Los altos niveles de adhesión que mantiene Javier Milei, sobre todo entre los jóvenes y los trabajadores informales y de baja calificación, sigue siendo objeto de debate. Si bien los datos marcan una recesión cada vez más profunda y un desempleo elevado, el Gobierno no parece cambiar su eje de ajuste a ultranza.
Al mismo tiempo, los economistas más amigos le muestran al presidente los defectos de su modelo económico, que se quedó sin aire demasiado rápido. La inflación sigue siendo un problema que el superávit fiscal no puede solucionar. El ajuste permanente no parece políticamente viable y menos con la debilidad política intrínseca de este gobierno.
Lo que sigue siendo el motor de Milei parece ser el deslumbramiento que su discurso genera en el mundo occidental. En cada visita es recibido como un héroe, es halagado por los super ricos globales y los políticos de la derecha radical europea son fans de él, como lo son muchos adolescentes en Argentina.
Lejos de tenerle miedo al ridículo, Milei dijo que podría ser candidato a recibir el Premio Nobel de Economía, y tal vez sea cierto, dado lo discutible de estos premios otorgados por el Banco Central de Suecia. Los apoyos que Milei empieza a conseguir, empezando por Elon Musk, le podrían permitir lograr ese y otras condecoraciones.
El tema es lo que se está jugando detrás de ese escenario. Milei propone un discurso político para esta etapa del capitalismo, que podríamos llamar capitalismo digital. Eso explicaría el entusiasmo de los superricos de Silicon Valley pero también de la juventud que ve en ese outsider un líder para el mundo de plataformas y algoritmos.
Capitalismo digital
Ser tapa de la revista Time no es para cualquiera, más si se considera que no hay publicidad mala, como ya lo asumió Milei hace rato. Su discurso sin tapujos, su liberalismo a ultranza y el hecho de que haya ganado la elección presidencial y que tenga una política acorde con sus ideas es lo más seductor de ese nuevo personaje de la política internacional.
Parte de ese envión se lo debe sin dudas a Elon Musk, quien lo ha proyectado desde la red social antes conocida como Twitter. El multimillonario no lo hace por el litio, que puede comprar como y cuanto le plazca en Argentina. Hoy no hay caudillos como Felipe Varela ni Facundo Quiroga, sino gobernadores con ansias de ofrecer su litio al mundo. Las compras fluyen y no es más que un asunto de cambio de manos entre privados. No se requieren alabanzas para el presidente de turno, que además no tiene poder de definición sobre los recursos provinciales.
Pareciera que lo de Musk es más genuino: le interesa el discurso de Milei y ayuda a difundirlo en el mundo occidental como una alternativa al wokismo que tanto aborrece. El wokismo es el relato socialdemócrata, progresista y bienpensante que fue hegemónico durante los últimos 30 años. En eso confluye con Milei: para él, el feminismo, la defensa de las minorías sexuales o raciales y la defensa del ambiente son políticas que solo llevan al fracaso.
Más allá del enemigo en común, la prédica anarcocapitalista de Milei parece confluir con cierta ideología de la Silicón Valley, con el capitalismo digital que quiere nuevas formas de consumo y de participación, nuevas formas de acumular capital con activos intangibles, que está modificando la forma de trabajar y de vivir.
El mito del garaje californiano y cierto hippismo libertario desde donde emergen ideas tecnológicas que cambian el mundo no tenía equivalente en la gestión pública. Con el discurso de Milei, la libertad económica surge como un mantra para descartar el Estado desde el Estado y con apoyo popular.
Como se demostró en los avances de las monedas privadas, como el Libra de Facebook/Meta o la “inteligencia artificial para gestionar el Estado” ofrecida al presidente argentino por Google, pareciera que las grandes firmas transnacionales de tecnología quieren trabajar sin el Estado, o por lo menos con otro Estado.
El proyecto de Libra intentaba implementar una criptomoneda corporativa con la cual se podía pagar un sueldo o un crédito al público, que después la podía usar para pagar sus servicios a través de aplicaciones. De esa forma se podía crear un circuito económico cerrado y dinámico de capitalismo digital, desterritorializado y que desafiaba a la soberanía estatal.
Ese primer avance de Facebook fue frenado por las autoridades y organismos de control de Estados Unidos, pero queda como un antecedente importante. Si el capitalismo digital quiere continuar su expansión en esa dirección, lo tiene que hacer conquistando el Estado. Y Milei puede ofrecer un discurso para políticos dispuestos a asumir el mandato de las Big Tech. Un discurso de Estado mínimo, similar al siglo XIX, donde se pagaba por todo lo que se consumía: educación, salud, jubilación.
En una nueva etapa del capitalismo, que podríamos llamar de capitalismo digital, sucesor del capitalismo de bienestar (1930-1970) y del capitalismo neoliberal (desde 1971), se requiere un nuevo discurso y una nueva forma del Estado.
Como fue el keynesianismo-fordismo o capitalismo monopolista de Estado a mediados del siglo XX y el neoliberalismo de Thatcher y Reagan desde los años ochenta, hoy se busca un nuevo discurso y una nueva forma del Estado para esta etapa. El libertarianismo se ofrece para serlo. Y no sería la primera vez que el Cono Sur de nuestro continente ofrece el experimento previo a su implementación a escala mundial: las dictaduras de Pinochet en Chile y Videla en Argentina fueron antecesores del neoliberalismo implementado en el resto de occidente.
Populismos de derecha
Milei quiso reivindicar para sí la victoria electoral de la extrema derecha en las elecciones europeas del 9 de junio. Si bien los lazos de Milei con varios de los ganadores son firmes, en particular con la italiana Meloni o los españoles de Vox, se trata de bichos distintos.
