Nunca le tuvo miedo al mal gusto ni a los sentimientos intensos. Alberto Fuguet vuelve a publicar una novela después de ocho años, la extraordinaria Ciertos chicos (Tusquets), que es como asistir al “big bang” de su universo narrativo, el átomo primigenio en el que se formó la materia narrativa del escritor y cineasta chileno. Los protagonistas raros, excéntricos y dañados se expandieron en sus ficciones con adolescentes y jóvenes que se niegan a ser “los hijos del régimen”, como sucede en su último libro. Tal vez no exagera un personaje cuando dice que “Berlín en los treinta fue más subversivo que Santiago en los ochenta”. En el universo contracultural gay, dos jóvenes intentan luchar contra la opresión de la dictadura pinochetista. Tomás Mena y Clemente Fabres buscan huir de los consensos a través de la música, los libros y las fiestas under con una modesta certeza empírica: “el roce se logra con roce”. Ningún autor ha logrado hasta ahora alcanzar esa vibración inaudita que genera el amor y la afectividad.

Fuguet (Santiago de Chile, 1963) capta el pulso de un tiempo donde Chile toca fondo. Tomás, que está por ingresar a la carrera de Letras en la Universidad, anda por la vida como si lo estuvieran filmando, como si fuera el protagonista de algo mayor, dirá el narrador hacia el final de la novela. Clemente, en cambio, tiene una belleza perturbadora; es una especie de Ian Curtis, el cantante de Joy Division, pero más estilizado, que escribe, dirige y distribuye ropa/americana, un fanzine de música, películas y libros, mientras espera terminar la carrera de Periodismo y poder regresar a Inglaterra.

La sensación de extranjería no es ajena a la experiencia vital del escritor y cineasta. Ciertos chicos es la primera novela que hubiera querido escribir el narrador y cronista que vivió en Los Ángeles (Estados Unidos) hasta los 11 años y regresó en 1975 a Santiago sin hablar español. Mientras aprendía la lengua, se refugió en los libros y la lectura. Después estudió periodismo en la Universidad de Chile y trabajó como cronista, columnista y crítico de cine, música y cultura pop en distintos medios chilenos e internacionales. A mediados de los años 90 pateó el tablero literario latinoamericano con McOndo, una antología que compiló y que se tradujo también en un movimiento-manifiesto que se opuso al “realismo mágico” con textos que introducían lo urbano y la cultura popular.

¿El orden de los libros publicados altera la literatura de Fuguet? Quizá el escritor chileno inaugure un “big bang” retrospectivo. Aún le da un poco de impresión descubrir que todos sus textos narrativos parecen que salieron de Ciertos chicos, el último que escribió. El primer libro fue Sobredosis (cuentos); después seguirían las novelas Mala onda (sobre un joven santiaguino y sus vivencias bajo la dictadura pinochetista), Tinta roja (llevada al cine por el peruano Francisco Lombardi), Por favor, rebobinar, Las películas de mi vida, Missing (una investigación) y Sudor, una novela inspirada en el vínculo de Carlos Fuentes con su hijo, poeta y fotógrafo que murió a los 26 años. “No se puede escribir sin recordar”, dice Clemente y Fuguet confirma que su propia sensibilidad está en juego en la construcción de ese personaje.

“Yo estoy más en Clemente porque estudié periodismo y viví en el exterior. Pero necesité liberarme de la realidad para poder ficcionalizar, para incluso dividirme, aunque Tomás está inspirado en otra persona. Como no estaba tan expuesto, podía exponerme aún más. Creo que nunca había usado la ficción de esta manera. Al final nos damos cuenta de que el que está escribiendo la novela es ese narrador extraño que es Clemente”, plantea el guionista y director de Se arrienda, Velódromo, Música campesina, Cola de mono y Todo a la vez (la mirada de Paco y Manolo), entre otras películas.

