Época de electrodomésticos que pueden encontrarse en las secciones de algún hipermercado multinacional, motosierras industriales junto con tractorcitos de cortar césped para countries chetos, licuadoras comerciales y congeladoras de sueldos en los anaqueles de la nueva línea blanca de insumos para el hogar, recortes y podas en los rulos de la vida por un “manos de tijeras” exaltado y frenético. Este nuevo Johnny Abismo sí que saca lustre a las cabezas que pasan por su peluquería “El tuit”, mientras sirve el café peinado de sus propias lágrimas extraídas de las emociones del Muro de los lamentos y el hombro de Trump. Aunque se la pase hablando de las lágrimas de zurdo, son las propias las vertidas con frenesí colonial. 

En la calle, gases y razias contra la cultura, a las puertas del Cine Gaumont en cinemascope, hermoso espectáculo de pantomima que parece la salida de los equipos de fútbol a la cancha, cosa de la época ahora se usa el fuego de artificio y la bengala de color con olor a azufre, el rociador perfumado de gas pimienta, la bala de goma siempre a la carta, mientras en Rosario las mafias salen a cazar personas, enojados por las estéticas desmesuradas de cárceles a lo Bukele o Abu Ghraib. 

Los niños desaparecen, cosas de la vida, Santiago Maldonado fue una ensoñación hipnótica masiva que nos imaginamos en una función de Fu Manchú, cosas de las políticas que vuelven. Ponga veinte centavos en la ranura si quiere ver la vida color de Roca. Ni el Senado ni Diputados le bajan el pulgar a Nerón, todavía el sol no sale en las tiesas arenas del Coliseo y los musculosos gladiadores de ambo estrecho, que parecen salidos de las filosos cuchillos elucubradores del Macbeth de Shakespeare, cuchichean como las hijas de Bernarda Alba esperando algún Pepe el Romano que las saque de su pueblo blanco. 

En las terminales de los trenes y en los subtes un antiguo deporte nacional es reeditado y alcanza dimensiones olímpicas, el salto de molinete se vuelve pasión nacional y se postula como entrenamiento antes de salir a las calles. Pero las calles ya están tomadas, un ejército de las cenizas se arrellana contra muros en aleros imposibles, en cada barrio, perdieron sus lugares de vivienda y se cayeron del mapa anarcoliberalcapitalista en el que nunca estuvieron. Evidentemente son el pus de la casta que germina y se ofrecen como tiro al blanco si algún ciudadano de bien quiere divertirse un rato e intentar hacer centro con su orín. Cien dólares devaluados si le emboca al pelado grasiento que está dormido y medio muerto junto al árbol. Paso con mi bicicleta abollada por la calle Irigoyen --a secas, es la que está cerca de la cancha de Vélez, por estos lares todo pierde su prosapia--, me tomo unos mates con uno de ellos, ya está meado el muy funesto, de casualidad llevo unas tortas fritas y se arma el festín, hay olor a carbón en el aire, un tufo a país nuevo del novecientos. ¡Qué siglo habrá sido, entre piojos, chinches en los colchones, tuberculosis de primera mano, dientes podridos a los veinte años! Morir a los cuarenta como un rocanrol por la gangrena, el tifus, la mala alimentación, la diarrea. Me pregunto si ya estaré muerto y no lo sé o nunca habré nacido, porque sé que el presidente le dio cuerda al revés al reloj despertador del abuelo y creo que estamos viajando en el tiempo marcha atrás, no existe la televisión y este diario es una proyección mental de mi delirio, ya están advertidos. Tampoco existen ni la industria ni sus voitures, todavía no se han inventado ni la justicia social, ni el aguinaldo, las mujeres no votan y el voto es cantado, y si querés darte el gusto de escuchar al Mudo, hacelo desde la vereda del teatro, que seguro sale y nos dedica un tango a los tirados. Si querés laburar hay lugar en lo de los Vasena, y si sos poligrillo y extranjero aguantate la Ley de Residencia promulgada por Cané. No jodamos con zonceras, diría el gaucho y Don Jauretche, la palabra anarquismo quiere decir otra cosa, sin dios y sin amo, proletario, oficio, mancomunión social, escuela, libros, solidaridad, iguales en la diferencia, quiere decir también biblioteca y Federación Obrera de la República Argentina.

Me gusta la palabra quirófano salida de la trepanación final de la película Brazil o de las pesadillas de El secreto de los inocentes. Da gusto saberse en Hollywood, salvo porque parecemos la pantalla de una proyección de fusilamientos que arderán el cuerpo como si fuera Napalm. ¿Te acordás de la nena de la foto en el Vietcong, corriendo y aterrada, desnuda porque se quemó su ropa? Dale tiempo a este gobierno que todo llega en esta vida.

Igual estoy bien, no se preocupen por mí, hay que seguir, me dicen, no queda otra, no hay plata, es lo que nos toca, era lo que había que hacer, se escucha y lo repito porque la musiquita sale por doquier, suena en los organitos en los que baila el mono tití. Linda la gracia del monito pendenciero por unas monedas. Pero no quiero parecerme al monito y entonces empieza a irme mal, peor diría, y las inflamaciones de volverme icónico en las pantallas de Hollywood van desvaneciéndose, empezando porque no logro dormir, el cutis luce destrozado, los huesos se me aparecen como malformaciones a lo X Men pero sin ningún poder. Eso es lo bueno de este relojito a cuerda que hace ruido a tostadora de espíritus desviados, ¡mi presidente carajo!, my president. ¡Qué lindo aleccionar y frotar como ebonita el palito de abollar ideologías! Todos tendríamos que tener uno en casa, para que la familia policial se entronice como parte de la santísima trinidad en su altar de fuerzas de seguridad ¡Probate el uniforme que te queda lindo, papá!

 

Veo zombies también por estos días, cuando salgo a caminar la calle, rajando los tamangos y dejando la yerba secándose al sol. Perdieron los músculos de la risa y son la contraparte del Guasón, nada que los haga reír, ni la desgracia.