El 9 de julio de 1816 se conmemora como el Día de la Independencia argentina en alusión a la declaración de independencia que firmaron ese día en el Congreso de Tucumán, los representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Aquella declaración debió ser complementada días después, agregando que no sólo se expresaba la independencia con respecto a España sino que se hacía extensivo a toda potencia extranjera. Sin embargo, no fue la primera vez que se declaraba, en este territorio, la independencia con respecto a la monarquía española.
Un año antes, el 29 de junio de 1815, ya lo habían hecho los delegados del Congreso de los Pueblos Libres, representando a la Banda Oriental y a las provincias de Corrientes, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Misiones. ¿Por qué entonces se conmemora el 9 de julio y no el 29 de junio? ¿Por qué el discurso de independencia era asociado a la idea de libertad, aunque la esclavitud seguía siendo una institución robusta y los procesos independentistas no pretendían desafiarla? ¿Cuántos de los firmantes el 9 de julio y el 29 de junio poseían esclavos? ¿De qué libertad hablaban entonces, para quién? ¿De qué libertad hablamos hoy? Si la Historia la escriben los dueños, los que ganan, entonces los pueblos debemos escribir nuestra propia historia.
Quiénes somos los argentinos y argentinas, quiénes nos representan, qué queremos para nuestro país, etc., son preguntas que suelen surgir en torno a conmemoraciones patrias. Para los 9 de julio, a menudo en algunos sectores se debate si nos hemos independizado realmente, se intenta medir el grado de soberanía real de nuestro país y proponer los ajustes necesarios. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, cuando pensábamos que en el peor de los casos se repetía el discurso de la Historia Oficial de la oligarquía terrateniente bonaerense (o sea, el verso mitrista), llegaron quienes le pidieron disculpas al rey de España por romper aquellos lazos coloniales. Y luego, los que reivindican con nostalgia la era inquisitorial y esclavista inaugurada con la llegada de Colón en 1492 a nuestro continente.
Propongo pensar las líneas de continuidad que se pueden trazar entre las mayorías de ese 9 de julio de 1816 y las mayorías en la actualidad. Para empezar, vale señalar que las mayorías populares, y racializadas, de hoy somos descendientes de las mayorías, populares y racializadas, de entonces. Nuestros ancestros conocieron el despojo, el genocidio, la servidumbre y la esclavitud a partir de la excursión del genovés perdido. Fuimos/somos las que ponemos el cuerpo, en las guerras de independencia entonces y en la pandemia neoliberal-libertaria de hoy. En ambos momentos históricos fuimos/somos las más afectadas por sistemas injustos, violentos, empobrecedores, restrictivos e inmorales. Y, tanto hoy como entonces, la palabra libertad es menoscabada hasta perder significado.
En la declaración de independencia del 9 de julio de 1816, los representantes de las Provincias Unidas de Sud-América en congreso general constituyente (así nos enseñaban en el colegio) reivindican su derecho a la independencia de España, a ser una nación libre, a la “libertad”. Desde 1813 ya se cantaba la Marcha Patriótica (hoy Himno Nacional Argentino), haciendo mención a la “libertad” y al ruido de rotas cadenas. Todo mientras que aún existían esclavizados en esta tierra. De hecho, debieron pasar casi cincuenta años después de la declaración de independencia para que la población afroargentina viese el fin de la esclavitud. Casi dos vidas, si tenemos en cuenta que la esperanza de vida promedio del siglo XIX rondaba los 29 años.
Hoy los discursos en torno a las efemérides patrias siguen poniendo en el centro de la escena un síntoma: el racismo criollo. Un racismo que oprime, invisibiliza y niega a nuestras mayorías no-blancas. Es por eso que reivindicar la matriz negra de nuestra independencia es reivindicar el poder transformador de las mayorías populares racializadas de la patria.
En la narrativa del mito racista de la “Argentina blanca y europea”, las guerras de independencia se utilizan para negar la existencia de la comunidad afroargentina en el presente. Se destacan héroes afroargentinos “oficiales”, como Antonio Ruiz “Falucho” o José Apolinario Saravia, como condimento épico y coartada; en los últimos años incluso se ha rescatado a la mujer afroargentina en la figura de María Remedios del Valle Rosas, pero prevalece aún el relato de la extinción: cómo los cuerpos de infantería, donde predominaban los soldados afrodescendientes, eran ubicados en la primera línea de batalla y de allí que su participación masiva en aquel conflicto bélico nos hiciera desaparecer.
Pocas veces se cuenta que los esclavizados eran forzados a unirse a los ejércitos. A veces con la promesa de liberación tras su servicio, el cual duraba años. Aún así, esa promesa se aplicaba discrecionalmente. Un caso que tomó notoriedad en este sentido, aunque años antes de la Declaración de Independencia, es el del “Batallón Nº 17 de Pardos y Morenos” en el cual setenta esclavizados obtuvieron la libertad después de la lucha contra las Invasiones Inglesas. Setenta de un total de seiscientos ochenta y seis.
Se suele, también, reducir la presencia de afrodescendientes en el proceso revolucionario a los batallones segregados. Sin embargo, la contribución de los y las afroargentinas no se limitó a los regimientos de "Pardos y Morenos". Bernardo José de Monteagudo, por ejemplo, se destacó como intelectual, político y militar, participando en los procesos revolucionarios de varios países junto a San Martín primero y a Bolívar después. Su gravitación fue tal que, siendo imposible invisibilizar su figura, la propaganda oficial debió blanquearlo.
Ni que hablar de la contribución insoslayable de los y las afrodescendientes a través de la Revolución Haitiana. Era el terror de los propietarios, era el fantasma que sobrevolaba en todo cabildo, debate y congreso. Ampliar la participación popular en el proceso revolucionario del sur implicaba exponerse a los peligros de la radicalización, incluso a perder el control del proceso y acabar como los blancos en Haití. Muertos, o sin esclavos, sin propiedad y sin poder.
El poder blanco tiene por costumbre monumentalizar a individuos, varones, blancos, exaltados como prohombres, genios únicos, falseando la historia para hacernos creer que debemos esperar a la llegada de ese genio iluminado. Poco dicen de las masas que acompañaban a los libertadores, de las mujeres, de los pueblos, de otros líderes. Lxs negrxs debemos saber ya que la lucha es colectiva, que nadie se salva solo y que no saldremos de esta violencia anarco-capitalista-libertaria por obra y gracia de un genio único, menos que menos por un varón único. Las guerras por la independencia argentina fueron ganadas por la acción de las grandes mayorías que lucharon, juntas, y lo hicieron posible.
Reconocer la participación de los y las afroargentinas en las campañas independentistas enriquece nuestro entendimiento de la historia, contribuye a la justicia histórica y racial y nos conduce a hacernos preguntas desnaturalizadoras. ¿Quiénes somos lxs argentinxs? ¿Quiénes somos las mayorías? ¿Por qué siempre es a nuestras expensas? ¿Por qué nuestros gobernantes, más de dos siglos después, siguen sin parecerse a su pueblo?
Enaltecer el legado afroargentino en la gesta emancipadora no sólo hace honor a su memoria, también profundiza la relación de las mayorías racializadas con los cimientos de nuestra nación. Somos la patria.