La crisis económica generada por el aumento de la energía, la creciente concentración de la riqueza entre los grupos más favorecidos, el empobrecimientos de los trabajadores, la inflación, los problemas migratorios, la inseguridad y las guerras –en Europa Oriental y en el Cercano Oriente– es el eje del debate electoral francés. Los niveles de vida de los trabajadores de bajos y medianos ingresos se han degradado desde la pandemia hasta la actualidad, al tiempo que el diez por ciento de los sectores más acaudalados ha incrementado su participación en la riqueza total generada.
Economía y relaciones internacionales son los capítulos centrales de una polarización política que postula, para la segunda vuelta, al neofascista Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen contra la izquierda del Nuevo Frente Popular (NFP), compuesto por la Izquierda Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, junto a los Verdees y los partidos Comunista y Socialista. La particularidad de los máximos contendientes a ocupar la mayoría dentro de la Asamblea Nacional de 577 bancas es que ambos agrupamientos políticos inquietan al establishment globalista neoliberal.
La derecha xenófoba de Le Pen es crítica del europeísmo de Bruselas, se resiste a darle continuidad a la asistencia financiera y militar a Volodimir Zelenski y reprueba las orientaciones de la OTAN, salvo las que son dirigidas contra el mundo musulmán, como en el caso de Palestina. Por su parte, la alianza de izquierda asume esas mismas perspectivas críticas respecto a la guerra en Ucrania –incluso de forma más explícita–, pero le suma una consideración crítica al apoyo brindado por Emmanuel Macron a Benjamin Netanyahu.
El apoyo a Kiev y las irresponsables amenazas de Emmanuel Macron respecto a un potencial envío de tropas para combatir a los rusos, contribuyó en forma decisiva al deterioro de su imagen pública: mientras Vladimir Putin continuaba afianzando la economía de su país y extendía las perspectivas soberanistas del Sur Global, el gobierno francés quedaba atrapado en la guerra híbrida concebida desde Washington para debilitar a los BRICS, especialmente a la Federación Rusa y a la República Popular China.
Ambos contendientes, el RN y el NFP, se convertirán, luego de la segunda ronda electoral, en los encargados de nombrar al primer ministro. Sus diferencias centrales se concentran en torno a tres aspectos centrales de la política doméstica: la migratoria, la vinculada con la seguridad pública y la distribución del ingreso, la renta y la riqueza. Por su parte, las propuestas neofascistas –herederas del espíritu de la Francia de Vichy– se basan en la consideración de enemigos internos (prioritariamente islámicos), a quienes se acusa de ser responsables del incremento de las actividades delictivas y, al mismo tiempo, de la liquidación del capital identitario francés, que debe ser blanco y obviamente supremacista. Las diferentes derechas europeas expresan, de forma mancomunada, un terror atávico por la hibridación y la mezcla con quienes consideran sujetos inferiores.
Le Pen y su heredero, Jordan Bardella, pretenden deportar migrantes, privilegiar a las corporaciones francesas y relanzar la Francia colonial con la que otrora se enriquecieron a costa de los pueblos magrebíes y subsaharianos. El perfil racista de RN, hoy apenas disimulado, que reemplazó el antisemitismo por la islamofobia, se relaciona con la propia fundación del colectivo por parte de Jean Marie Le Pen, padre de Marine, quien consideró una décadas atrás que las cámaras de gas utilizadas por los nazis podían ser caracterizadas como un nimio “detalle de la historia".
En contraposición, Melenchón y sus partidarios relacionan las problemáticas migratorias con el rol colonialista impuesto por París en el continente africano durante los últimos siglos, y atribuyen las causas fundantes de la crisis social –deterioro de la capacidad adquisitiva de los trabajadores– a una desigualdad estructural solo superable mediante políticas tributarias progresivas, basadas fundamentalmente en el incremento de los impuestos a las grandes fortunas. Este es el punto central, relativo a la política doméstica, que diferencia a ambos bloques.
Para evitar un triunfo de la ultraderecha fascista se ha puesto en marcha el denominado “cordón sanitario”, consistente en privilegiar a todos los candidatos de las organizaciones políticas opuestas al RN. Sin embargo –gane o pierda Le Pen– los discursos de odio, el desprecio a los migrantes y los relatos supremacistas ocuparán el centro del debate público en los próximos años, apalancados por las corporaciones mediáticas que detestan mucho más los énfasis igualitarios de las izquierdas, que la violencia fascista. Cabría preguntarse por qué el “cordón sanitario” galo es proyectado cuando el zorro ya está suelto en el gallinero. ¿Acaso el relato fascista fue alguna vez portador de valores y principios democráticos?