La voz es de adolescente tímida, las canciones folk cargadas de emotividad indie y una enorme delicadeza: un minimalismo engañoso, porque desbordan grandeza. No es fácil escribir tan bien, lograr esta cercanía extravagante. Adrianne Lenker tiene 32 años, usa sombreros cowboy y guantes de cuero negros sin dedos. A veces se rasura el pelo. A veces lleva una melena modesta. Su androginia es calma, sus letras pueden ser angustiantes. Lanzó su primer disco a los 13 años y ahora acaba de editar Bright Future, uno de los mejores de esta primera mitad de año. Como muchos de sus discos anteriores, se grabó en una cabaña del bosque, a la Walden, para aislarse de la tecnología. No es pose: a su edad estar lejos de redes, computadoras y mundo digital es muy difícil, es arrancarse de la matriz de lo real.

Adrianne Lenker es, además, la líder y compositora de la banda Big Thief: cinco discos excelentes y una recomendación de Barack Obama los puso en otra esfera de lo popular. Aunque la banda, en su bajo volumen y exigencia de escucha atenta, no es de atracción inmediata. Esas canciones como miniaturas necesitan tiempo y el repaso, como si se tratara de joyas herrumbradas que en cada caricia revelan su brillo. En paralelo a la banda, Adrianne hace su carrera solista que, por cierto, es bastante similar en cuanto a estilo pero se permite caprichos y cierta confesión oblicua en las letras. Bright Future empieza con “Real House”, una recopilación de recuerdos de infancia vagos, como es siempre la memoria de aquellos primeros años en la Tierra; revelan un crecer silvestre y confuso: “Hacía trenzas con ramas de sauce para armar una corona” y enseguida, “Mamá, ¿qué pasó? No pensaba que llegaríamos tan lejos. Ahora tengo 31 y no me siento fuerte, y tu amor es todo lo que quiero”. Poco después recuerda cuánto quería que la magia fuese real, sus sueños de volar, a su madre llegando al hospital cuando ella tenía 14: los amigos la habían abandonado ahí mareada, seguro borracha. “Papá estaba enojado pero vos te diste cuenta de todo. Nunca te vi llorar, no hasta que murió nuestro perro”. En la canción hay ruidos de fondo, la voz de Lenker se aleja del micrófono y vuelve: es parte de la grabación cruda, un registro analógico en el que ni siquiera usaron auriculares o una computadora. Adrianne y los músicos se fueron de la cabaña sin haber siquiera escuchado lo grabado: hay que imaginar la alegría y la sorpresa de encontrarse después con una canción folk-country tan maravillosa como “Sadness As a Gift” y esos violines devastadores con influencia de Bob Dylan, especialmente en el registro agridulce de una relación trunca.

UN DIOS DEMASIADO PEQUEÑO

Los padres de Adrianne Lenker suelen aparecer en las canciones: la relación es compleja y amorosa. La tuvieron a los 21 años en Indiana aunque la criaron en Minnesota. En “Indiana”, una canción de su disco solista de 2014, Hours Where the Birds, canta sobre el padre, quien no quería que eligiese la ruta pero “no se puede controlar al corazón que late debajo del hueso”. Lo que sucedía era bastante oscuro: los padres se movían de un culto cristiano a otro, con diversos niveles de compromiso pero siempre de alta entrega. Cuando Adrianne tenía cuatro años escaparon de un culto, se pasaron varios años viviendo en una camioneta Ford y después de vuelta a la religión, a través de una mujer Amish. Los padres buscaban la espiritualidad, Adrianne dice que era “un caos” y ella tuvo su propia relación con la divinidad, antes de que sus padres rechazaran todo y hoy estén en el extremo opuesto, el del ateísmo. Se divorciaron cuando ella tenía doce, un año antes de su primer disco.

La vida de Lenker, en su infancia, fue casi nómade. Es joven y, se puede decir, nunca dejó de ser nómade tal como lo exige ser músico hoy, cuando ya no se venden discos y tocar es la forma de supervivencia.

