Recuperar el nombre y los límites de un territorio conocido, propio. Restituir historias e identidades. Restablecer las coordenadas que han provocado pertenencia a una geografía. Ser reconocidos como La Florida o República de Saladillo, aunque la rigurosidad de los registros catastrales del municipio se empeñen en decir que no, que de ninguna manera, que cómo se le va a ocurrir si los verdaderos nombres son, por imposición de los funcionarios de turno y en contra del decir de los vecinos, Celedonio Escalada o Roque Sáenz Peña.

El mapa formal de la ciudad de Rosario presenta accidentes. Aristas que sus propios habitantes cuestionan. Entonces, algunos arman un grupo de whatsapp en la zona sur y agitan el cambio. Otros, en el norte, se sublevan con los relatos de un libro redactado por un sacerdote que no deja lugar a dudas sobre cómo tienen que llamarlos. Se reúnen y van sumando documentación, firmas, simbología, relatos. Apilan formalidades para dejar en claro ante la Junta de Historia, la dirección de Cartografía o el Concejo municipal algo que sus tradiciones vocean desde hace décadas: los de La Florida buscan recuperar su denominación, salir de la anexión impuesta con el nombre de Celedonio Escalada y marcar sus márgenes en la calle Vieytes, el río Paraná, el límite del municipio y las vías del tren; quienes habitan en las zonas denominadas Saladillo Sur o Roque Sáenz Peña pretenden formar La República de Saladillo, extendiendo sus contornos hasta la calle San Martín.

Las presentaciones de rigor –porque rigor nunca falta a la cita cuando hay que dejar este tipo de cuestiones asentadas en los papeles– se realizaron en el Concejo y derivaron en una reunión ante los representantes de la comisión Especial de Nomenclatura y Erección de Monumentos. Vale aclararlo: nadie gana este tipo de partidas en la primera mano. Hubo retruque de las autoridades, nuevos requisitos y una advertencia: habrá que estudiar el asunto con otros vecinos y otros barrios. No sea cosa que alguno se sienta invadido por una normativa que restituya lo que el pasado grita desde las entrañas.

El libro del cura Barufaldi

Trece instituciones de La Florida –dos vecinales, un club, un centro de salud, cinco escuelas, un jardín, la parroquia San José Obrero, una biblioteca y una cooperativa– presentaron el 30 de mayo una nota para que se les “devuelva” lo que consideran parte de su historia: el nombre del barrio. Solicitan, además, que se corrija la traza de calles que se ha efectuado siguiendo meras “necesidades burocráticas y/o catastrales”. “Proponemos el ajuste de los límites a la realidad social, histórica y cultural de nuestro barrio”, proponen en la misiva.

Para avalar el pedido presentaron, como material central, un trabajo que consideran “una joya”: el libro Sólo Cien Años, Cantata del Centenario de La Florida, del sacerdote Rogelio Barufaldi. Fallecido en 2014, el sacerdote fue escritor, ensayista, poeta y el mismo municipio al que ahora se le piden los cambios lo declaró “Ciudadano distinguido”. Mientras ofrecía sus misas y sus confesiones, Barufaldi se tomó el trabajo de recopilar y documentar la vida de un barrio que nació como “Pueblo La Florida”. Lo publicó en 1989. “Fue para nosotros la bibliografía de cabecera. Tiene los planos originales, los primeros habitantes. Es un libro testimonial espectacular”, explica a Rosario/12 Silvia Giacobbe, secretaria de la vecina Florida Norte.

Pueblo La Florida era una localidad autónoma independiente, que se anexa a Rosario en la primera mitad del siglo XX. Su casco histórico, las primeras manzanas que se delimitaron, son las que están alrededor de la Plaza Ovidio Lagos, entre las calles Martín Fierro, David Peña, Francisco de Miranda y Juan Agustín Mazza.

El bulevar Rondeau, ancho y caudaloso, era en los tiempos en los que se fundó La Florida el corredor que utilizaba la Compañía Ferrocarril Santa Fe, establecida en 1888. El tren poseía una de sus paradas en el Pueblo Alberdi, fundado antes que La Florida. “Eso está contemplado en todos los loteos que se fueron haciendo”, explica Giacobbe para marcar la profundidad de un pasado que ya contemplaba el nombre que ahora pretenden restituir.

El 26 de junio pasado una delegación de vecinos tuvo una audiencia en el Concejo Municipal. La presentación, asegura la edil Norma López, fue sólida. “Hay una valoración positiva de toda la investigación que están haciendo los vecinos para restituir ese nombre”, opina.

Giacobbe comenta con extrañeza que al consultar a las autoridades las razones que llevaron a ubicarlos bajo el paraguas del barrio Celedonio Escalada, nadie supo precisar siquiera la ordenanza o el año en el que se había tomado esa decisión.

A pesar de la mirada favorable para avalar el cambio, se pidió a los representantes de las distintas instituciones que presenten un escrito en el que queden claros los límites que comparten con Alberdi, en el margen sur del barrio.

“El resto de los límites está en orden. Pueblo Alberdi es anterior a Pueblo La Florida. Pero en Catastro están los viejos planos. No hay lugar a duda”, anticipa la representante de la vecinal fundada en 1959 para despejar cualquier idea de que puedan aparecer obstáculos.

