Javier Magistris, poeta y docente, encaró la titánica tarea de charlar largo con Dino Saluzzi, justamente un tipo de charlar largo. Se podría intuir a priori que el resultado de esas extensas entrevistas –diez en total- iría hacia el hueso en lo que habitualmente se conoce -y destaca- del compositor y bandoneonista salteño. Su talento para, del ensamble entre folklore argentino, jazz, algo de tango y música clásica, extraer una música nueva. Imposible de encasillar. Pero no. O al menos, no en su totalidad.
Dino Saluzzi, una vida en diez jornadas, libro recientemente publicado por la editorial Mil Campanas, no se restringe solo a ese mundo estético formidable, que el salteño nacido en Campo Santo en 1935 supo forjar fundiendo las músicas carperas de su tierra de origen con las tradiciones antedichas, sino también a su profuso trasfondo filosófico y vivencial.
Dos prólogos pues, direccionan fino hacia el cometido. Hacen su tarea de forma, para que el contenido le quede llano y parejo al protagonista. El del especialista Sergio Pujol, quien mete la cuña en el estilo compositivo de Dino, para concluir que, por inasible, resulta un género en sí mismo. Y el de la historiadora del arte Luján Baudino, que le ahorra al músico eso de andar perdiendo tiempo en contar su historia empírica, porque la aborda ella. Algo de alguno de sus treinta discos (Dedicatoria o El valle de la infancia, por caso). Sus trabajos con Enrique Francini, el “Gato” Barbieri, Manfred Eicher, Charlie Haden, Alfredo Gobbi o Egberto Gismonti, entre otros. La perenne necesidad de Saluzzi de liberar a la música del peso de la danza. Y el terreno libre, pues, para ingresar a su pensamiento, sus ideas, su forma de ver las cosas.
Hacía falta, porque jamás hubiese sido posible acceder al todo significante de este artista tan genial, como esquivo. Polemista. Alunado. Peleador. De carácter indómito. Fue tal vez mérito de Magistris lograr el clima ideal para, en diez juntadas, sacar lo mejor de Saluzzi. Escucharlo en calma para, a través de preguntas atinadas, dejar fluir las ideas más profundas del músico. El mismo entrevistador deja en claro el objetivo: “Con el esfuerzo de concentrar nuestra mirada en algo más que la coyuntura y la actualidad periodística, deberíamos poder alejarnos del fragor y entender la dimensión de realidad que plantean los artistas”.
El pensamiento desarrollado que Magistris logra de Saluzzi gira básicamente en la capacidad de evitarle al músico tener que contar anécdotas banales, para centrarlo en expresar la complejidad “de una mente sutil”. Cometido autoral que camina sobre tres ejes base del pensamiento del salteño. La importancia de reconocer la ignorancia, el caos y la inocencia para activar la creación artística. “Habría que empezar con la ignorancia de uno mismo para sacarnos los rencores, las suspicacias, los pasados tenebrosos. Desconocerse para recomenzar”, señala el músico en la primera charla.
Más luego, la centralidad de la armonía en la “construcción del mundo”, y la necesidad de tomar conciencia de las contradicciones propias para lograr esa armonía y el desarrollo de las ideas (en la sexta charla). Y el valor del silencio en la música, sobre el que Dino se expide extenso y lúcido durante el epílogo. Ejes clave que, aunque parcelados, el músico detecta en su universo de referentes. Entre “Cuchi” Leguizamón y Bach. Entre De Caro y José Hernández. Entre Dvorak y Tchaikovski. Entre Perdiguero y Gershwin. Y que descarta de ese otro universo que el bandoneonista no contempla como propio. Entre la música atonal, la complaciente, y la electricidad del rock and roll.