La gruta continua 7 puntos
Argentina, 2023.
Dirección, guion y fotografía: Julián D'Angiolillo
Música: Nicolás Varchausky.
Intervenciones de Alberto Cotti, Andrea Gobetti, Giovanni Badino, Claudio De Filippo, Angel Graña.
Duración: 85 minutos.
Estreno: en Malba Cine, Incaa Gaumont y Cine Arte Cacodelphia.
Es sorprendente, pero lo primero que uno aprende de La gruta continua (y se aprenden muchas cosas en el nuevo documental de Julián D'Angiolillo, producido por Lita Stantic) es que la tierra está viva y respira, casi como un ser humano. Basta una simple demostración por parte de un grupo de hombres y mujeres dispuestos a sumergirse por una de las muchas cavernas de una montaña de la región alpina de Italia, en la frontera con Eslovenia, para descubrir que ese mundo mineral –que uno podía imaginar seco, yermo, inmutable- inhala y exhala como lo hace cualquier cuerpo vivo. Y de pronto, mágicamente, hasta es capaz de “lanzar un suspiro”, como si esas entrañas recibieran como un alivio la visita de unos alegres enviados del mundo exterior, que llegan para hacerles cosquillas. “Son muy sensibles”, dice uno de esos exploradores subterráneos, sin apelar a ironía alguna.
El placer que depara la nueva película del director de Hacerme feriante (2010) y Cuerpo de letra (2015) –dos documentales surgidos en el conurbano, que no hacían sospechar este giro geográfico en la obra de su autor- está en la nobleza de sus materiales. En esas montañas que guardan impasibles la memoria del tiempo y en esos hombres y mujeres que las aman y se internan en ellas con un afecto y una dedicación que no tiene nada que ver con la banalidad turística o la proeza deportiva. Los personajes de La gruta continua son espeleólogos, los desvela el afán de conocimiento y la ciencia, descubrir aquellos misterios que todavía se ocultan bajo un macizo montañoso y su relación con el mundo exterior. El agua, por ejemplo. “Ayudamos a salvar el agua del mundo”, dice orgullosa una espeleóloga veterana del colectivo italiano Grotta Continua, que le da su título al film.
El nombre de ese grupo, a su vez, tiene una historia casi subterránea, también. Deriva de Lotta Continua, un movimiento político italiano de la izquierda radicalizada de fines de los años ’60 que se atomizó en la década siguiente, pero que dejó una marca en estos investigadores no necesariamente profesionales, de distintas generaciones (hay algunos muy jóvenes), que ahora parecen buscar una suerte de revolución literalmente interior, en las entrañas del mundo, como si –tristemente, hay que decirlo- ya fuera imposible hacerla en la superficie. “Tu futuro está… bajo tierra”, reza una leyenda en la remera de una de ellas, refiriéndose sarcásticamente a la muerte, por supuesto, pero también, de un modo muy serio, a la vida que late allí dentro.
Como si tirara del hilo de Ariadna, el cineasta de pronto nos abre un conducto hacia otras cuevas, del otro lado del mundo. Una antigua placa de bronce incrustada en piedra dice: “Aquí durmió el Che”. A la manera de Alicia en el País de las Maravillas, como si hubiera entrado por un agujero y saliera por otro, la película de pronto descubre una Cuba inédita, alejada del sol y las playas, muy oscura y húmeda: la Cueva de los Portales en San Andrés, donde Guevara y algunos de los revolucionarios de su mayor confianza se refugiaron en 1962 durante casi un mes, en el transcurso de la llamada “Crisis de los misiles”. Se suponía que allí dentro iban a estar seguros ante una posible conflagración nuclear. A su vez, unas fotos amarillentas de la famosa bailarina cubana Alicia Alonso, todavía muy joven, con casco y linterna, dan cuenta de que las luces de los escenarios no eran su única pasión. También amaba la profunda oscuridad.
Por otro conducto, la película vuelve a su punto de partida en Italia, donde las montañas dan a conocer otros secretos: sus bellos, extraños sonidos, descifrados por una computadora (y que la banda de sonido de Nicolás Varchausky representa y muy discretamente amplifica). También el fuego, que anida en volcanes como el Etna. Un espeleólogo veterano, a su vez, vuelve a referirse al carácter orgánico de aquello que exploran: “En el Upanishad, se dice que las montañas son el hígado y los pulmones de la tierra”, afirma. Hay vida allí abajo, dice con convicción, con insistencia (a veces demasiada) La gruta continua.