Las consecuencias de abrazar el neoliberalismo

-¿Era tan opresiva la sociedad en el 86?

-Sí, era muy opresiva, pero por otro lado recuerdo muchas cosas que supongo eran maneras de combatir esa opresión. Había lugares como secretos para que no todo fuera blanco y negro. Incluso descubrí lo sexy que es protestar, lo fascinante que es la oposición. También recuerdo la locura de las fiestas, de ser joven, de no estar de acuerdo con Pinochet ni con la izquierda.

–“Ciertos chicos” invita a escuchar y a ver por Youtube muchas de las bandas y canciones que se mencionan como Joy Division, New Order, The Lotus Eater, Echo & The Bunnymen o The Cure. ¿Qué buscaste al poner en un primer plano la música?

-Si uno ve los videos, se da cuenta de que había una especie de vanguardia que se volvió pop. En la novela hay una radio inventada, la Eclipse, que ojalá hubiera existido. Sin la música todo hubiera sido más difícil. La música, la cultura, los libros y películas son maneras de ir haciendo cambios en el sistema; por eso creo que al final a los gobiernos les gusta cerrar o desfinanciar o censurar a la cultura. Aunque hay que decir que Pinochet no lo hizo porque en esa época nadie hacía cine porque era imposible, era carísimo. La derecha conservadora terminó pagando las consecuencias de abrazar el neoliberalismo. Si tú liberas la economía, entonces vas a liberar también la cultura.

-“Chile crecía al 5,6 % el año 1986, el neoliberalismo era abrazado hasta por la oposición; al parecer funcionaba, se colaba en todos los aspectos y rincones de la sociedad”, se afirma en uno de los capítulos de “Ciertos chicos”. ¿Por qué la izquierda también abrazó el neoliberalismo?

-El libro tiene esa mirada de no separar a los “buenos” y a los “malos”, a la izquierda y a la derecha y que el narrador se haga cargo de la narración, de una posible forma de narrar estas historias pequeñas, que son las de Clemente y Tomás, con la historia más grande de Chile. Cuando la derecha dice que el neoliberalismo salvó a Chile, está exagerando. Y cuando la izquierda escribe que el neoliberalismo arruinó a Chile también se está equivocando porque la mayoría de la gente termina abrazando cosas con las que quizás uno no está de acuerdo; abrazan dictaduras, economías de mercado, votan muy distinto a lo que uno quisiera y siento que ese es un buen tema: “no te hagas tú el que no participaste porque cuando compras en el mall también estás abrazando el neoliberalismo o cuando te endeudas en cuotas”. También me interesaba pensar sobre todo en los derechos humanos porque existe la idea de que todo el mundo estaba contra Pinochet y que la gente salió a marchar, entonces me pregunto: ¿cómo duró 17 años? Es sospechoso que ahora todo el mundo está contra Pinochet cuando recuerdo que millones de personas estuvieron a favor. Incluso hoy la derecha está contra Pinochet; es muy mal visto. Cuando sucede la guerra de Malvinas en Argentina, Clemente no sabe a quién apoyar y le llama la atención que Chile esté tan enojado con Inglaterra. Cuando Argentina en ese momento no era un país hermano, era un país que casi se fue a la guerra con Chile, y tenía una dictadura peor. A Clemente le llama la atención que la izquierda chilena defienda a Argentina, a (Leopoldo) Galtieri, a una dictadura. No sé si Clemente tiene razón, pero ve las cosas distintas: “está difícil elegir porque ni Inglaterra ni Argentina son santos”.

Lectores dañados y cancelación

-Clemente cree que sus lectores son intensos, raros, dañados, liminales. ¿Cuáles son los lectores de Fuguet y de “Ciertos chicos”?