En esa infancia de caos, la música fue la forma de encontrar refugio: Lenker escribía canciones de noche en la guitarra. No aprendía las de otros: se enseñó a componer. Nunca fue a la escuela: la educaron en casa. Y salvo por un breve período de reviente, drogas y alcohol, en la adolescencia más temprana, el camino fue la música: una beca completa en la prestigiosa Berklee College of Music de Boston, donde armó su primera banda y, poco después, Big Thief. Los dos primeros discos del grupo, Masterpiece y Capacity, se editaron en Saddle Creek Records, el sello de Omaha, Nebraska, que lanzó a Conor Oberst y Bright Eyes. En el debut hay uno de sus temas más lindos, “Paul”: sobre una melodía triste y romántica, una canción de amor ambigua, donde ella es una amante de ojos llenos de estrellas y él, en un auto, saca una botella y le enseña lo que es amar. La madurez del grupo llegó con el paso al prestigioso sello británico 4AD: U.F.O.F y Two Hands se editaron en 2019 y tuvieron nominaciones al Grammy. Y en 2020 Dragon New Warm Mountain I Believe in You supuso la mayor exposición y la veneración de la crítica. Es difícil elegir mejores canciones: todo este disco es notable. Fue también un parate necesario, se grabó en pandemia, en Vermont: antes, después de seis años de tocar si parar, Adrianne terminó exhausta e internada en un hospital. No era sólo lo físico: era un desgaste psicológico. La experiencia Big Thief en vivo no es estridente, claro, pero es intensa, porque ella es una mujer intensa. Y su perfomance es vulnerable: le dijo hace poco al diario The Guardian que está tratando de controlarlo, o al menos de dosificarlo, porque el desborde puede ser excesivo. En esa crisis su hermana tenía que recordarle cuándo comer, sufría migrañas que duraban varios días consecutivos y hérpes zoster, enfermedad mejor conocida como la mega dolorosa culebrilla, un síntoma de espectacular baja de defensas, entre otras cosas.

Claro, también está la circunstancia de las relaciones dentro de la banda: Adrianne conoció a Buck Meek, el guitarrista, en Boston. Desde 2013, después de reencontrarse en Brooklyn, tocaron como dúo. Formaron la banda en 2015, con Max Oleartchik y James Krivchenia. Buck y Adrianne se casaron y se divorciaron en 2018. Él tiene otra esposa, holandesa. Todo fue muy amigable pero nadie dejó el grupo y la terapia conjunta, dicen, es necesaria, porque necesitan llevarse bien para tocar bien –y eso no es tan fácil con una ex pareja, por más abiertos y amorosos que sean los involucrados–. Hubo un momento en que él dejó la gira, no la banda, pero regresó y ahora son mejores amigos, sin tensiones. Pero, admite Adrianne, hubo que reconstruirse desde las cenizas. En vivo, es evidente que Buck la adora: también es el segundo vocalista y esa intimidad flota en el aire al lado de una obvia veneración. Meek asegura que ella es su compositora favorita de toda la historia y si hay que remontar una separación, está dispuesto a hacerlo por el honor de tocar su lado.

CÓMO SER TU MUJER

Adrienne también siguió adelante con su vida amorosa y artística. Se enamoró de Indigo Sparke, la solista australiana y una de las estrellas del sello Sacred Bones, el gran semillero actual en Estados Unidos. El disco Echo, de Indigo, lo produjo Adrianne, cuando ellas eran pareja. En el disco solista de Adrianne Songs and Instrumentals, un regreso emotivo al lo-fi de los primeros 2000, donde tocaba la guitarra pero también un pincel y agujas de un pino como instrumentos –además de usar la lluvia, el fuego de una estufa de leña y los ruidos del bosque, desde el viento a los insectos–, le dedica “Music for Indigo”, su duelo personal: es una de las dos piezas instrumentales, escrita para hacer dormir a su chica. En Bright Future reversiona en clave acústica y cruda “Vampire Empire”, un éxito también escrito para Indigo: “Te quiero ver desnuda, te quiero ver gritar, quiero ser tu mujer y quiero ser tu hombre”.