Los nacionalismos proteccionistas con tintes racistas y conservadores en lo social son los arquetipos de lo que suele llamarse “populismos de derecha”, como Trump o Le Pen. Son ideologías que tradicionales en Europa y Estados Unidos y suelen resurgir en las crisis, como en los años 20 y 30 del siglo pasado. Los falangistas, los fascistas, el KKK y los poujadistas son antecedentes que marcan los caminos de los actuales partidos de extrema derecha europeos. Terminan siendo expresiones de un capitalismo industrial occidental en crisis, avasallado por el sistema industrial chino.
En su reciente libro La derrota de occidente, el francés Emmanuel Todd demuestra que la violencia que Europa y Estados Unidos practican en todo el mundo, y particularmente en Ucrania, se relaciona con su pérdida de importancia en la geopolítica mundial frente a China y Rusia. La hipótesis de occidente en decadencia es creíble cuando uno mira la evolución económica de los países a nivel global y la pérdida de importancia de algunas instituciones creadas en Bretton Woods (FMI, Banco Mundial, OMC) frente a nuevos esquemas mucho más ambiciosos como la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China o los BRICS.
Esa decadencia estructural de occidente implica una reducción de la torta que puede repartirse entre su población para morigerar los conflictos de clase, y una serie de ajustes continuos desde la crisis de 2008, una práctica que conocemos muy bien en América Latina.
La periferización de Europa es, tal vez, la razón principal de su renovado proteccionismo y nacionalismo. Hasta ahora, las políticas de ajuste implementadas se hacen a escondidas tras un discurso volcado hacia el ambientalismo, la defensa de las minorías, el decrecimiento y “el fin del trabajo” en el cual los socialdemócratas se encuentran muy cómodos. Ese discurso se encuentra cada vez más puesto en duda, porque la discusión de fondo es la evolución de los salarios en los últimos años. El fuerte impacto del libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI es una muestra de que la cuestión distributiva pasó a un primer plano en la sociedad occidental.
Frente al nacionalismo reindustrialista que plantea cambios geopolíticos mayores para occidente, el capitalismo tecnológico ofrece un discurso alternativo: el libertarianismo, con menos Estado, que logra que el propio explotado reivindique la explotación: la militancia del precarizado por la generalización de la precarización, el trabajador informal criticando al trabajador formal. Una institucionalidad que ya no se da a través del Estado de bienestar (que desconoce a ese trabajador precario), sino a través de las empresas de capital tecnológico que reconocen y premian al trabajador en función de los algoritmos.
¿Estafa o revolución libertaria?
La pregunta que se hizo Branko Milanovic en X en diciembre pasado es la que no se puede dilucidar aún: ¿Está Argentina por delante del resto del mundo, al mostrar cuáles son las nuevas políticas del siglo XXI? ¿O está sólo a un paso del abismo?
La anarquía que alguna vez soñaron idealistas en el siglo XIX y principios del siglo XX se ha vuelto una anarquía libertaria donde el Estado ya no es manejado por obreros con el fin de destruirlo, sino por economistas con el mismo fin. El futuro dirá si Milei constituye una revolución política con lazos con el capitalismo en su etapa digital, o si simplemente se trata de una nueva cara para un neoliberalismo vetusto y sin ideas.
Pero al volver a la realidad nacional, con su combo de incremento de la pobreza y del desempleo, caída de salarios y conflictividad creciente, es poco probable pensar que este modelo económico pueda funcionar.
Tal vez eso no importe: el modelo de Martínez de Hoz tampoco tuvo buenos resultados en términos económicos, cualquiera recuerda que terminó en un caos de proporciones. Eso no impidió que el neoliberalismo terminara imponiéndose en el mundo anglosajón. Milei puede ser una vía hacia el abismo para Argentina y a la vez ser ejemplo para las políticas del Siglo XXI.
De esa forma, es posible que Occidente esté comprando la ideología que lo llevará a profundizar su decadencia. Solo es necesario recordar que luego de su apogeo económico y cultural durante la Antigüedad, Europa cayó en un pozo económico y social llamado el medioevo. El eje económico había pasado hacia Oriente y eso duró hasta la revolución industrial británica.
El medioevo reemplazó a las ciencias y las artes por una versión oscura del cristianismo donde todo aquel que pensaba distinto era quemado en la hoguera. La crítica constante del anarcocapitalismo a la ciencia y a la técnica, eje del desarrollo económico, y su reemplazo por libros del líder mesiánico, plagiados y de escaso valor científico, están aquí para recordarnos que todo puede ser peor.
Musk quiere presentar el discurso de Milei como revolucionario, en ruptura con un Antiguo Régimen constituido por el Estado de Bienestar, de forma similar a las revoluciones keynesianas o la contrarrevolución conservadora de los años setenta.
Algunos creen que se está frente a un evento revolucionario de envergadura, como lo fue la primera etapa de la Revolución Francesa, donde se destruyeron los sindicatos, se vendieron los bienes de propiedad pública y se eliminaron nudos legales para liberar las fuerzas del mercado.
Pero es bueno recordar que la revolución francesa son en realidad varias revoluciones, y a esa revolución liberal le siguió una revolución popular llevada adelante por los jacobinos, que abrió la puerta a las ideas de izquierda a nivel global.
Con la revolución francesa comenzó el laboratorio social del capitalismo que se prolongó a lo largo del siglo XIX a través de varias otras revoluciones. Es de esperar que en esta oportunidad ocurra lo mismo, porque cada etapa del capitalismo engendra su contradicción y nuevas formas de luchas sociales.
*Docente e investigador del Área Estado y Políticas Públicas de la FLACSO Argentina