El 12 de julio de 1924 inició sus actividades en Buenos Aires la Asociación Amigos del Arte, que durante veintiséis años realizó una actividad cultural decisiva si se tiene en cuenta lo alejada que se hallaba entonces de los procesos de la modernidad europea. La iniciativa la tuvieron un conjunto de mujeres, en particular, Adelina Acevedo que fue su primera presidenta y Elena Sansinena de Elizalde que la sucedió por más de veinte años hasta que, en 1946, por razones económicas la Asociación tuvo que cerrar sus actividades. Entre las múltiples personas que fundaron la institución se hallaban Victoria Ocampo y Leopoldo Lugones, que fue quien sugirió el nombre de la entidad.

Mi padre, Julio Noé, fue su secretario ejecutivo durante toda su existencia. Por ello siento que debo recordar la importante actividad que tuvo Amigos del Arte en una sociedad que vive su presente carente de memoria de los procesos anteriores, particularmente los culturales.

La primera ubicación se hallaba en Florida 940, pero luego alquiló la espaciosa galería fundada por el fotógrafo Franz Van Riel en el mismo año (1924) en Florida 643. Consecuente con sus propósitos fundamentales “de fomentar la obra de los artistas y facilitar su difusión, a la vez que propender por todos los medios a su alcance al bienestar material de los artistas argentinos” -según expresaba su estatuto-, realizó las exposiciones individuales, entre otras, de Pedro Figari, Raúl Soldi, Víctor Delhez, Emilio Pettoruti, Héctor Basaldúa, Horacio Butler, Aquiles Badi, Juan Ballester Peña, Antonio Berni, Raquel Forner, Ramón Gómez Cornet, Lino Eneas Spilimbergo, Jorge Larco, Juan Del Prete, Rodrigo Bonome, Víctor Pizarro, Alfredo Guttero, Emilo Centurión, Alfredo Bigatti, etcétera.

Fueron invitados especialmente a dictar conferencias personalidades como Amado Alonso, Ramón Gómez de la Serna, Alfonso Reyes, Pedro Henriquez Ureña, Américo Castro, Manuel García Morente, María de Maeztu, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y los argentinos Ángel Battistessa, Baldomero Fernández Moreno, Teodoro Becú, Diego Luis Molinari, Emilio Ravignani, Leopoldo Lugones, entre numerosos otros. Además, Amigos del Arte editó tres volúmenes especiales del Martín Fierro con ilustraciones de Adolfo Bellocq, el Fausto de Estanislao del Campo, ilustrado por Héctor Basaldúa y un libro sobre la obra pictórica de Carlos Enrique Pellegrini con prólogo de Alejo Gonzalez Garaño, notas bibliográficas de Elena Sansinena de Elizalde y epílogo de Carlos Ibarguren. Esta obra fue la última actividad.

Amigos del Arte cumplió una función esencial, que fue recordada en el MALBA en 2008 con una exposición curada por Patricia Artundo y Marcelo Pacheco. Su importancia se puede valorar si se tiene en cuenta que previamente a la fundación de la institución, como señaló mi padre en un artículo que escribió en ocasión de su cincuentenario: “Se escribía poco y apenas se leía. La verdad es que, salvo algunas excepciones no se apreciaba a sus autores. Las ediciones eran mínimas y, luego de venderse algunos ejemplares, quedaban arrumbados los restantes hasta la hora de su destrucción o de su venta al peso. Existían pocas librerías, dedicadas en gran parte a libros franceses, ingleses, italianos y algunos alemanes. Las españolas, pocas también. Se dedicaban preferentemente a obras técnicas y escolares”.