Todo esto para decir: una de las compositoras más valiosas del indie expresa el abanico de la experiencia como se hace desde el principio del pop, pero no es estrictamente confesional. Combina su lirismo con lo extraño e inexplicable, incluso lo banal, y una clásica poética de la naturaleza, a pesar de que es una mujer tan urbana. Finalmente, aparecen estos deseos que la desarman. Una de las mejores canciones de Bright Future es “No machine”. Canta: “Una aguja que brilla como un diamante en el desierto/ No se que haría sin vos, no se dónde iría. Soy un río que va al océano de tu amor”. Pero citarla es poco: su forma de decir, ese riff que se balancea, las armonías de las voces en el límite de la fragilidad. Lo mismo pasa con “Ruined”, el cierre, donde la sola presencia de la persona amada la “arruina”, directamente. Todo está en los detalles: “Me diste una amatista, la arrancaste de tu chaleco decorado mientras llorabas”. Las canciones de Lenker siempre parecen a punto de resbalarse pero encuentran el equilibrio con un titubeo delicioso.

La portada de Bright Future

UNA CHICA SILVESTRE

Cinco discos solistas, cinco con Big Thief, en vivo, lanzamientos dispersos, giras interminables al punto de que, asegura, no tiene casa, no sabe si la tendrá salvo cuando vuelve a la Costa Este de Estados Unidos y a su familia. Eso permite, quizá, que uno de los integrantes de Big Thief, Oleartchick, viva en Tel Aviv, Israel, lo que además volvió compleja la relación de la banda, y de Adrianne, con los fans que le exigen posicionarse frente la guerra de Gaza y el genocidio. De hecho, por ahora, pudo explicarse con precaución, decencia y criterio: las acciones incluyen un disco lanzado sin aviso, a beneficio de los chicos palestinos, llamado i won’t let go of your hand. Krivchenia, otro de los integrantes del grupo, hace discos ambient y, como sesionista, tuvo momentos de enorme exposición como sentarse a tocar para Taylor Swift en el relanzamiento Red (Taylor’s Version). Ella, durante las entrevistas de lanzamiento de Bright Future, dijo que está decidida a no ser violenta consigo misma, a permitirse la recuperación de un trauma que no menciona en detalle, y a darse cuenta que su derrumbe físico pre pandémico no tuvo que ver con sus separaciones, (o no sólo con eso) sino con una tristeza que la hacía vivir en estado de abandono. “Y también creí durante mucho tiempo en el mito del artista torturado, como muchos otros. Ahora sé que la vida está llena de tremenda alegría y tremenda pérdida, y que no hace falta forzar nada, menos aún para crear”.

En Bright Future la acompañan Philip Weinrobe, su ingeniero y co-productor, el compositor Mat Davidson, colaborador de Big Thief, la violinista Josefin Runsteen, y el alt-R&B artista Nick Hakim. Se intercambiaron los instrumentos en muchas canciones: de hecho en los créditos aparecen alternativamente en piano, violín, guitarra y piano. Hay algo situado en estas canciones: al conservarlas tal y como salieron cuando se grabaron de forma analógica, son una cápsula de tiempo que no contribuye a que sean excelentes –esta forma de grabar y producir es tan artificial como cualquier otra, en el sentido de que es una circunstancia buscada, provocada y con un propósito artístico– pero el resultado atmosférico de cercanía es innegable. Se siente como gente tocando entre velas, después de cocinar y de fumarse un cigarrillo mirando la luna. Uno se puede imaginar las conversaciones entre las canciones y hasta cómo se repartieron las habitaciones para dormir. En “Donut Seam”, la más claramente colaborativa, una relación amorosa se confunde con la crisis ecológica: no es una comparación narcisista de las dos catástrofes sino una reflexión, incluso con humor negro, sobre la muerte del amor y la del planeta.“Este mundo está muriendo/ ¿No parece un buen momento para nadar, antes de que toda el agua desaparezca?”. Suena como melancolía entre los dedos, una aceptación solitaria del fin en voz de una chica silvestre que canta en la más misteriosa soledad.