Visitar lugares inesperados es una de las misiones del cine. Hay que tener un temple especial para vivir estas experiencias, y trasladarlas a la pantalla. En La gruta continua -con funciones en El Cairo Cine Público-, el realizador Julián D’Angiolillo (Hacerme feriante, Cuerpo de letra) visita las entrañas de la tierra, cuevas que se hunden para descubrir un ecosistema diferente, casi como si se trata de un planeta extraño o de la morada de los Morlocks. Entre Italia y Cuba, el film traza un recorrido en donde la espeleología tiene la palabra, en consonancia con factores políticos, sociales y económicos. ¿Qué tiene para decir la tierra cuando se la escucha respirar?
“Es un mundo que siempre me pareció muy sugestivo y me daba mucha curiosidad. Uno está acostumbrado a hacer senderismo o a habitar el paisaje de forma más superficial, bajo el cielo; pero esto es, realmente, una experiencia distinta. Entre otras cosas, depende de la luz que uno mismo lleva, y los paisajes subterráneos parecen de otro planeta. Son espacios que no están abiertos a la radiación del sol, y justamente por eso son una especie de cápsula del tiempo. Con el uso y con la respiración de los humanos, eso también genera una degradación más acelerada. Y algo de esa situación, que también tiene que ver con la ecología y con la política, me pareció sugestivo. Primeramente trabajé con un grupo espeleológico de Argentina, el GEA, y a partir de viajes que logré hacer, con espeleólogos italianos y cubanos”, comenta Julián D’Angiolillo a Rosario/12.
“Me interesó intentar reconstruir la experiencia perceptiva que uno tiene, que tiene que ver con la sensación de la oscuridad, con la relación de las luces y las sombras, y con el sonido, que es muy particular. Cambia muchísimo la relación del eco y de la reverberación. En este sentido, con el músico Nicolás Varchausky trabajamos con ciertas sonoridades, porque hay formas de sacar sonido de las piedras, y eso establece una especie de correlato con un sonido muy primitivo, con un sonido más ancestral, por decirlo de alguna forma; y a la vez con elementos más contemporáneos, a partir de los instrumentos con los que se pueden grabar esos sonidos. Es algo que también se vincula con unos experimentos hechos por un espeleólogo, que está en la película, y que tienen que ver con entender el espacio de la cueva a partir de cómo suena la cueva”, continúa el cineasta.
-Una experiencia que no deja de ser íntima, en donde uno se interna en un ámbito extraño y solitario.
-Hay algo que es muy loco, porque la escucha se agudiza mucho más. Es un lugar común, por ejemplo durante los paseos turísticos, que en cierto momento se detenga la caminata y se les pida a los visitantes que apaguen las linternas, se queden quietos y escuchen. En algún momento empiezan a escuchar sus propios corazones, sus propios cuerpos. Parece cosa de Mandinga, pero sucede.
-Al mismo tiempo, dejás en claro cómo respira la tierra, sea desde la explicación, pero también desde la forma poética de tu película.
-Al pensar en el planeta como un organismo, que tiene su respiración, cambia bastante la perspectiva. Ellos mismos, con experimentos muy sencillos, registran el ingreso y la salida del aire por algún hueco que encuentran; y enseguida uno empieza a pensar que si eso sucede, es porque hay una respiración, relacionada con la meteorología, pero que nos hace alejarnos un poco del antropocentrismo en el cual estamos inmersos. A la vez, es una sensación que genera un alivio existencial, bastante interesante y poco capitalista (risas); no sé si denominarlo zen u oriental, pero tiene que ver con una forma de entender la vida y la vida en este planeta. Son personajes deliciosos y me llevó mucho tiempo hacer la película, porque podría haber seguido eternamente viajando y conociéndolos: cada nuevo grupo me llevaba a conocer al siguiente, habría seguido eternamente, pero tuve que hacer un recorte.
-En ese sentido, ¿cómo llegaste a los grupos italianos y cubanos?
-Primero fue un encuentro con el GEA, con quienes hice un cortometraje, y con ellos descubrí toda una cultura subterránea mundial. Leí los libros de Antonio Núñez Jiménez, el cubano pionero que lideró el Instituto de Geografía, también de la generación de la revolución. Lo interesante de ese momento histórico, es que hay algo de la ecología que ellos tomaban muy en cuenta desde el punto de vista político, también por una cuestión lógica y global: al ser un país tan pequeño y en una relación internacional tensa, necesitaban explorar el territorio interno, y eso hizo que hayan estudiado de una forma totalmente singular el espacio subterráneo. Fueron como pioneros en liderar y generar una especie de escuela de espeleología latinoamericana. Aun cuando sea una disciplina que nace más bien en Francia y en Italia, en Latinoamérica empieza con los cubanos, y por eso me resultó interesante el paralelo de estos dos países. Igualmente, los italianos no son la potencia en este momento, pero sí tienen mucha tradición del espacio subterráneo, que va hasta los romanos y mucho antes.
-Así como Errante: La conquista del hogar, en donde Adriana Lestido visita el Círculo Polar Ártico, tu película ofrece una experiencia, si se quiere, similar; y las dos películas fueron producidas por Lita Stantic.
-Cuando le mostré algo de material a Lita para conseguir apoyos, y empezamos a dialogar y a entendernos, lentamente me pareció que se empezó a entusiasmar con el proyecto, al punto de involucrarse para producirlo. Ni hablar que ella fue el gran apoyo, y que lo sigue siendo. Y coincidió, en ciertos aspectos, con Errante, una película con muchos elementos en común, aunque muy distinta. Me siento muy cercano a la forma de Adriana, en el sentido de que ella hizo una película de una forma bastante solitaria, viajando con su cámara, también para llegar a ciertos paisajes extremos, por fuera de un lugar de confort o comodidad, como un desafío más interno, y para que la experiencia pudiera plasmarse en una película. Fue una hermosa coincidencia.