Los poemas con interrogantes dejan un gusto agridulce en la boca. “Ahora cruzas la calle; preguntas qué curiosas/ relaciones llevaron el constante veneno/ de tu familia a esta meditación enferma;/ pero nadie responde y como siempre todo/ se reduce a girar, sin perdonar, en esta/ muchedumbre que integras sin conclusión alguna”, escribió uno de los poetas más influyentes de la poesía argentina contemporánea, como si estuviera dialogando con menos “dramatismo” con el famoso soneto de Quevedo “¡Ah de la vida!”. Cada nueva edición propone revalidar el influjo sostenido que tuvo en la década del 80 y el 90 del siglo pasado ahora que se está por cumplir el centenario de su nacimiento, el próximo 29 de julio. Joaquín O.Giannuzzi. Poesía completa (1958-2008), publicada por Fondo de Cultura Económica (FCE) con prólogo de Fabián Casas, reúne los nueve libros editados en vida, un poemario que salió después de su muerte en 2004, y una sección con ocho poemas que circularon en diarios, antologías y revistas.
El volumen, organizado cronológicamente, comienza con el primer libro de Giannuzzi Nuestros días mortales (1958), dedicado a la escritora Libertad Demitrópulos, pareja de Giannuzzi, y a las dos hijas que tuvo con ella: Moira y Leda. El libro arranca con el muy citado poema “Uvas rosadas” porque condensa su anómala madurez (tenía 34 años entonces): “Este breve racimo/ de uvas rosadas pertenece/ a otro reino./ Yace, sobre mi mesa,/ en la fría integridad de su peso terrestre/ mientras yo permanezco silencioso/ imposibilitado/ de oponer mi vida a su carnal exuberancia./ Casi con horror admiro allí/ la dura tensión del agua/ hacia la piel mortal/ como una realidad insoportable”. Hay un repertorio léxico cercano al habla común, pero jamás mimético, “el gusto por la frase seca y sin vueltas”, como escribió Daniel García Helder, y una ironía sigilosa que se consolidará. Los rasgos que permanecen en sus poemas son para Casas, poeta clave de la poesía de los 90 y discípulo de Giannuzi, “la forma de observar los objetos, cierto lirismo agrio o en mal estado, toques de pimienta schopenhaueriana para ‘picantear’ la vida feliz”.
Sus poemas eran distintos y estaban en las antípodas del tono elegíaco de fines de los años 40. Para un joven poeta que venía de un hogar donde los libros brillaban por su ausencia, el periodismo fue un modo de ganarse la vida y poder armar una biblioteca. Publicó crónicas policiales y reseñas literarias en Crítica, La Nación y Clarín. Como observó el poeta y traductor Jorge Fondebrider, que ha estudiado y difundido la obra del autor de Señales de una causa personal, escribió poesía con palabras e ideas. “No se limita a un mero amontonamiento de imágenes que ofrezcan una vaporosa sensación de belleza, no se apoya en golpes de efectos, ni busca el asombro de un remate ingenioso. Por el contrario, apela a la extrema claridad, a una lucidez descarnada que nada tiene que ver con los silogismos, aforismos y otros devaneos retóricos alrededor de los temas graves y prestigiosos. Giannuzzi deliberadamente escapa de la solemnidad y, a pesar de su aparente prosaísmo, también del lenguaje bajo. Se mantiene más bien en un registro medio, algo opaco, donde las pocas notas líricas quedan en la memoria del lector en razón de su misma brevedad”.
La perplejidad avanza de un verso del último poema de su primer libro al segundo, Contemporáneo del mundo (1962): “Contemporáneo: hay poco tiempo aquí, entre nosotros;/ ahora que atraviesas la época y la calle con un cierto/ estupor acosado, recuerdas que no hay tiempo y caminas/ de un sitio para otro sin saber qué sentido/ otorgar a tus perplejos movimientos”. Casas señala en el prólogo que, más allá de los aciertos y los errores de sus primeros poemas, parece ser “un poeta que nació hecho” y que a lo largo de su trayectoria atravesó las décadas (los cincuenta, los sesenta, los setenta, los ochenta y los noventa) “con una forma espléndida y monótona de escribir poesía”. Da en el blanco cuando agrega que la poesía de Giannuzzi “logra sobrevivir bajo el hielo, mientras arriba, en la superficie, se suceden modas: neorromanticismo, realismo sucio, neobarroco, hip hop, trash, lo que sea”. Sobreviven los poemas incluidos en Las condiciones de la época (1967), Señales de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre (1980), Violín obligado (1984), Cabeza final (1991), Apuestas en lo oscuro (2000), ¿Hay alguien ahí? (2003) y Un arte callado (2008), poemario póstumo.
“Ni ángel ni rebelde”, como el título de uno de sus poemas, “no tuvo pensamiento ni ademanes ni colores militantes”, “no practicó la irreverencia”, “no arrojó bocanadas de sangre sobre el orden y el lenguaje”, como escribió con esa ironía que bien podría denominarse gianuzziana. Para un poeta que se mantenía en los márgenes fue fundamental que un grupo importante de los que hacían la revista Diario de poesía, García Helder, Fondebrider y Martín Prieto, le dedicaran un reportaje y una antología breve de poemas en los primeros números y un dossier consagratorio en el invierno de 1994, en el número 30, en el que Helder declaró que lo que se pretendía era poner la obra de Giannuzzi “en el centro de una discusión y no de un pedestal”. Casas observa que Giannuzzi quería que sus poemas se leyeran de un tirón, “sin ripios ni complejidades vanguardistas”. Como se puede apreciar en uno de los poemas de su último libro, Un arte callado: “De la guitarra prefiero los acordes más bajos./ Los que atraen hacia el fondo y retienen/ la posibilidad aérea de la música./ Los que golpean el suelo y el polvo./ Los que buscan en la tierra/ la terrible respuesta que espero de un día para otro”.