La tragedia y el dolor de una familia convertidos en un show mediático. Eso es lo que hicieron los canales de televisión argentina con la desaparición del pequeño Loan en el pueblo de 9 de Julio, en la provincia de Corrientes. Lo que comenzó con la cobertura de un chico perdido o secuestrado se fue transformando, por las necesidades del rating y por otras razones tal vez más oscuras, en un reality show en toda forma. El tiempo en pantalla dedicado al caso pronto pasó a ser todo el día para los canales de noticias y gran parte de la programación para los canales de aire. Los enviados especiales hacen de investigadores y de conductores de un programa que jamás se termina. Son los maestros de ceremonia de la indignación popular y de la angustia de un pueblo que quiere la aparición del pequeño y que se haga justicia.

La hipocresía manda. Si uno preguntara a los responsables de las señales de noticias, incluso a los periodistas que pasan todo el día sentados en un sillón opinando sobre el caso, dirán que es por una cuestión humanitaria y social. Hay que informar, hay que mantener vivo el interés para que la justicia actúe, para que el reclamo no se pierda. Lo cierto es que informan poco porque hay poco para decir de una causa bajo secreto de sumario, cuya única noticia real e importante se mueve entre dos opciones: Loan aparece, Loan no aparece. No hay mucho más, no hay nada que no se pueda resumir en un minuto, no hay testimonio que sea necesario repetir veinte veces en un día, no hay video o foto que deba emitirse en loop como un logro de la producción de tal o cual canal.

Sin distinciones ideológicas, la programación de las señales de noticias pudieron armar su propio Gran Hermano a partir de la desesperación y para un público interesado en saber qué pasó con Loan, pero que también sigue la historia como si fuera la Casa Más Famosa, con sus propias teorías conspirativas, con los buenos y los malos definidos por el humor social, con sus “último momento” estirados gracias a la labia de los conductores, con notas tiradas de los pelos, con la aparición de los famosos queriendo robar cámara --ya sea una ministra, un gobernador, o un abogado amante de las causas mediatizadas--. Llenando horas y horas con nada, como hacen los programas de fútbol que pueden pasar días y días discutiendo un partido. Al menos los programas deportivos no se meten con el dolor y la angustia. A diferencia del Gran Hermano tradicional, los canales de noticias no se animaron a poner un número de teléfono para que la gente vote, ni le encontraron la vuelta para monetizar de manera más directa el dolor. Es cuestión de tiempo.

Tantas horas al aire repitiendo lo mismo. ¿Por qué a nadie se le ocurre aprovechar esas horas para mostrar las fotos de todos los niños, adolescentes y mujeres desaparecidas en la Argentina? Porque la desgracia que está viviendo la familia de Loan es algo que le ocurre a muchísimas otras familias que ven cómo los canales preocupados por la desaparición de un chico no se toman el trabajo de informar un poco sobre los demás casos. Basta entrar en las cuentas de redes sociales de Desaparecidas Argentinas (@desaparecidaorg en X e Instagram) para ver la cantidad de niños de los que no se sabe nada, que desaparecieron ayer, hace una semana, hace dos meses, hace años y los canales de televisión no se hicieron eco.

En tiempos de streaming, de radios reconvertidas en medios audiovisuales, de redes sociales que informan o mienten más rápido, la televisión no obstante sigue manteniendo una presencia enorme en la sociedad argentina. Lo que dicen y muestran se convierte en agenda de los otros medios. No es inocuo que prioricen una sola noticia por encima del resto de la realidad con la excusa de acompañar una situación que inquieta a toda la población. Es en ese momento donde las necesidades del rating dejan paso a los intereses más oscuros de tapar la realidad.

Qué distinta sería la situación de los detenidos durante las protestas del 12 de junio en contra de la Ley Bases que se discutía en el Congreso, si la televisión hubiera hecho un seguimiento de lo que ocurrió con las treinta y tres personas que la policía y otras fuerzas de seguridad levantaron de manera indiscriminada en zonas aledañas al Congreso Nacional. Seguramente mucha gente ni siquiera sabe que todavía quedan cuatro detenidos, que los que están en libertad siguen procesados, que durante el confinamiento hombres y mujeres fueron sometidos a violencias de todo tipo. Las cuatro personas que aún siguen detenidas son Daniela Calarco Arredondo, David Sica, Cristian Valiente y Roberto de la Cruz Gómez.

No hay cámaras de televisión haciendo guardia, no hay movileros estrella parados durante horas, nadie persigue con preguntas al fiscal Stornelli ni a la ministra Bullrich, que tanto le gusta mostrarse en cámaras. No hay periodistas ofendidos por el maltrato a los detenidos, ni por la caza que hicieron aquel día las fuerzas federales y de la Ciudad. Y si lo estuvieron, si lo dijeron, si en algún momento lo comunicaron, lo hicieron pasar rápido, nada de repeticiones en loop de una fuerza represiva descontrolada que quemó con su última versión de gas pimienta la cara y el cuerpo de los manifestantes. Imagínense si la televisión repitiera a cada rato que el Ministerio de Seguridad ha sido incapaz de encontrar a los vándalos infiltrados que fueron captados por las cámaras.

El país se desmorona a pasos agigantados. Índices altísimos de desocupación y pobreza. Despidos injustificados en organismos del estado, especialmente en áreas de salud, de políticas de género y de Derechos Humanos. Los recursos naturales entregados a capitales extranjeros a cambio de algún puesto muy bien pago para economistas amigos (como ocurrió en los 90 con Federico Sturzenegger y su cargo gerencial en Repsol), un DNU que los diputados no se animaron a darlo de baja. Una ministra que, en una actitud criminal, decidió esconder los alimentos que deberían ser de los comedores populares.

 

Los medios televisivos aprovechan el silencio cómplice de gran parte de la dirigencia política y se entretienen con su reality show construido a partir del dolor de una familia y del destino incierto de un pequeño. Nos gritan que estemos atentos al nuevo testimonio de un vecino, a la nueva teoría pergeñada por un movilero imaginativo. Usarán ese tema mientras les rinda. Después pasará lo que ocurre con los otros niños y adolescentes desaparecidos: los dejarán de lado para festejar otro triunfo de nuestra Selección o para indignarse sanamente por un meme posteado por el presidente. La televisión está a la altura del gobierno que tenemos.