-Ahora quizá está cambiando con este libro, creo que me están leyendo más las mujeres y gente mucho más normal también. No tengo idea si es verdad mi percepción, pero sentía que la gente que me leía era gente dañada. A lo mejor es normal y encantadora, pero bastaba que me dijera ¿me firmas el libro? para que al tiro pensara que este debe ser un raro, un dañado, un tipo que viene saliendo del psiquiátrico, que está lleno de cortes, que intentó suicidarse. Dicho esto, me parece que es una base con la cual se pueden construir muchas cosas, un público no despreciable estética y emocionalmente; son más de lo que uno cree. Siempre la música tiene algo que ver con gente que está sola y se siente distinta. Yo creo que tengo un grupo de lectores dañados, también pasa lo mismo con las películas, pero ahora quiero abrime un poco para evitar lo que llamo el “efecto (Andrés) Caicedo”. O sea si alguien no ha intentado suicidarse también puede ser un súper lector. Uno puede ser normal y leer. Uno lee para descubrir cosas extremas.

-Hay un momento en la novela que sirve para pensar la cuestión de la cancelación. ¿Qué reflexión podrías hacer sobre este tema?

-Estar cancelado es la historia de mi vida. Yo dejé de viajar y de escribir por miedo sobre todo a los escritores, a cierta prensa, a la crítica, a la academia. McOndo fue una cuchillada y no pude escribir entre el 96 y el 2003. El mensaje más claro y directo fue cuando me amenazaron de muerte en 2016 en Guadalajara (México) por Sudor, novela que no pude presentar. “Alberto Fuguet, fuera de Guadalajara. No estamos jugando”, decía la amenaza con cuatro balas. Después en un tuit escribieron: “no haga caso omiso a consejo de amigos”… “No te queremos, no escribas los libros; si tu crees que reírte de García Márquez o de (Carlos) Fuentes va a ser gratuito, estás equivocado”. La cancelación vino de la ultra derecha católica antigay mexicana, no creo que hayan sido los narcos. La gente de derecha en Chile fue la que me criticó más por Sobredosis  y Mala onda. No me estoy quejando, sobreviví al juego como un boxeador que llega con moretones a la casa. Lo que no sabía es que esto era un boxeo. Hay un tipo muy famoso gracias a Nocturno de Chile de Roberto Bolaño, un sacerdote cuyo seudónimo era Ignacio Valente y su verdadero nombre es José Miguel Ibáñez de Langlois, un Opus Dei de sotana ligado al diario El Mercurio, donde yo trabajé, que me tiró con la sotana en una crítica y hasta rezó por mi familia y escribió sobre Mala onda algo así como que le preocupaba saber quién cría a un chico como yo que escribe libros como ese. Mala onda es un libro que se lee en los colegios; no es un tratado de sadomasoquismo ni un escrito demoníaco. Yo fui cancelado por izquierda y por derecha y me di cuenta de que muchos creen que soy un cuico, un cheto. La gente que cree que yo soy rico es gente que nunca conoció a los ricos. Buena parte de mis lectores son de clase media como Tomás, gente que ha estudiado, que tienen menos rollos tanto de izquierda como de derecha, están mucho más ligados a Estados Unidos y para ellos Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, es una nueva serie que está promocionando Netflix. Y ahí es donde siento que terminó McOndo, que no tengo nada más que hablar. Si quieres hablar de Macondo, suscríbete a Netflix. García Márquez pasó a la liga pop, yo tenía razón.

La importancia de Puig

-En “Ciertos chicos” Tomás lee a García Márquez y a Puig, como si buscara aprender de los dos, ¿no?

