La fachada gris de la casona del barrio de Coghlan logró atraer con éxito las miradas de los caminantes que pasaban frente al renovado Centro Ana Frank Argentina en CABA. Es en ese espacio que desde su inauguración en 2009, el centro de derechos humanos difunde el legado de la adolescente judía, víctima de uno de los genocidios emblemáticos de la historia. Para su 15 avo. aniversario, la organización lo reinauguró abriendo sus salas con modificaciones, incorporando nuevos objetos, elementos tecnológicos y un guión museológico renovado, y abriendo una tienda de recuerdos.

Al entrar, los jóvenes guías voluntarios reciben a los visitantes y no es extraño que se acerque a saludar Héctor Shalom, el director del Centro y Presidente de la Fundación Ana Frank Argentina para América Latina, que tiene su pequeña oficina rebalsada de libros en el 1er. piso de la casa desde donde trabaja.

El museólogo y doctor en Historia, Gabriel Miremont, acompañó la puesta en marcha de la renovación del Museo y en diálogo con Página/12 explicó por qué lo considera un espacio “atípico”: “El museo tiene un ‘recorrido cautivo’, esto quiere decir que uno está siempre acompañado y no lo transita solo. La particularidad de este es que cuenta la vida de una adolescente en las voces de adolescentes. Son los jóvenes guías voluntarios los que narran la historia de Ana y establecen el nexo entre el público y el mensaje del museo”. 

Romper estereotipos

Héctor Shalom resaltó la importancia de romper con los estereotipos actuales sobre la juventud y mostrar que los jóvenes están comprometidos con su pasado y presente, y proponen una construcción activa frente a los mismos.

Las salas y exposiciones proponen un recorrido “basado en la pedagogía de la memoria y la esperanza”, que articula tres ejes transversales: la historia y el legado de Ana Frank como testimonio para comprender el genocidio perpetrado por el régimen nazi; los mecanismos y procedimientos del nazismo reflejados en la última dictadura cívico-militar en Argentina para pensar nuestro pasado reciente; y las historias de diversidad para la construcción de convivencia e inclusión en el presente.

Las dos primeras salas conforman una línea de tiempo con varios niveles de lectura. La historia del crecimiento del nazismo en Europa y el mundo se cruza con la biografía de Hitler y la vida de la familia Frank. “Al ser perseguidos, exterminados y después sufrir el proceso de reinserción en ese mundo dañado, la historia de los Frank se encuentra con la historia global y se convierten en el ejemplo del horror del nazismo”, explicó Miremont y resaltó: “Se deja de hablar solamente de números y se humaniza el relato. Así podemos tomar conciencia de que esto le pasaba a personas con nombre, historia y familia”.

“Los objetos cuentan historias”, aseguró un guía durante el recorrido. Con la renovación se incorporaron nuevos objetos originales de la época, que funcionan como testimonios de la historia. “En el museo es el objeto el que dispara el relato, opera como puente entre la idea y el público para empezar a contarlo”, contó el museólogo.

Objetos nuevos

Entre las nuevas incorporaciones se sumaron billetes y notas de bancos de 1933, libros con radios ocultas donde pasaban información, bandas rojas con el símbolo nazi y llaves de casas que las familias judías les dejaban a sus vecinos con la expectativa de volver a buscarlas. Muchos de estos objetos provienen de la propia casa de Ana Frank en Holanda o del Museo del Holocausto de Buenos Aires.

El museo cuenta con más de 100 fotos que, según Miremont, funcionan como documentos irrefutables. “La imagen como icono original, tiene la virtud de causar impacto y dar a conocer lo original y verdadero”, dijo el museólogo. Además, con la renovación, incorporan nueva tecnología con pantallas donde se reproducen videos y efectos de luz y sonido. “El siglo XX dejó un montón de documentos. La imagen en movimiento y el sonido de la voz se incorporaron en los últimos años a la museología como objetos y no para contextualizar: funcionan como documentos de la época”. En este caso, poder ver y escuchar a Hitler, conocerlo en acción, “genera un impacto enorme” en los visitantes.

Ya en el piso de arriba, para entrar en “El Refugio”, el guía hizo rodar unos stands con libros simulando la entrada al Anexo Secreto donde Ana se escondió junto a otras siete personas por más de dos años y donde escribió su famoso diario. La recreación escenográfica del espacio que originalmente está en Ámsterdam funciona como experiencia de impacto emocional, luego de aprender sobre su historia.

El paralelismo con la dictadura argentina

Durante el recorrido, pero en particular en la última sala, el Museo propone un paralelismo entre la lucha por los derechos humanos, las privaciones de libertades, la propaganda a lo largo de la historia europea, con la historia reciente de Argentina.

“Se habla de lo que fue Argentina durante el proceso de la dictadura cívico-militar y es inevitable que te surjan paralelismos”, describió el historiador. “La forma de legitimación de estos sistemas arranca con la propaganda, sigue con el terror y después va hacia el manejo de las leyes. En el feedback con el público, siempre aparece una comparación con el pasado reciente y con el presente argentino”, agregó. 

El Nunca Más aparece como eje central a la hora de hablar sobre los 30 mil desaparecidos en la dictadura argentina y los 6 millones de judíos asesinados en la Shoá. “La historia sigue siendo la misma, lo que cambia son los modos de contarla. Por eso buscamos encontrar la forma adecuada para cada época”, contó la joven guía.

“El relato se activa desde un presente. Los 15 años del museo coinciden con una coyuntura muy particular del país. Los chicos y chicas que se acercan al museo sacan sus propias conclusiones”, reflexionó Miremont, y agregó: “Si un museo solamente habla del pasado, no termina de tener una utilidad social, se convierte en una simple acumulación de memorias y de objetos. La memoria se ejerce cuando se empieza a mirar el pasado desde el presente”.

“El pasado está tan abierto como el futuro: cada vez que se vuelve hacia atrás, se mira de otra manera porque el presente es distinto. No es lo mismo hablar de lo que fue el nazismo hace diez años, que hablar de autoritarismo, de manejo de las leyes y de propaganda en junio de 2024. Esto es parte de la innovación del museo; volver al pasado no solamente en el relato, sino que traerlo para poder mirar y pensar en el presente”, completó el museólogo. 

Para finalizar la visita, en el patio trasero espera un retoño del castaño, árbol al que Ana miraba todos los días desde la ventana de su refugio, que se posa firme como símbolo de libertad.

Informe por Lucía Bernstein Alfonsín.