La Boca no es cualquier barrio porque es el único que no tiene hipocresía en su relación con el río y el Riachuelo, nunca los negó, y sin ellos no existiría. Es el único barrio ribereño de la ciudad, a los ríos le debe su grandeza y su decadencia. Tal vez alguna vez nos demos cuenta de que su esplendor solo podrá volver de la mano de ellos. Ese antecedente, también se relaciona con su arte y su cultura, que definió que el color sería muy importante para el barrio. Tal vez una lejana tradición xeneixe nos conecte con esos marineros que pintaban sus casas para tener el punto de referencia a la vuelta de la pesca. Esa tradición también se contagió al barrio de la mano de Quinquela Martín, quien repartió colores entre el hollín de las chimeneas. El hijo del carbonero de la calle Magallanes se escapó de la rutina en blanco y negro para fundar un barrio con deseos de arco iris.
En 1957 Quinquela quiso extender el arte y el museo que lo tenía como habitante en el último piso. Allí el color se posaba en las paredes, la cocina, el teléfono, el piano y los anteojos. Era en la esquina de Magallanes y Del Valle Iberlucea, en ese codo que formó un viejo pasaje ferroviario donde daban los contrafrentes de los conventillos y la cancha de básquet del Club Zárate. En ese Caminito, que fuera atajo para visitar al amigo Juan de Dios Filiberto, estableció un museo a cielo abierto. Un museo que le dio identidad al barrio de La Boca con esculturas, relieves, homenajes dispersos y elocuentes a los pueblos originarios, al país federal, a los criollos a través de Santos Vega, y por supuesto al aire portuario de la Boca con sus trabajadores y bomberos voluntarios.
Ese lugar emblemático fue y es la referencia del color de La Boca, que superó la cuadra en curva de Caminito para contagiar eternamente al barrio, dejando uno de los legados más fuertes de Quinquela. El maestro hasta donó el conjunto donde está el Museo Escuela, el Teatro de la Ribera, el Lactarium, el Hospital Odontológico Infantil y la Escuela de Artes Gráficas.
Aunque sea por respeto a tremendo legado a su barrio, hecho por quien fuera un niño adoptado por un gringo y una india, quienes detentan “saberes” en recuperación y preservación urbana deberían retroceder y darle una oportunidad al barrio para que siga expresando su color. Pero el Área de Regeneración Urbana dependiente del Ministerio de Ambiente y Espacio Público del Gobierno de la Ciudad, con la aprobación del APH, decidieron hacer una recuperación incolora de la esquina emblemática e introductoria de Caminito. Fueron a los orígenes, al símil piedra del edifico de la esquina sobre la calle Magallanes, para hacer una interpretación cuya veracidad obvia la intervención hecha por Quinquela y aceptada por su barrio y el mundo.
Demás está decir que hubo innumerables reclamos de asociaciones y vecinos a los responsables, quienes también llenaron de geométricas y blancas baldosas a la Plaza de los Suspiros, demostrando una imposible falta de diálogo no solo con los vecinos, sino también con la historia.
En estos días, La Boca recuperó, vía la “pesada herencia”, su transbordador. En la Legislatura de la Ciudad ACUMAR plantea recuperar la Barraca Peña sin que ninguna ONG se interponga. Años atrás se oponían a un simple y económico diagnóstico patrimonial pagado por el Banco Mundial, hoy la intervención se propone prioritaria y con fondos de la nación, transferidos al rico territorio de la ciudad, mientras se sigue postergando la relocalización de todos los vecinos que viven a la vera del Riachuelo. A pesar de tener una ley, consensuada con los vecinos y aprobada por una unanimidad histórica en la Legislatura porteña sin cumplir.
Ante este huracán de novedades para la zona, que deberían traer alegría, porque los proyectos son buenos, sería esencial que se tomara un tiempo para reflexionar acerca de esta intervención, que podría ser virtuosa si se escuchara la voz del pueblo. Las y los que se quejan son gente buena, interesada y locamente apasionada por el colorido barrio de La Boca del Riachuelo.