de las mujeres, tan presente en las corrientes de las nuevas derechas.
Si bien no existen referentes equivalentes de este fenómeno en nuestro en Argentina, no deja de ser llamativo el retorno de estos valores y estéticas a nivel global y el crecimiento de la derecha libertaria en este país. A la vez, no es tan fácil tildar este movimiento de anti-feminista. Al fin y al cabo, ser ama de casa y madre no es necesariamente una postura retrógrada sino simplemente uno de los muchos caminos que una mujer puede elegir. Porque, a fin de cuentas, de eso se trata el feminismo, de poder elegir... ¿verdad?
Si bien muchas de estas influencers niegan promover mandatos, hacen constante referencia al esencialismo de género para justificar su inclinación hacia el hogar y la maternidad. Nunca está ausente el uso de la naturaleza para referirse al lugar que ocupa la mujer en el ámbito doméstico e incluso se atreven a tildar la educación terciaria y universitaria femenina como algo innecesario y accesorio.
Tampoco existe atisbo en su mensaje de la posibilidad de que el hombre cumpla un rol doméstico. Enfatizan constantemente la demarcación de la esfera pública como perteneciente al hombre y la privada a la mujer (ni hablar de pensar en una idea de género que no sea absolutamente binaria). Tanto en los roles como en la estética existe un lugar para cada uno y, dicho de forma más o menos obvia, todo lo que caiga fuera de ese orden es visto como una disrupción del orden natural de las cosas.
Amas de casa de ayer y hoy
Estee Williams es una Betty Draper moderna: un ama de casa de veintitrés años viviendo en Virginia, donde estudió meteorología, pero dejó su carrera para cumplir lo que fue su sueño desde niña: ser una esposa tradicional. Rubia, curvilínea y hegemónica, de labios carnosos y sonrisa blanca, todo en su imagen asemeja el ideal estadounidense de la Barbie. Mientras que su esposo paga las cuentas, ella se dedica a lo que considera el «rol natural» de toda mujer: cocinar, limpiar e ir a la iglesia, manteniendo una impecable estética pin-up. En su cuenta de YouTube sube videos con su rutina diaria y da consejos a otras mujeres sobre cuidado del hogar, estética, valores, y relaciones. Dedica tantos videos a su rol en la cocina como a la importancia de mantener una estética pronunciadamente femenina. En su video Qué le ocurrió a la moda femenina resalta la importancia de usar vestidos, hablar en voz baja y pausada, estar «presentable» para su marido y tener una actitud dócil y obediente ante él.
Su público se encuentra polarizado entre quienes la ven como un peligro para los avances de las mujeres, y quienes buscan imitar su bucólico estilo de vida: "Si estás casada, tienes hijos y no tienes una educación adecuada, ¿qué haces si algo le sucede a tu marido?" comenta una seguidora en YouTube mientras que otra sostiene que "Como una centennial que creció bombardeada por el feminismo esto es una bocanada de aire fresco".
Otro seguidor declara "Este es el sueño. Solo necesito convertirme en un mejor hombre para merecer una mujer como esta". Si bien no ataca directamente al feminismo, Williams adopta un discurso minuciosamente codificado para optimizar los algoritmos y alcanzar los nichos de la ultraderecha más rancia de Internet. Tanto ella como otras referentes se declaran abiertamente trumpistas, y sostienen fuertes lazos con el cristianismo conservador: "Estoy orgullosa de tener un obrero de trabajo manual como esposo, orgullosa de ser cristiana, orgullosa de haber dejado la universidad y orgullosa de ser votante de Donald Trump".
Aunque sostiene que nada en su contenido obliga a las otras mujeres a ser como ella, Estee anima a muchas a seguir este "llamado" apelando en muchos vídeos directamente a sus seguidoras más jóvenes (algunos de sus videos se titulan "Consejos para mujeres jóvenes aspirantes a ser esposas trad" o "Consejos de hermana mayor").
En un video de TikTok cuestiona los nuevos mandatos de autonomía enarbolados por las feministas: "¿Por qué le estamos diciendo a las mujeres que tienen que ser independientes? Esa es una forma muy tóxica de criar a una niña, diciéndole que nunca debe depender de un hombre y que incluso si se enamora de ese hombre nunca debería depender económicamente de él. Esta crianza ha logrado que hombres y mujeres no puedan confiar en el otro cuando un verdadero matrimonio se trata de volverse uno ante Dios".
Aria Lewis, otra referente del movimiento, replica varios elementos de este discurso definiéndose en Instagram como "esposa tradicional y madre, neurodivergente y cristiana, empoderando a las mujeres para que reclamen su rol". Recientemente logró quedar embarazada de su primer hijo, después de muchos años de lidiar con problemas de salud reproductiva, y sueña con dedicarse plenamente a la maternidad.