-Cuando salió Sudor en Perú, dije que había aprendido mucho de los grandes escritores “homosexuales” como Mario Vargas Llosa, que siempre escribe de hombres que se duchan. Hay un cuento increíble, muy hot, que se llama “Día domingo” (en Los jefes), en el que dos chicos deciden competir por una chica, se sacan la ropa y quedan “calatos” (que quiere decir desnudos, una palabra peruana que no conocía) en el mar frío del Pacífico. En Ciertos chicos hay algo de Conversación en la catedral, pero sin el trauma gay. Perú es un país lleno de gente loca en el que todos se odian. El chico protagonista (Santiago Zavala, Zavalita) tiene un trauma y es que su papá es gay y se folla al chofer. Yo creo que se puede aprender de García Márquez, de Vargas Llosa y de Puig. García Márquez no es el enemigo ni mucho menos. Pero para mí Puig es muy importante; por eso hay un capítulo ambientado en Buenos Aires (en Ciertos chicos). Cuando leí Buenos Aires affair, me voló la cabeza. Yo nunca había leído nada así en español ni en inglés; para entender a la Argentina hay que leer a Puig.

--La consigna “el under unido jamás será vencido” existió en el Chile del 86 o es una invención tuya?

-Si hubiera ocurrido esa consigna, la dictadura habría caído antes. La campaña del “No” no siguió la estética “charangolina” de Quillapayún o Mercedes Sosa, sino que adoptó el slogan “la alegría ya viene” y el arcoíris, que nadie sabía que era gay. Quizá fue uno de los motivos por los que ganó. En la campaña de Pinochet, en cambio, planteaban que si elegían el “No” correría sangre. En la campaña del “No” había gente bailando y corriendo por los prados, besándose en los puentes, sin ninguna propuesta política, excepto que la felicidad viene.

-¿Escribiste en un fanzine como Ropa/ americana?

-No, es una fantasía mía. Si hubiera existido, hubiera logrado cosas, sin duda. Yo gané un concurso de cuento hacia el final de la dictadura y no quería aceptarlo porque creía que podía manchar mi carrera. Mi jefe del periódico me dijo: “¡qué carrera; si eres un pobre huevón!”. Lo que querían era que sacara algunas palabras fuertes a cambio del premio y me parecía una autocensura. Mi jefe me dijo: “Yo te cambio a cada rato mil cosas en las notas” y que el día de mañana si publicaba un libro volvía a editar el cuento con las palabras que había sacado. Y así lo hice (ese cuento está en Sobredosis) y con ese dinero me compré mi primer computador en el año 87.

Negarse a lo instantáneo

-¿Qué pasa con la rebeldía hoy? ¿Se volvió de derecha, como dicen?

 

-La rebeldía es ser un poco análogo y negarse a lo instantáneo, o sea no estar tan conectado a las redes sociales. Lo análogo tiene algo de rebelde porque es como si estuvieras diciendo “perdona que no te contesté el teléfono porque estaba fregando o escribiendo”. Hay algo rebelde en salirte de la norma, pero como la norma hoy está tan grande ser rebelde es no tener Netflix, no estar con todas las modas. Quizá escuchar música latinoamericana es ser rebelde o comer carne en vez de ser vegano. Yo nunca me he sentido rebelde, siempre he querido ser un buen chico. 

El pegamento pop

 

Apenas comienza Ciertos chicos, la novela de Alberto Fuguet invita a escuchar la playlist que el escritor y cineasta chileno subió a spotify (73 canciones que duran más de cinco horas) o ir buscando tema por tema en Youtube para ver los videos. “El amor, dicen, nos puede destrozar. It will tear us apart, pero el pop es el pegamento que nos va a permitir unir todo lo que ha sido dañado”, improvisa Neón, el irónico y misterioso locutor y conductor-estrella-nocturno, frente al micrófono de la imaginada radio Eclipse en una clara referencia a la canción de Joy Division, “Love will till us apart”. Otros temas mencionados en las 446 páginas de la novela son “When you look at boys”, de The Lotus Eater; “Things can only get better”, de Howard Jones; “Psycho Killer”, de Talking Heads; “The perfect kiss”, de New Order; “Pleasantly Surprised”, The Soup Dragons; Raspberry Beret, de Prince; “I Melt with you”, de Modern English; “Modern love”, de David Bowie y “Boys don´t cry”, The Cure, entre otros.