Belgrano y Arijón

En Saladillo cuentan historias fantásticas. Dicen que el origen de Rosario puede encontrarse en sus calles; que por el barrio anduvieron paseándose en los tiempos que se dedicaban a liberar a la patria un tal Manuel Belgrano y un señor llamado José de San Martín. También, pero con otros objetivos, un joven naturalista al que se conocía como Charles Darwin, que con el tiempo ganaría fama con su teoría de la evolución. El científico inglés, de acuerdo a relatos asentados en sus propios escritos, se sorprendía al ver cómo en esa zona del sur de la ciudad los armadillos “se van sucediendo unos a otros”.

No son los únicos relatos que impactan por la hondura de una semblanza que pinta un tiempo distinto y a una ciudad de otro siglo: están las postales de un balneario con características únicas para la época en toda Sudamérica, la opulencia de las casonas allí y las familias adineradas asentadas en el sur para esparcirse, algo que la inmigración de polacos, rusos, lituanos o yugoslavos buscando una oportunidad de trabajo termina por correrlos hacia el norte de la ciudad.

Algo de todo eso es lo que pretende reconstituir un grupo de vecinos de Saladillo. Hay un proyecto del concejal Mariano Romero que busca bautizar a la zona como “República del Saladillo”. Pero los encargados de la movida quieren algo más que sólo una denominación. Intentan restablecer antiguos límites y extender su geografía hasta la Avenida San Martín.

En su escrito, presentado el 30 de mayo pasado, Romero menciona el paso de Belgrano en 1812 y de San Martín un año más tarde. También, la instalación de las primeras industrias de la ciudad, en 1857: el molino Blanco, en calle Ayacucho y el arroyo Saladillo, y el Rojo, en lo que es actualmente la intersección de la Avenida Argentina con Anchorena. El concejal reconstruye para sustentar su pedido otra parte potente del pasado: el proyecto de Manuel Arijón para impulsar los baños de inmersión en las aguas del arroyo Saladillo, ricas en sales y el yodo.Ante la avidez de familias adineradas, el empresario encara la construcción de viviendas imponentes y llama al lugar “Aldea Saladillo”. Hasta la escritora Alfonsina Storni vivió entre sus calles y le dedicó un poema.

En el pedido presentado por Romero existe un elemento con el que los vecinos de la zona difieren y es algo que el Concejo, la Junta de Historia y la dirección de Cartografía quedaron en evaluar: la cuestión de los límites. Mientras que el edil asegura que las fronteras de su “República” estarían delimitadas por las calles Arijón, Fonseca, Fausta, Argentina, Nuestra Señora del Rosario, Lamadrid y la Costanera, la comisión barrial retruca con Lamadrid, San Martín, las vías del Ferrocarril, el arroyo Saladillo y el río Paraná. En ese punto el edil Julián Ferrero sugirió el mismo pedido que se le había hecho a los de La Florida: vayan, investiguen, hablen y vean de unificar criterios y fronteras con los de Roque Saénz Peña, Saladillo sur y de la Carne. No vaya a ser cosa que la cuestión de los contornos provoque que algunos se subleven.

“Por el pedido anterior de un vecino –Ndr: que replicó Romero– quedábamos reducidos simplemente a un triángulo que le llamamos ‘La Isleta’, surcado por el arroyo Saladillo y el río Paraná. Es como un óvalo que comprende sólo a una parte de Saladillo. Ahí nos pusimos en alerta y todos se comenzaron a movilizar”, explica a este diario la museóloga Nora Laborde, una de las impulsoras de la modificación limítrofe.

Laborde es la encargada de elaborar un escrito que servirá como fundamentación teórica del reclamo. Las historias de Belgrano, de San Martín o de Darwin estarán en esa presentación. También la marca de los loteos vendidos por Arijón, que incluso se extendían mucho más allá de lo que ahora mismo se pide, según marca el único ejemplar que se conservó de un libro de aquella época. Se sumarán cartas y postales de comienzos del siglo XX.

“Esto es una declaración de límites, nada más. No va a haber impuestos que cambiar ni nada por el estilo. Es una cuestión histórica de territorio para la que se presentan más de veinte instituciones o comerciantes que tienen la denominación Saladillo”, dice Laborde.

Restituir

El historiador Miguel Ángel de Marco (h) planteaba en uno de sus trabajos que “los barrios de Rosario no reconocen más filiación que la pertenencia inmigrante, las vivencias del trabajo, las prácticas asociativas, las pasiones deportivas, las leyendas de los memoriosos, y el devenir compartido en una ciudad sin fundador. Las decisiones administrativas de asignarles nuevos ‘nombres’ y ‘límites’ se desvanecieron ante la perdurabilidad de tradiciones e identidades que siguen siendo irreductibles”.

Algo de eso es lo que impulsan los de La Florida y los de Saladillo. Desde el norte y desde el sur pretenden, según dicen, “poner las cosas en su debido sitio”: restituir nombres y geografías.

“Es la recuperación de la identidad de un barrio. ¿Por qué en catastro dice Celedonio Escalada si nosotros nos sentimos floridenses?”, plantea Giacobbe.

“Una persona sin identidad, y ya lo vivimos muchas veces en Argentina y en el mundo, es lo peor que puede pasar. Un chico que no está anotado con su nombre vive buscando su identidad. Lo que queremos es identidad, pertenencia, historia y territorio”, explica Laborde.

 

Porque los barrios, con sus ladrillos y con sus ventanas, con sus arterias y sus accidentes geográficos, también construyen sus cimientos con un material insustituible e imperecedero: su historia.