En 1983, Michael Jackson era el amo del mundo. Publicado en noviembre de 1982, Thriller se seguía vendiendo como pan caliente, y en el mundo de la música no parecía existir otra cosa. Pero el 18 de mayo de 1983 una radio de Estados Unidos puso al aire el nuevo single de una banda inglesa que llevaba dos años y medio en silencio. Y luego otra, y otra. Los teléfonos estallaron con pedidos de volverla a escuchar. El fenómeno empezó a replicarse en todas partes, eso que suele suceder con las perfectas canciones pop. En solo una semana, el tema había arrasado en todo ranking posible. "Every Breath You Take" convertía a The Police en la banda más grande del mundo. Un mes después, Synchronicity certificaba que la canción era solo la punta de lanza de algo aún más grande.

The Police fue una banda disfuncional en lo humano y perfectamente funcional en lo artístico. No fue la primera ni la única de la historia -quizá el caso más célebre sea el de Ramones, que tenían una performance monolítica aunque Johnny y Joey no se dirigieran la palabra-, pero de todos modos llama la atención lo que consiguieron en materia de canciones y números de venta. Desde 1977, Gordon "Sting" Sumner, Andy Summers y Stewart Copeland fueron un indescifrable eslabón entre el punk, el reggae, la new wave, la "world music". Lo hicieron sin necesidad de llevarse bien: ya en Zenyatta Mondatta (1980), el disco con el que visitaron la Argentina, grababan en ambientes separados y las discusiones sobre el rumbo estilístico y el sonido eran frecuentes. La producción de Synchronicity fue aún peor. Pero de ese caldo turbulento salieron discos perfectos y el álbum que destronó a Michael Jackson. Y que, nada casualmente, sería el último.

El próximo 26 de julio verá la luz la primera reedición "deluxe" de un disco de The Police. Acorde con tantas disfuncionalidades, Synchronicity 40th Anniversary aparece a 41 años de la salida, pero a quién le importa si se examina el contenido. En cuatro vinilos o 6 CD's, el lanzamiento incluye 55 tracks inéditos: un menú de las típicas versiones alternativas, pero también canciones no incluidas en su momento, como "I'm Blind", "Goodbye Tomorrow", "Ragged Man", "Loch"; covers de Eddie Cochran ("Three Steps to Heaven") y Chuck Berry ("Rock and Roll Music"), tomas nunca publicadas de clásicos como "Truth Hits Everybody" (de Outlandos D'Amour), lados B perdidos en el tiempo y una generosa carga de 19 temas en vivo, allí donde The Police resolvía toda diferencia con shows demoledores. Por supuesto, la caja llega con un libro que analiza la historia del disco en un texto del periodista Jason Draper, fotos inéditas de la portada (que tuvo 36 versiones diferentes), piezas de memorabilia, nuevas entrevistas al trío. "Un tesoro para los fans", promete el sitio oficial, y es difícil no creerle.

"Ese disco estuvo a una reunión de no hacerse nunca", confesó en 2004 Hugh Padgham a la revista especializada Sound on Sound. El productor ya había tenido su cuota de pesadillas en Ghost in the Machine, pero si en 1981 la cuestión fue organizar las complejas capas de sonido para temas como "Spirits in The Material World", "Every Little Thing She Does is Magic" y "Too Much Information", aquí el punto de tensión era otro. De manera razonable, Sting quería simplificar el sonido, extirpar el reggae del ADN de la banda, llevar la experimentación a otro lado. Pero eso significaba un choque directo con los complejos acordes de Summers y sobre todo con Copeland, un baterista exquisito y multifacético al que le pedía directamente eliminar su identidad. En diciembre de 1982, tras 10 días de sesiones infructuosas, el manager Miles Copeland tuvo que viajar de urgencia al estudio AIR de la paradisíaca isla caribeña de Montserrat: juntó a los músicos en la pileta y consiguió el milagro de hacerlos funcionar sin tener que poner a Padgham en la incómoda posición de árbitro de una lucha a muerte.

Copeland tocó en el baño y la cocina. Summers hizo lo suyo dentro del estudio. Sting se quedó en la sala de control: después diría que grabó el bajo escuchándolo a través del amplificador porque en los auriculares le sonaba a "pedos de sapo". Todo ello es cierto y hay decisiones de producción de sonido que dieron excelentes resultados, pero el ejemplo más contundente de lo que fue esa grabación es que "Every Breath You Take", la canción perfecta, nunca fue tocada a la vez por los tres músicos. El tema que sonaba en todos los parlantes del mundo -y sigue sonando: se calcula que lleva más de 15 millones de pasadas en radio- era un Frankenstein armado por Padgham y Sting a partir de tomas aisladas.

Sumando sesiones en Le Studio de Quebec (Canadá), Synchronicity estuvo listo en febrero de 1983. Miles, Padgham y los músicos podían respirar tranquilos tras su propio Game of Thrones: habían conseguido una obra monumental. Iba a poner punto final a una impactante carrera de cinco discos en igual cantidad de años, aunque en ese momento quizá solo lo intuyeran. Desde la arrasadora apertura de "Synchronicity I", el disco tenía clásicos instantáneos como "King of Pain", "Walking in Your Footsteps", "Wrapped Around Your Finger" y "O My God". Abría el Lado B con ese temita que hoy se sigue deslizando entre la cancelación o el retrato objetivo de un hombre enfermo y acosador, y hasta daba espacio al momento de puro juego de "Miss Gradenko", que parece un out take de Zenyatta, y a "Mother", una deformidad de Summers más cercana a sus experimentaciones con Robert Fripp (que también se filtra en "Walking in Your Footsteps") que desataría la ira de quienes preferían el costado más pop de la banda.

Es sabido que Sting bautizó el disco en honor a su fascinación con Arthur Koestler, autor de The Roots of Coincidence ("Las raíces de la coincidencia") y Ghost in The Machine, y al propio Synchronicity de Carl Jung. Es una linda paradoja que toda esa sincronicidad y coincidencia no se verificara demasiado en los vínculos humanos, pero todo queda borrado ante la evidencia de diez canciones (once si se cuenta "Murder by Numbers", solo editada en casete y CD) afirmadas como rocas en las páginas de la música pop. La banda con nombre más antipático de la historia se despidió con un disco indiscutible. Pedirles que además fueran amigos quizá sea demasiado.