“¡La Patagonia estaba allí, por fin! ¡Cuántas veces la había visto en mi imaginación! ¡Cuántas veces había deseado ardientemente visitar ese desierto solitario para descansar en la lejanía de su paz primitiva y desolada, apartado de la civilización! ¡Allí estaba, completamente abierto ante mis ojos ese desierto intacto que despierta tan extraños sentimientos!”. La cita le pertenece a Guillermo Enrique Hudson y se puede encontrar en las primeras páginas de Días de ocio en la Patagonia (1893), libro que nuestro melancólico naturalista escribió en una oscura pensión de Inglaterra casi veinte años después de haber abandonado este país. Y todo lo hizo de memoria. Bruce Chatwin todavía era un chico en Birmingham cuando un primo le envió desde Buenos Aires un ejemplar de El último confín de la tierra, de Esteban Lucas Bridges, donde narra su difícil vida (y la de su padre) junto a los yámanas de Tierra del Fuego. Chatwin lo leyó mil veces hasta que al fin, en los años 70s viajó al sur argentino (“¡Oh, Patagonia! Tú no revelas tus secretos a los necios”). Y lo sabía de memoria.

Ambas referencias no están en la novela gráfica Dear Patagonia del dibujante Jorge González, editada en España y Francia en 2011 y que recién, trece años después, es publicada en el país, gracias al atrevimiento del nuevo sello Sector Editorial. No hay mención alguna a Hudson ni a Chatwin, pero indudablemente la línea que une a esos dos escritores de lengua inglesa con el territorio austral es visible en las casi 300 páginas de Dear Patagonia, un conjunto de historias concentradas mayormente en la Patagonia centro, es decir, en la tierra seca, entre la costa y las montañas, entre las canteras de piedra triturada y la piedra volcánica, ahí donde crece el Colapiche, el Molle, la Sombra de Toro, y donde las ovejas y los chivos sueñan con el agua fresca de los cañadones. Tanto Hudson como Chatwin confluyen en la propuesta estética de González: conmoción ante el paisaje, extrañeza ante el clima, y admiración por el color de los cielos.

“La atmósfera es uno de los personajes principales de mis libros. Yo empiezo a trabajar con cuadernos en los cuales lo primero que pinto es la atmósfera del lugar donde va a transcurrir la historia. Así, a través del dibujo, averiguo qué tipo de vientos hay en ese lugar al que voy a entrar, qué tipo de gente, qué tipo de casas, porque yo siempre me hago las mismas preguntas sobre qué es lo que se dibuja. Sí, siempre arrancó por el clima”, dice el dibujante en un imperdible programa de historieta local (La Batea Podcast) que dedicó tres horas al análisis de Dear Patagonia, incluida una extensa charla con el autor.

El adjetivo Dear en el título de esta novela gráfica no es inocente, es una marca imposible de no ver: “Dear” traducida como “querido/a” convoca a pensar en la amistosa distancia vivida por los viajeros, exploradores y buscadores de historias (y destinos) sobre todo de lengua inglesa, que visitaron la Patagonia desde el Siglo XIX en adelante, y nunca la pudieron olvidar. Y “Dear” entendida como “estimado/a” es, por qué no, la marca de una distancia que impone el paisaje, ese “debido respeto” para con aquellos hombres que se atreven a habitar ese suelo. ¿Es entonces ésta una historia sobre la Patagonia dibujada desde la visión de un extranjero? El interrogante tampoco es inocente porque desnuda uno de los temas claves que desarrolla la narrativa gráfica de González: ¿qué es la identidad, de qué material está hecha y dónde se encuentra?

COLOR MELANCOLÍA

Porteño, nacido en 1970, el dibujante Jorge Fabián González emigró a España en los años 90s, época donde comenzó a trabajar para agencias de publicidad y como ilustrador de cuentos infantiles. Una vez afincado en Madrid, publica su primer gran trabajo historietístico: Hard Story (2001), relatos de amores frustrados y de crímenes urbanos, con guión de Horacio Altuna. El espaldarazo de Altuna fue fundamental en su carrera a tal punto que la dupla regresó en 2006 con Hate Jazz, un excelente policial negro entre los conflictos de músicos, editada en España y Francia.

Mientras González dibujaba en 2007 para la revista Fierro la tira Wilde está a 13.000 km de Madrid, más o menos (hasta ahora sin compilar) con guión de Hernán González (Los González, así firmaban) comienza a darle forma a su primera obra personal que terminó en 2008 y se tituló Fueye. Una historia que abraza el conflicto de la inmigración/integración en una Buenos Aires teñida de pesadillas acerca del progreso, y con historias en los puertos, los conventillos, en los barrios bajos, con telón represivo y musical: el tango y la policía. Al poco tiempo Fueye obtuvo el primer premio de novela gráfica FNAC-Sinsentido (España) y cuando finalmente se editó en Argentina (por la editorial Común, 2012), la propuesta de González era tan distinta de lo que se veía en cuanto a novelas gráficas que los críticos locales del género no dudaron de ubicar al dibujante en la lista de los historietas que renovaron la escena local a partir de 2006: Minaverry, Juan Sáenz Valiente, Pablo Túnica, Salvador Sanz y los Lucas: Varela y Nine, entre otros.