Su contenido incluye desde testimonios sobre su lucha contra la infertilidad, consejos sobre cómo cuidar de una huerta, cocina y elaboración de conservas, y formas de administrar un hogar para lograr mantenerse con un solo ingreso: viviendo de forma austera. En su cuenta alardea de la armonía de su matrimonio y cómo su éxito se basa en la desigualdad del vínculo: "No, no somos iguales, somos dos personas que tienen igual valor pero roles increíblemente distintos. Nuestro matrimonio no es cincuenta y cincuenta, ya que sigue el patrón de lo que vemos en las sagradas escrituras. Andrew es la cabeza de la familia, el líder, quien Dios ordenó para protegernos. Yo, por otro lado, hago lo que hago mejor: cuidar del hogar", sostiene Lewis.
Al igual que Williams, comparte la idea de que la "sumisión" es uno de los valores que una esposa debe seguir para conservar un matrimonio feliz. En otra de sus publicaciones, enfrenta las críticas de seguidores que cuestionan la ausencia de un «plan B» en caso de que sus matrimonios fracasen: "Si Andrew llegase a morir, dejarme o ser violento, forzándome a dejarlo, sé que Dios proveerá".
Nara Aziza Pellman, que adoptó el nombre Nara Smith tras su matrimonio, es otra influencer que ha escalado recientemente a niveles astronómicos de fama. Smith es una personalidad de TikTok, viral por sus mini blogs cocinando en outfits de diseñador. Las recetas de Smith explican cómo preparar diversos alimentos, bajo la excusa de satisfacer los "antojos" de sus hijos y marido. La peculiaridad de los videos es que las preparaciones de Smith van un paso más allá que las de las otras influencers: cuando una receta requiere queso ella lo elabora desde cero a partir de leche fresca, para hacer copos de maíz ella hace la masa casera con harina, y para un strudel de frutillas ella misma prepara el hojaldre.
Otros de sus videos muestran su rutina de skincare y maquillaje, lo que come en un día y su vida perfecta con su marido perfecto y a sus tres hijos a quienes, a la corta edad de 22 años, "atiende" como una madre ejemplar. En varias ocasiones, se muestra haciendo recetas con su panza de embarazada de 9 meses (jamás perdiendo la figura en el proceso) y otras con su bebé recién nacido en brazos.
Si bien el resto de estas influencers no comparte el nivel económico de Nara Smith, esta tendencia sigue estando atravesada por contradicciones de clase. Para la mayoría de los hogares el contexto económico actual imposibilita este sueño idílico de retorno a los roles tradicionales de género. Por más que las mujeres detrás de estas cuentas se autoperciban inscritas en la tradición estadounidense de trabajadores de cuello azul, es sin duda un privilegio para una familia de hoy en día poder mantenerse con un solo salario.
La paradoja Trad-wife: una vida románticamente austera y recatada, pero orientada a la tiranía de los algoritmos
En definitiva, aunque promueva un retorno a la vida austera y abstraída del ámbito público, este discurso delata una flagrante paradoja: ¿por qué si el eje de sus vidas se encuentra en el ámbito privado las tradwives dedican tanto tiempo y esfuerzo en general contenido para volverse virales en redes sociales masivas? ¿Por qué si su único propósito es la maternidad y el cuidado del hogar, están consolidándose como líderes de opinión y amasando lucrativas carreras? ¿Por qué si su rol está en vivir sumisamente bajo la sombra de sus maridos, buscan volverse famosas por su propio emprendedurismo
Ya sea por vocación o por reacción, cierto es que las trad hallaron un lucrativo nicho de mercado. Sea por un microejército de girlbosses como por estas cruzadas de la femineidad, las usuarias de las redes sociales se ven asediadas hasta el agotamiento con mandatos de la fuente inagotable del deber ser. Las feministas, por otro lado, también estamos cansadas: ya es un chiste recurrente (un poco en chiste, un poco en serio) tanto en la Internet como en las reuniones del grupo de amigas de esta cronista, el deseo de ser mantenidas. Como dice Kim kardashian, con absoluta razón: ya nadie quiere levantar el culo y trabajar estos días.
Para entender este fenómeno, sin embargo, no alcanza con culpar al lobby de las batidoras KitchenAid. Estas mujeres, por retrógradas que parezcan sus propuestas, reaccionan a una problemática real y apremiante: mientras exista la familia y el hogar habrá tareas de cuidado que deben ser realizadas por alguien, y terciarizar esas tareas no siempre es ideal. La promesa de los hombres, tanto de derecha como de izquierda, de compartir y dividir las tareas de cuidado, permanece aún impaga.
El movimiento trad es también una respuesta a la lógica neoliberal que nos vende una doble explotación por empoderamiento. A muchas de nosotras el feminismo neoliberal thatcherista no nos libró de ninguna carga sino que nos sumó más exigencias. Ahora no es suficiente cumplir las tareas domésticas, sino que hace falta ser además una profesional con un carrerón, cumplir una jornada laboral de 12 horas y volver a casa lo suficientemente fresca para criar a tus hijos. O (mejor aún) ser suficientemente exitosa para dejarle esas cosas aburridas (digamos todo) como los chicos y lavar los platos a otra persona (por lo general otra mujer, por lo general pobre y precarizada) para poder llevar la vida que una mujer moderna merece: ir a la oficina en trajecito blanco y stilettos y tomarse un cosmopolitan con las chicas en el after-office.