Luego del nacimiento de un hijo y tras una mudanza de Madrid a Cádiz comienza a pensar en su segundo trabajo donde redobló la apuesta narrativa de Fueye, “es mi libro más complejo”, dice sobre Dear Patagonia y agrega: “La luz de Cádiz tiene mucho que ver con el color que rige en ese trabajo”. Más tarde llegará Llamarada, una historieta con referencia personal directa, ya que narra la historia del “Colorado” José María González, ídolo de Racing durante el amateurismo, abuelo del González dibujante, publicada por Hotel de las Ideas.

¿Por qué no se editaron en el país las obras de González correlativamente? Los factores son muchos, y uno de ellos, sin dudas, es el trabajo del color que propone González para sus historias (acentuado en extremo en Dear Patagonia) donde apela a un paleta melancólica del colores (los grises, los marrones, los amarillos que se esconden y los verdes que huyen) determinados por la atmósfera que se busca y que demandan sus historias. La obra de González no es fácil de editar, exige un calibrado de los elementos tecnológicos de impresión (tintas y papel) mayor que el resto de las ediciones. El nuevo sello Sector Editorial, superó la prueba: Dear Patagonia es un libro de factura internacional. Misión cumplida.

De esta manera, con la edición argentina, por fin se puede acceder al segundo libro de González, que algunos privilegiados habían leído hasta ahora en las caras ediciones europeas, y se completa localmente su “trilogía sobre la identidad” compuesta por preguntas claves: si en Fueye el interrogante-motor fue ¿de dónde venimos?, en Dear Patagonia fue ¿qué hicimos para merecer este lugar en el mundo? y en Llamarada ¿cuál es la verdadera trama familiar que nos une? “Me gusta la idea de traerme desde el pasado. Al principio no tenía mucha conciencia de este procedimiento que estaba haciendo con cada una de mis historias, pero con el paso de los libros sí, veo que me voy moviendo en esa dirección. Patagonia es la continuación de esos procesos de trabajos de las preguntas”, explica el autor.

Portada de la edición local de Dear Patagonia

UNA BONITA PALABRA

“Un día después de conversar mucho con Hernán sobre distintos temas e ideas (como por ejemplo imaginar una invasión a Uruguay) la conversación se centró principalmente en la cuestión aquella de atreverse a hacer cosas pese a todo, de seguir avanzando pese a todo. Entonces, estaba sentado en mi estudio y se me apareció la palabra Patagonia, esa hermosa palabra. Y fue como si todos los pensamientos sueltos se concentraran en ella porque Patagonia era una palabra que tenía mucho de ese desafío del que hablamos con Hernán. Y fue ahí que Patagonia empezó a ser también un estado de ánimo, el clima necesario que iba a rodear a mis personajes. Los libros de historietas aparecen por imágenes, pero también por palabras”.

Dear Patagonia está estructura en nueve episodios de vida independientes. Son historias de vida y autoconocimiento que van desde la apropiación de mujeres y niños de los pueblos originarios (Onas y Mapuches) para ser mostrados como “rarezas” en Europa hasta la apropiación de tierras por los nuevos colonos: los Benetton. Dentro de ese largo período hay lugar para historias urbanas (viajes a Buenos Aires) donde aparecen el deseo de progreso y las rupturas de familias en los años ’30. Todas las historias están entrelazadas y dan cuenta del proceso político argentino (hay una que transcurre en tiempos de dictadura militar), es decir, cómo la política determina el destino de las personas gente y acrecienta sus tragedias. González tiene la inteligencia de construirlas como unitarias, enriquecido por guionistas invitados como Altuna, Hernán González y Alejandro Aguado. “De alguna manera organizo las voces para favorecer el camino que toman las historias, como si fuera una banda de música. Me gusta mucho trabajar solo y con gente. Por eso digo que este libro es el más extraño y al mismo tiempo el más complejo. Dear Patagonia no tiene que ver con un registro familiar ni histórico familiar como sí lo tienen Fueye y Llamarada; este libro tiene que ver con un concepto y las posibilidades de hacer cosas en un determinado lugar. Es un poco más intelectual, no he metido nada personal, tiene más ideas”.

Entre las historias más fuertes del libro se destaca “Un boliche en Facundo”, una suerte de relato del oeste, un western, cuyo duelo final lo tendrá que buscar el lector en otras historias que plantea el libro. Ese relato sucede en lugar de la provincia de Chubut. Una taberna que al mismo tiempo sirve de almacén de transacciones (pieles) con algunos integrantes de los pueblos originarios con el hombre blanco: hombre de la codicia, del deseo, del robo y del escape. “A medida que iba avanzando y manteniendo diálogos con quienes viven en la Patagonia, como el dibujante Aguado, me iba documentando, además de los libros, de películas, de imágenes en internet, de muchas fotografías que me enviaban amigos. Me gusta esa línea difusa entre lo documental y la ficción”.

Volviendo a Hudson y a Chatwin, y retomando la idea de la memoria como un elemento para la construcción imaginaria de un territorio, como un recurso válido y superador para poder describir y repensar ese territorio (por encima de mapas y fotografías), habría que decir que la memoria sentimental con que dibujó Hudson su Patagonia de infancia y la memoria libresca que utilizó Chatwin para su Patagonia de juventud, están presentes en este tremendo trabajo de González. Su propia Patagonia (con viñetas que remiten a los pintores impresionistas) no se parece a ninguna otra, y sin embargo se puede sospechar que en ella está la atmósfera que vivieron en ese territorio –siempre distante para con el recién llegado–, los muchos viajeros y caminantes desde el siglo XIX hasta hoy. El dibujo reinstala el misterio de aquellos lugares que parecían perdidos.